Hay que admitir que una buena
parte de las conversaciones entre mujeres se centran en los hombres: en lo que
pasó con fulano, lo que dijo, lo que escribió, lo que puede pasar y lo que
definitivamente no pasará jamás. Supongo que todas funcionamos bajo una lógica
similar que nos permite entender diferentes circunstancias y puede que estemos
en búsqueda simplemente de ser escuchadas más que de recibir consejos.
Es evidente y lógico además, que
una buena parte de la forma en que pensamos esté modelada por nuestro entorno social,
cultural y familiar. Lo que sí es aterrador es la cantidad de estigmas y
barreras que tenemos automatizados y que además usamos para lanzar juicios no
sólo hacia las demás sino también a nosotras mismas. Por supuesto, hay una
buena cantidad de hombres - esperemos que no sean todos - que llevan encima
exactamente los mismos prejuicios.
“Es que yo no soy de esas”. ¿De
esas cuáles? ¿Qué hay que hacer para perder el derecho a ser tomada en serio?
¿Qué es eso tan malo que puede borrar absolutamente todo lo que usted es y
dejar únicamente un calificativo que la tilde de fácil, de zunga o de zorra?
“Es que él va a pensar que me le
estoy ofreciendo” ¿Y usted cómo sabe qué piensa él? ¿Se le está ofreciendo de
verdad? Y si es así, ¿merece que la quemen o la crucifiquen por eso?
“Es que esa vieja se lo ofrece
muy fácil a todos” ¿Le afecta en algo? ¿Es problema suyo? Entonces ¿por qué
sufre?
Ahora, si usted no comparte la idea
de imponer esas etiquetas y se lanza de osada a expresar su opinión, no
faltarán quienes la incluyan en el grupo zorras de las que se estaba hablando. Eso
es aún más estúpido. Es más, eso prueba que para ser señalada basta con no
hacer nada y que para ser considerada una “señorita decente” lo ideal sería irse
a un convento o simplemente unirse al bando que juzga a los demás sin conocer
el contexto, ni las razones, ni los argumentos. Supongo que criticar la forma
de actuar de otras mujeres evita que se centre la atención en uno mismo.
Nuestra
forma de actuar es siempre dependiente del contexto. Uno puede tener una serie
de códigos del buen comportamiento pero eso no necesariamente se ajusta a las
situaciones que vive. A veces uno se arrepiente, a veces no. A veces se
equivoca, a veces no. De lo que sí estoy convencida es que eso no es suficiente
para definirlo a uno, para estigmatizarlo y mucho menos para causar autoflagelación:
suficiente tenemos ya con la campaña inquisidora de la sociedad que nos observa
bajo la lupa.
Sin embargo, teniendo en cuenta
que para ganarse una mala fama basta con no hacer nada, extiendo una invitación a defender las opiniones personales a toda costa, aún cuando a los demás no les parezca. De todas maneras,
andar por la vida lleno de prejuicios jamás le permitirá a uno conocer de
verdad a las personas.