viernes, 15 de noviembre de 2013

Subpoblaciones

Alguna vez afirmé en Twitter - y sostengo mi afirmación - que hay una subpoblación de hombres a los que les encanta estar con mujeres que les hacen show por todo, que son celosas, inseguras e incluso histéricas. Eso sí, ellos viven quejándose precisamente de ese comportamiento pero no se alejan, ni buscan mujeres diferentes, sino que se quedan ahí escuchando cómo les arman batallas campales, se justifican, agachan la cabeza, piden disculpas, las calman y siguen como si nada. Creo firmemente que deberían dejar de engañarse - y de paso dejar esa idea de convencer a los demás de estar desesperados - y aceptar simplemente que les gusta eso, que mueren de la felicidad cada vez que les pelean, que no pueden vivir sin esa tonelada de dramas por cada paso que dan. No estoy muy segura, eso sí, de por qué esta subpoblación de hombres gusta de esas situaciones, no sé si les alimenta el ego o les gusta ver a las mujeres bravas o si es que simplemente se han habituado tanto que ya les haría falta.

Ahora bien, he notado que hay una subpoblación de mujeres (además de las histéricas) que también enloquecen a los hombres. Viven preocupadas del peso, de la apariencia, del maquillaje, de cómo se ven con la ropa que se ponen, buscan inducir piropos y halagos de parte de los hombres que las rodean y sobretodo, actúan como damiselas en peligro absolutamente todo el tiempo. No son capaces de nada, no les da la fuerza, ni el empuje, ni el miedo. Se asustan por todo, por salir solas, por estar solas, por hacer cualquier cosa, por levantar cualquier objeto, no toleran el exceso de frío, ni el calor, ni la comida con grasa, ni los jugos con azúcar, mejor dicho, ponen problema por cada paso que dan. Ahora, lo increíble de todo, es que a pesar de todos los problemas que arman por cuanto detalle acontece, los hombres están ahí detrás, para ayudarlas, levantarlas, abrigarlas, llevarlas, traerlas y gastar hasta más del sueldo que ganan si con eso las tienen felices. Primero pensé que esa actitud era un “lujo” reservado para las mujeres más atractivas, que sólo por apariencia física tienen hipnotizados a los hombres, pero me he dado cuenta que a la larga el físico pasa a un segundo plano si ellas saben utilizar las armas correctas.


Recientemente un amigo me dijo que tal vez yo no tenía mucho éxito con los hombres porque vivo dando la imagen de no necesitar a nadie, que los tipos no se me acercan porque pensarán que para qué. Al principio me sentí mal, hay que decirlo. Pero últimamente he estado rodeada de un par de mujeres como las que he descrito y que efectivamente tienen a todos los tipos detrás de ellas y decidí que lo que me dijo mi amigo a la larga no me parece ofensivo, sino bastante favorable. Él tiene razón: yo no necesito a nadie. No necesito que me ayuden a cargar nada, ni que me solucionen los problemas y mucho menos soy una damisela en peligro que busca ser rescatada. Me gustaría un igual, eso sí, pero jamás un dueño ni un príncipe. Eso voy a dejarlo para los cuentos de hadas y para esas subpoblaciones de hombres y mujeres que buscan y encuentran en esas actitudes lo que los hace felices.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Flor

Flor llegó a Bogotá con apenas 17 o 18 años. Venía del campo y encontró en la casa de mi tía de 16 años recién casada un trabajo como empleada del servicio interna. Tuvo que aguantarse el mal genio de mi tía, sus caprichos de "señora de alta alcurnia" (cabe anotar que mi tía siempre se ha considerado de unos cuatro estratos más altos que el resto de la familia), los problemas, las crisis, los ratos buenos y malos de una familia que no era la suya. Dieciocho años después mi tía se fue definitivamente para Estados Unidos y Flor quedó trabajando únicamente en la casa de mis abuelos, lidiando con el genio de mi abuela, que era un tanto complicado y que con los años empeoró a causa de un EPOC que le ocasionó el cigarrillo.

Flor ha acompañado media vida a esta familia, ha visto crecer y ayudado a formar tres generaciones de nietos incluyéndome a mí, la menor de todos los primos. Ha estado junto a la cama de cuántos han caído gravemente enfermos, incluyendo a mi abuela, cuando pasaba varias semanas hospitalizada a causa de alguna gripa que era un factor agravante en un paciente como ella, con enfisema pulmonar y asma; a mi abuelo que atravesó un tratamiento para la leucemia y por supuesto a mi papá, durante los tres meses que estuvo tan grave después del accidente. Nos ha acompañado en los matrimonios, en los bautizos, en los cumpleaños, en los funerales, ha derramado lágrimas por cada familiar que hemos perdido y ha brindado con nosotros en cada celebración.

Anoche me dijeron que Flor parece estar atravesando un cuadro grave de migraña, dos semanas con intenso dolor de cabeza, vómito, alteraciones en la visión, que está deshidratada y desvariando. Le ordenaron un TAC en un centro médico, pero la cita para el examen es hasta dentro de tres semanas. Tienen que transportarla en buses o a pie, porque no hay dinero suficiente para pagar taxis. Flor vive en el Perdomo alto y tiene dos hijos y cinco nietos que ella sostiene con su trabajo. Afortunadamente, lograron hacerle el examen hoy y no parece haber resultados negativos, ahora hay que tratar el dolor.

No tenemos con qué pagarle a Flor todo lo que ha hecho por nosotros. No tengo cómo agradecerle todo lo que hizo por mis abuelos, por mi papá y por mí. Odio esta sensación, esta incapacidad de hacer algo, más que colaborar con dinero para que la traten lo más pronto posible. A veces quisiera creer en algún dios para pedirle por ella. Pero la vida me ha enseñado que eso no sirve de nada.

Defender lo indefendible

Por políticas internas casi siempre he preferido abstenerme de escribir sobre temas polémicos en este blog, básicamente porque nació como un...