domingo, 8 de enero de 2017

Hacer grandes cosas

Cuando comencé a estudiar biología, deposité toda mi confianza y mi fe en la academia, estaba convencida del poder del conocimiento para lograr grandes cosas que sean de utilidad para la humanidad y para el mundo. Es un pensamiento muy bonito, una ilusión que brilla con luz propia y que probablemente constituyó el motor más grande para continuar estudiando durante los cinco años de carrera. Sin embargo, al enfrentarme al mercado laboral una vez me gradué, noté que lograr eso que soñaba tanto, sería mucho más complicado de lo que pensaba y que requería más que talento y dedicación. Decidí aprovechar una oportunidad de la universidad y hacer una maestría trabajando con células madre, un campo por el cual había sentido curiosidad desde hacía tiempo, aunque no sabía prácticamente nada sobre ellas. Durante los casi tres años y medio que duré haciendo la maestría con una tesis que se salía un poco del alcance y el nivel ideales, mi ilusión se redujo casi hasta acabarse y terminé por darme cuenta que la ciencia se mueve actualmente por motivaciones mucho más vanas, como el ego y los intereses propios de los científicos y que está muy lejos de esa ilusión de entender el mundo, de aprender más, de utilizar el conocimiento en pro de la humanidad, esa que era mi mayor motivación. Destruí esa llama que estaba en mi interior, lloré muchas veces diciéndome que sin importar cuánto me esforzara jamás lograría algo, no podría curar enfermedades ni solucionar problemas. Me blindé bajo una muralla desconsiderada que quería moverse con los mismos motivos de muchos, alimentar el ego publicando artículos científicos o ganando becas y títulos de universidades de gran prestigio en países desarrollados, pregonando a los cuatro vientos en las redes sociales sobre esos "logros", que no alimentarían más que al amor propio.

Terminé la maestría persiguiendo solo el diploma, porque sabía que lo que había hecho en mi tesis no servía ni serviría de nada. Por fortuna, logré conseguir un trabajo en investigación con células madre, las cuales siguen siendo las dueñas de mi atención y con el tiempo y las personas que me rodean actualmente, he vuelto a recobrar la fe. Hemos analizado los artículos y los grupos científicos de una manera más crítica, bajándonos de esa nube etérea en la que se encargan de subirnos a veces, una especie de dimensión paralela creada para repetirnos entre nosotros que somos brillantes, sin darnos cuenta de la distancia enorme que nos separa del mundo real. El año pasado estuve cuestionando seriamente quién soy, desde todos los puntos de vista y atravesé una seria montaña rusa emocional, agotadora pero reveladora también. He leído mucho y he aprendido sobre temas, personas y cosas diferentes al mundo de las ciencias puras y encontré de nuevo esa pasión escondida, esa llama que sigue viva muy dentro de mí, que sabe que si la ciencia tiene contacto con el mundo real, puede lograr grandes cosas. 

La vida es de inicios y finales, de ciclos que se acaban constantemente para dar paso a unos nuevos. Es algo que siempre he sabido. Sin embargo, en medio de tantos obstáculos y confusión en los últimos años, había perdido de vista eso que siempre he querido. Había perdido completamente la fe en lo que creo. Puede ser sugestión por el cambio de año, por libros leídos y por reflexiones intensas, pero ahora mismo, vuelvo a creer que sí puedo lograr un cambio, que puedo hacer grandes cosas. He encontrado personas maravillosas, inteligentes y decididas que pueden respaldar ese camino. Encontré otra vez una razón para entrar a un laboratorio y esforzarme por buscar, analizar, crear y conectar datos y eso es maravilloso. 

Defender lo indefendible

Por políticas internas casi siempre he preferido abstenerme de escribir sobre temas polémicos en este blog, básicamente porque nació como un...