domingo, 16 de octubre de 2016

Mensajes en el tiempo

Etty Hillesum fue una judía que escribió un diario durante los días que pasó en un campo de concentración nazi en la segunda guerra mundial, el cual no fue tan famoso como el de Ana Frank del que seguramente todos hemos oído hablar. Etty tenía 27 años y se entregó voluntariamente a los nazis, negándose a esconderse de la Gestapo ante la destrucción inminente de su gente. En su diario, habla del amor y de dios principalmente, en medio de una situación tan terrible como debió ser permanecer en los campos para ese momento.

Es raro. Comencé curioseando los escritos a causa de otro libro donde la mencionan, en el cual explican el concepto de dios al que llegó Etty y su estado de iluminación ante una adversidad de tal magnitud. Sin embargo, me encontré con mensajes adicionales, con su relación con sí misma, su autoestima, sus preguntas y respuestas como mujer, su relación con un hombre, el amor, dios, la sabiduría, la bondad y el mal. Muchas de esas cosas me han rondado la cabeza incesantemente en estas últimas semanas, como si hubiera despertado de un letargo o un sueño profundo y muchas cosas simplemente se abalanzaran sobre mí, sin dejarme respirar bien. Al principio fue horrible, porque no sabía bien qué hacer con todo eso que estaba pensando. De hecho, van varios días así, un poco abrumadores, llenos de ideas, de cosas con las que no sé bien cómo reaccionar. Con el tiempo, todo se ha ido aclarando lentamente, lo cual pone a prueba mi paciencia que es más bien poca, pero de la que he tenido que hacer uso extremo para no sentir que estoy enloqueciendo.  

¿Nunca ha sentido que encuentra textos, libros, ensayos o poemas en el momento preciso? Eso sentí con Etty. Ella, en una época muy diferente, en un contexto completamente opuesto al mío, escribió una serie de mensajes importantes que me calaron en la médula hace un rato. Es como si pudiera leer mi mente, como si supiera exactamente lo que pienso, porque ella misma lo está viviendo y está reflexionando, construyendo y concluyendo sobre eso. Etty me ha dado una luz importante, un mensaje que necesitaba escuchar o leer, la voz pragmática y no teórica que a veces me cuesta tanto trabajo encontrar. Este tipo de cosas me suceden con frecuencia. Gracias, Etty, necesitaba tus palabras en este momento de mi vida, sin duda. 

miércoles, 3 de agosto de 2016

Liberarse de las cadenas

Hoy, gracias a un amigo, me di cuenta de algo muy importante. En mi afán de evitar ser presa de relaciones interpersonales falsas e irreales, me construí una pesadilla propia con evidencia experimental que yo misma reuní y con argumentos que me parecían perfectamente claros para sustentarla. No voy a culparme por eso, no es la intención. Tampoco voy a caer en el mismo círculo vicioso de auto-compasión ni voy a buscar con desesperación un amigo que escuche el algoritmo que me llevó a notarlo para que reafirme lo que aprendí. No lo necesito, me basta y me sobra con abrir los ojos y despertar.

Lo que sí tengo claro es que quiero detenerme. Me ocurrió - a nivel emocional - algo que es común en el mundo de la ciencia. Construí una idea hace ya varios años que se fue reforzando a pasos agigantados con cada una de las aventuras emocionales que emprendí hasta el punto en que los hechos se volvían difusos y eran simplemente instrumentos que apoyaban la idea. Quedé tan inmersa en ella que de pronto me pareció real, una verdad inalterable. Sin embargo, apareció un contra-ejemplo tan conspicuo que fue imposible pasarlo por alto y utilizarlo como a los demás para alimentar esa idea tan bien implantada. Ahora, simplemente se rompe, cae por su propio peso. Aparecen imágenes, personas, palabras y situaciones que me muestran que lo único que hice fue tener una habilidad intachable para ajustar evidencias y ver la teoría que quería ver. Igual a como sucede con los experimentos, a veces, ignoramos los hechos y no los dejamos hablar de por sí, sino que simplemente extraemos una parte maleable que permite ajustarla a esa idea que queremos creer. El principal problema de mi teoría es que es bastante cruel conmigo misma. La verdad es que ya me cansé y hoy, ahora, he decidido liberarme de las cadenas que yo misma creé. 

domingo, 22 de mayo de 2016

No estoy tan sola después de todo

Mi núcleo familiar más cercano, que estaba compuesto por mis padres y mis abuelos maternos, se derrumbó en 6 años con la muerte de mi abuelo, luego de mi abuela y finalmente de mi papá. Ahora, 16, 14 y 12 años después respectivamente, vengo a darme cuenta que hay muchas cosas que se rompieron en mí. Creo también que hay cosas que decidí ignorar, esperando que si las dejaba de lado el suficiente tiempo, simplemente desaparecerían. Pero no desaparecieron. Permanecieron ahí escondidas e incluso se acumularon junto a otras experiencias que aunque parecen un poco tontas, también me afectaron y me hicieron daño. Mi mamá se enfermó la semana pasada y por numerosos problemas de nuestro eficiente sistema de salud, no tiene una EPS en este momento que la pueda atender. Sentí que el mundo se me iba a derrumbar porque ella, que es la única ancla que me queda con este mundo, estaba en una situación complicada y dependiendo enteramente de mí. Me faltó el aire. Me senté en el suelo y quise desaparecer, quise que todo fuera una mentira y que me despertara de una pesadilla. 
Finalmente, la situación no resultó ser grave y logré que la atendiera un médico particular. Pero me sentí más sola que nunca en mi vida. Yo, que siempre me he jactado de disfrutar de la soledad, de poder afrontarlo todo, me sentí como un punto insignificante en el planeta, que no le importa a nadie y por quién nadie haría nada, excepto la persona que tenía en frente y que necesitaba de mi ayuda y fortaleza. Sin embargo, me equivoqué. No estoy sola, hay gente a mi alrededor que puede y quiere apoyarme y ayudarme cuando lo necesite, solo que no me había dado cuenta. Es como si siguiera atascada en un momento de la vida que ya pasó pero que no he vivido correctamente. 

jueves, 24 de marzo de 2016

Investigación básica y clínica

Por las razones que ya expuse alguna vez en otra publicación de este blog, decidí estudiar biología y no medicina. Las ciencias básicas son cautivadoras y con los años me han fascinado prácticamente todas (de lo poco que sé de cada una), incluyendo la física que representó mi mayor dificultad. Sin embargo, siempre busqué ligar de alguna manera la investigación básica con la aplicación clínica, no sólo por ver los efectos en la vida real de lo que se observa en un laboratorio sino también porque tenía claro que es bien diferente tener un paciente de oncología a tener un cultivo de células tumorales. Sin embargo, la diferencia resulta ser muchísimo más grande de lo que yo tenía en mente.

Desde hace un año estoy trabajando en un Banco de Sangre de Cordón Umbilical, el único banco público del país, en el cual se procesan y almacenan unidades de sangre del cordón umbilical de neonatos de la red hospitalaria distrital, bajo una política de donación. Esta sangre puede reducirse a un volumen menor, que permita concentrar las células y puede congelarse en nitrógeno líquido durante años, para que en algún momento, un paciente que padezca alguna enfermedad como leucemia y que sea compatible con alguna de las unidades almacenadas, reciba un trasplante de células progenitoras hematopoyéticas. Lo que sucede en teoría es que esas unidades, que contienen todo tipo de células sanguíneas provenientes de un bebé saludable (y cuya colecta no representó ningún tipo de riesgo para la materna o el neonato) pueden descongelarse e inyectarse en el torrente sanguíneo de un paciente que ha sido sometido previamente a quimioterapia o radioterapia (para el caso de leucemias) y hallarán por señales químicas el camino correcto hasta la médula ósea, donde se alojan durante la vida las células madre que reconstituyen todos los tipos celulares de la sangre. Si todo sale bien, las células del donante llegarán a la médula, se instalarán definitivamente y serán capaces de reconstituir el sistema inmune del paciente. Hasta el momento no se ha realizado el primer trasplante con nuestras unidades, porque siendo el primer banco público del país, primero hay que construir las relaciones institucionales con quienes realizan el procedimiento y que suelen importar las unidades de Estados Unidos o de Europa. En este momento, se está avanzando en ello.

Sin embargo, sí han rotado por el banco numerosos residentes de oncohematología (pediátrica y de adultos) y nos han contado sus experiencias y las que viven diariamente los médicos especialistas que trabajan en el campo y que requieren el uso de las unidades. La realidad clínica está llena de variables que no pueden controlarse, no solo desde el punto de vista fisiológico sino también del administrativo. Por una parte, un trasplante se sugiere bajo ciertas condiciones específicas y no son favorables para todo tipo de enfermedades. El conocimiento es un campo en crecimiento, no solo en el laboratorio sino día a día en los hospitales y por alguna razón, yo había dado por sentado que ellos no tenían que lidiar con ese tipo de incertidumbre. Por si fuera poco, los trámites administrativos que entorpecen los procesos son un factor de gran impacto, sobretodo en situaciones como éstas en que unos días o meses pueden tomar un costo tan alto como una vida o la recuperación total de un paciente. Todo parecía más sencillo cuando lo leía en los artículos científicos, básicamente en estudios retrospectivos. 

El banco está creciendo y las oportunidades también. Hay muchas personas trabajando para ofrecer de alguna manera medicina de calidad, no sólo en términos de sangre de cordón sino también de sangre periférica y tejidos como córnea, piel y tejido amniótico. Es gratificante saber que lo que se hace en el laboratorio, las estandarizaciones, los experimentos y los retos no se van a quedar en un cuaderno o en un artículo sino que tal vez, si todo sale como esperamos, pueda migrar hacia el mundo clínico, ese del que poco se sabe desde la ciencia básica y el cual necesita nutrirse todo el tiempo. Algún día, quizás, este país entienda que esa es la única forma de progresar, integrando las áreas del conocimiento.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Ya no necesito...

Casi desde el momento en que puse un pie en el departamento de biología en el 2006, me convencí de que el único camino que me esperaba sería hacer un posgrado, más específicamente un doctorado en alguna parte lejos de esta tierra tercermundista que me vio nacer. Estudiar biología en la Nacional era básicamente un peldaño, el primero, para lograr ver mis iniciales al lado del de universidades internacionales de renombre, esas que parecen tan inalcanzables y que constituyeron mi sueño infundado en algún momento de la vida. No está mal soñar algo así. No está mal el sinnúmero de mis compañeros que se han ido, que han conseguido becas y que siguen subiendo peldaños de esa jerarquía de instituciones educativas y de investigación que nos enseñaron desde que entramos a estudiar. Yo vivía de sueños prestados, de historias ajenas, de aquel profesor que estudió biología celular en Estados Unidos, de la que hizo un doctorado y dos post-doctorados en bioquímica en Alemania y del que investigó sobre microbiología en el Instituto Pasteur. Si alguno había estudiado en universidades en Suramérica y peor aún, en Colombia, lo subestimábamos automáticamente, asegurando que era menos que los otros. Ni siquiera nos tomábamos la molestia de evaluar si esos que estudiaron fuera del país de verdad eran tan brillantes como pensábamos y si los que estudiaron acá tenían en realidad algún tipo de inferioridad académica. Simplemente lo dábamos por sentado.

Los años han pasado y muchos, muchísimos de mis compañeros efectivamente se fueron del país para hacer maestrías y doctorados. Mi cuenta de Facebook diariamente está llena de personas que conocí o con quienes estudié publicando artículos, ingresando a otras universidades aún más prestigiosas que las anteriores en las que estuvieron, hablando de sus proyectos de doctorado y post-doctorado. Ese mismo panorama se viene repitiendo desde que comencé - hace creo cuatro años - la maestría en la Nacional, pero la que cambió soy yo. En ese momento, me sentí tan inferior como aquellos a quienes juzgábamos por no tener títulos de fuera del país. Pensaba que no iba a realizarme como profesional hasta obtener un cartón de otro lado, aparecer en fotos en Europa, publicar al mundo artículos científicos con mi apellido encabezando la lista de autores y haciendo parte de algún grupo de investigación importante en cualquier país lejos de Latinoamérica. No sé exactamente qué pasó, pero ya no me parece que sea inferior y tampoco que necesite todas esas cosas para considerarme una buena profesional y mucho menos para ser feliz. Ya no me muero por ganarme una beca ni por publicar 20.000 artículos y sigo queriendo las fotos en Europa, pero más de paseo que en cualquier otro plan. Sí quiero seguir estudiando, eso es seguro, pero creo que ya no necesito demostrarle a nadie que me gané algo o que mi foto aparece en algún lado o que mi nombre está en alguna institución importante. Ahora mismo, en donde estoy, tengo la oportunidad de hacer lo que me gusta, acá en este país tercermundista, con gente que conozco, que me agrada y que tiene como principal objetivo hacer las cosas bien hechas. Ahora mismo, no quiero irme, quiero seguir trabajando acá. Ya no necesito demostrar nada.    

lunes, 1 de febrero de 2016

La vida real es más cautivadora

Advertencia: es casi seguro que la opinión que va a leer con respecto a este tema no será bien recibida por más de uno. No quiero decir que las relaciones sociales a través de las redes sean necesariamente malas, solo que son un tipo de realidad que ya no me gustó.


No recuerdo bien cuándo fue que abrí mi cuenta de Twitter. Al principio no sabía bien cómo funcionaba o qué tipo de cosas debía escribir, pero después comencé a escribir casi todo lo que me cruzaba por la cabeza todo el tiempo. Comencé a hablar con personas a través de tuits y luego por mensajes directos, las conversaciones migraban a Whatsapp o a Facebook, siguiendo ese conducto regular que hoy se ha convertido en una especie de clave taxonómica de las relaciones sociales. Uno empieza a darle más peso a mensajes enviados a través de ciertas redes, a la frecuencia con que se conversa o a las frases de cajón que utilizan aquellos con quienes se interactúa. Logré incluso concertar citas y salir un par de veces con personas con quienes inicié conversaciones por Twitter. Y luego, llegó un punto en el que simplemente creé una especie de dependencia enfermiza, en el que tenía que escribir cualquier idea que se me ocurría y en que pensaba cómo modificar alguna frase que usara en la vida real para que sonara más atractiva por Twitter.

Mi vida real comenzó a girar en torno a ese personaje virtual que yo misma había creado, el cual por supuesto estaba basado principalmente en quien soy, pero que también tenía algunas características adicionales que siempre me gustaron de mí y que no era capaz de mostrar fuera de la red. Me di cuenta que esta realidad virtual absorbía la mayor parte de mi tiempo, atrofiaba todo lo que trataba de hacer con una idea parásita que me decía que tenía que publicarlo para que me vieran, para que me leyeran o para llamar la atención de alguna manera. Las personas con quienes hablaba a través de otras redes sociales y que no conocía en la vida real también ocupaban gran parte de mi tiempo, alimentando una idealización que yo misma había construido sobre ellos y que en la mayoría de los casos no coincidía con quienes eran en realidad, como pude comprobar cuando tenía la oportunidad de conocerlos. 

Un día, me di cuenta de algo importante. Había construido una amistad muy valiosa con alguien que años atrás había detestado y con quien las conversaciones eran infinitamente más divertidas, todo el tiempo. Salíamos a tomar cerveza, a almorzar, a comer helado o simplemente a caminar buscando libros. Siempre dijo que no le gustaba tanta interacción virtual, no dura más de 20 minutos conectado a un chat y no tiene Whatsapp porque dice que prefiere llamar a las personas y escuchar su voz. Cuando me decía eso, yo le argumentaba que no era necesario, que las redes y la vida virtual era lo máximo y que no había una fuente igual para conocer personas. Me decía que yo era la reina de Twitter porque conocía gente y lograba armar citas y ahora, mucho tiempo después y analizando la situación, creo que entiendo por qué le parecía tan raro. 

En realidad, sus palabras me quedaron martillando aún mucho tiempo después de que se fue a vivir a otra ciudad y ahora que se ha ido a vivir a otro país. Él tenía razón. Nada se compara con escuchar la voz de las personas, con salir a tomar un café en cualquier parte y con observar - aún cuando eso no sea garantía de nada - el lenguaje corporal, el tono de la voz y los mensajes ocultos en el iris. Es cierto, uno no termina de conocer a las personas nunca, independientemente del medio del que hayan salido, pero la vida real es simplemente eso, mucho más cautivadora.

Cerré mi cuenta en Twitter y le bajé a la intensidad en Facebook y decidí que me gusta más la vida real. También me gusta más cuando no estoy pendiente de agradar a los demás, ni de llamar la atención. Sé también que así soy mucho más feliz.

domingo, 17 de enero de 2016

"La casa de los espíritus" de Isabel Allende

Mi selección de libros próximos a leer solía estar guiada por un listado que tenía en una libreta desde hacía mucho tiempo, la cual incluía las obras más clásicas de la literatura. Nunca me ha gustado leer en tablets o en el computador, no siento la misma emoción ni me conmueve tanto como sentir las páginas del libro, apreciar el olor del papel nuevo y las imágenes o los tipos de letra de las portadas y contraportadas en físico. 

Hace ya bastante tiempo, estaba en la Panamericana con Mafe viendo libros y de repente me señaló uno de Isabel Allende y me dijo que era un libro divertido. Me acerqué a verlo, estaba en promoción, pero por alguna razón no me llamó la atención comprarlo, no había escuchado de la autora, ni del libro y - a riesgo de sonar bastante hippie - de alguna manera el libro no me llamaba. Pasó el tiempo y abandoné esa costumbre cuadriculada de comprar solo libros clásicos, aquellos que estaban incluidos en mi lista y decidí abrir las ideas hacia otros autores de los que no sabía mayor cosa, sólo por curiosidad y para ampliar mis perspectivas. Comencé a seleccionar los libros que compraba solo por observarlos detenidamente, como si de alguna manera me hablaran y así mismo elijo el siguiente que leo, como si un hilo invisible me llevara directamente hacia un título en particular. No recuerdo bien qué estaba buscando cuando me volví a encontrar de frente con "La casa de los espíritus" de Isabel Allende pero esta vez, decidí comprarlo. Después de terminar con "El libro de los sueños" de Borges, prácticamente soñé con el título del libro de Allende y decidí comenzarlo inmediatamente. Para mi sorpresa, me gustó bastante. 

Isabel Allende es una escritora chilena, ganadora del Premio Nacional de Literatura de su país natal en el 2010. Descubrí que tiene un gran éxito en ventas de sus libros, aunque la crítica la ha catalogado como una mala escritora e incluso hay quienes han afirmado que no es una escritora de verdad. Sin embargo, como para gustos los colores, voy a hablar de mi experiencia, la cual fue bastante grata. 

El libro tiene una narrativa sencilla pero dinámica, bastante clara y entendible y relata con fluidez la historia familiar a través de varias generaciones de los Trueba. No tuve que releer ninguna de sus páginas como sucede con quienes tienen un estilo más complejo, tampoco señalé ninguna frase que considere que deba recordar para la vida, como me ha sucedido con otras obras. Mi conocimiento en cuanto a las estructuras literarias es más bien limitado, pero desde el punto de vista del lector, debo decir que fue divertidísimo leerlo. El pasar de la historia se menciona solo desde el punto de vista de los personajes, sin hacer hincapié en asuntos más densos, pero tal vez es precisamente por esa razón que uno termina de leerlo rápido, además de la curiosidad de saber qué pasa por pequeñas menciones cortas sobre el futuro de los personajes. No llega al extremo de ese estilo desparpajado que tienen algunos autores, donde uno siente que se ha perdido el límite entre el lenguaje hablado y el escrito, por lo cual me pareció bien construido y probablemente dirigido a una gran diversidad de público. Nuevamente, no se encuentra uno con una epifanía, pero es bastante agradable y definitivamente, uno de mis recomendados. Supongo que fue una buena decisión dejar de lado las listas cuadriculadas.


miércoles, 6 de enero de 2016

No a los evangelizadores

Vamos a dejarlo bien claro, para que no quede duda: tengo 27 años, no creo que exista dios, me encanta leer y estudiar, lo único que le pido a la vida es salud, soy un poco adicta al trabajo, casarme y tener hijos no son metas con protagonismo en mi vida y odio con alma y cuerpo cualquier tipo de imposición social tradicionalista sobre la vida de los demás, especialmente sobre las mujeres.

Últimamente he encontrado un crecimiento exponencial de las preguntas con respecto a lo que voy a hacer de mi vida a partir este punto. Hay un grupo de personas que insisten en preguntar si no tengo novio, que por qué será, si no me pienso casar, si ya que terminé de estudiar no estoy interesada en formar familia, que ya me puede ir dejando el tren, si no me he preguntado por qué no soy capaz de enamorar un hombre y toda clase de postulados que se puedan imaginar. El otro grupo, el académico, insiste en que es necesario salir del país porque acá la investigación no sirve, que hay que ir a recorrer el mundo, que si no voy a hacer el doctorado ya y que ojalá en Europa o Estados Unidos porque en este país qué hay que hacer, que si no me voy a presentar a las becas en los países recónditos del mundo, que si pienso quedarme solo con la maestría, y toda una nueva variante de esa misma presión social de la que fuimos víctimas cuando ingresamos al primer semestre de biología. Está también la mezcla de los dos, los que pretenden que uno sea esposa, madre, PhD y si de paso puede hacer aseo y cocinar, mucho mejor.

Estoy hastiada. Me pregunto cada vez que encuentro alguno de estos personajes si no tendrán algo más interesante qué hacer o por lo menos más productivo, que inmiscuirse en lo que no les importa y tratar de imponer a los demás lo que piensan que es correcto. A algunos les parece que por ser mujer, mi única misión en la vida es tener hijos, entonces si uno dice que no está de acuerdo se gana - y gratis, además - toda una sarta de comentarios y argumentos que jamás pidió, no sé si para ver qué tanta paciencia tiene quien escucha (que en este caso es poca) o si es que logra evangelizarlo con su punto de vista para que al final diga algo como: "tienes razón, ahora quiero tener un hijo". Están también los que por poco me diligencian el formulario para becas en todas partes, que pelean porque no me he presentado a ninguna universidad en Europa y que insisten en que es necesario hacer el doctorado ya, cuando aún ni siquiera me he acostumbrado a la idea de que al fin terminé la maestría.

Nunca sobra escuchar puntos de vista diferentes, porque uno no sabe dónde puede estar escondida una idea brillante. Lo que sí me molesta es la discusión acalorada sobre los puntos de vista que no se acomodan a lo que la sociedad considera correcto y la necesidad compulsiva de convencer. Yo no tengo que demostrarle nada a nadie y tampoco me interesa hacerlo. Sé muy bien quién soy y lo que creo y no ando por la vida presionando incautos a ver si los convenzo de pensar igual que yo. He estudiado cuanto he podido y probablemente voy a seguir haciéndolo en tanto pueda, pero no por tener un diploma de otro país. Quiero llegar tan alto como pueda y de ser posible quiero hacerlo aquí, en la tierra que me vio nacer para ver si algún día, podemos utilizar el conocimiento como un arma para acabar con los múltiples problemas de este país, al cual, a pesar de todo, amo de verdad. Casarme y tener hijos no son prioridades en mi vida, no estoy interesada en "encontrar el amor verdadero" al menos por ahora (y aquí es donde argumentan que eso pienso ahora y que hablamos en 10 años, lo cual me llevan diciendo desde hace 10 años, cuando tenía 17). Aprecio y detesto a mi propia especie por esa dualidad que la caracteriza, por ser capaz de construir y destruir cuanto se propone. Quiero viajar, pero preferiría hacerlo de vacaciones, soy feliz con mi trabajo actual y sí quiero hacer un doctorado pero después, ya veremos qué ventana se abre. No creo en dios, si decidiera adorar algo serían el sol y la gravedad, pero no trato de convencer a nadie de eso, así que aprecio a quienes simplemente escuchan y no tratan de atacarme como si quisieran quemarme viva en la plaza de Bolívar. Hay muchos libros por leer, mucha música por escuchar y muchas películas por ver, así como también hay mucho trabajo por hacer, así que mi única sugerencia - no evangelizadora - es que la vida se vive mejor cuando uno se ocupa de sus cosas y no anda pendiente de lo que hacen y deshacen los demás, que al fin y al cabo, tienen la libertad de hacer lo que les plazca.

Defender lo indefendible

Por políticas internas casi siempre he preferido abstenerme de escribir sobre temas polémicos en este blog, básicamente porque nació como un...