miércoles, 30 de noviembre de 2011

A Nightmare Called Christmas


No me gusta la navidad. Lo peor de todo el asunto es que comienzan a revolotear con el cuento desde Octubre, lo cual implica que la navidad dura en realidad tres meses haciéndola más insoportable todavía y dándole ese tinte interminable, el mismo que odié de “La Historia Sin Fin”.
No sé en qué momento le perdí el gusto a la celebración, pero sí sé que me hace sentir sola y esa es la principal razón por la cual no me gusta. Me parece que es la época del año en que se evidencia más eso que menciona Cortázar sobre estar juntos pero solos: mucha gente se reúne con la familia que nunca ve, con quienes ni siquiera se llevan bien, para fingir sonrisas y regalar objetos que van a terminar en la basura, compartiendo la mesa por única vez en el año y haciendo promesas que no van a cumplir. En mi caso, la mayor parte de mi familia está en otro país o en otra ciudad y por eso siempre terminamos “celebrando” mi mamá y yo. El año pasado me obligó a prender velitas el 8 de Diciembre y para mi sorpresa, hasta bonito fue. Pero esa revelación, estando aquí, solas, las dos, sin tener a nadie más que la una a la otra me hizo detestar aún más la fiesta comercial que comienza en Octubre porque es increíblemente vacía.

Ya no me nace decorar el apartamento, no me nace comprar guirnaldas, ni siquiera tenemos árbol de navidad. Mi mamá siempre arma el pesebre que era de mi abuela (y está bendito por vaya usted a saber qué sacerdote) y los últimos años ha dejado de quejarse porque no le ayudo ni a poner las luces de la ventana. Supongo que ya se acostumbró. Lo que sí disfruto es ir a ver las luces con que decoran los parques y centros comerciales aunque he pensado incluso que deberían dejarlos así todo el año, evidentemente no los árboles ni los pesebres, pero sí las luces…¿por qué no? Bueno, sí, el gasto de luz sería impresionante, pero sigo creyendo que salir en la noche sería mucho más divertido. La decoración de la 82 ya me sacó sonrisas, lo confieso y el año pasado gocé como una niña con la nieve artificial (léase espuma) que a pesar de todas las críticas a mí me encantó.

A finales de Octubre estuve comprando algunas cosas en la Panamericana y vi que estaba horriblemente impregnada de navidad por todas partes. La gente frenética, comprando todo lo que veía, desde bolas para decorar el árbol hasta luces de todos los colores, pasando por escarcha, piñas, velas, muñecos y cuanta pendejada puedan imaginarse - bien costosa además - es lo que más me fastidia. Ya no tienen idea de qué están celebrando realmente, es una fiesta comercial más en la que la que hay que gastarse la plata en todo lo que se pueda. Aunque bueno, quién soy yo para juzgar, si son felices así, que lo hagan, pero yo no lo disfruto.

La ciudad es un caos, todo se paraliza, todo el mundo está “feliz” comprando, caminar en las calles es imposible, el centro se congestiona aún más hasta que al fin llega el 24 de Diciembre y yo hago lo mismo de siempre: comer algo, esperar la medianoche y recibir algunos regalos, entregar otros…y me pregunto por qué. ¿Qué sentido tiene? Sí, muy filosófica la pregunta, pero es cierto, no sé ni qué celebro si al fin y al cabo no creo en dios. De todas maneras lo hago por costumbre, por la familia, por no dejar pasar la fecha sin pena ni gloria. Ahora, los días más aburridos del planeta son del 25 de Diciembre al 5 o 6 de Enero porque literalmente no hay nada, es como un letargo en que la gente bebe, hace asados y viaja. Supongo que no lo disfruto porque no hago ninguna de las anteriores. Aburridísimo. Lo único que sí me gusta es la idea de un año que comienza, que vendrá con sorpresas buenas y malas, pero sorpresas al fin y al cabo. Ya no siento esa calidez de la navidad. Supongo que soy un poco grinch.


martes, 22 de noviembre de 2011

Lluvia en Bogotá

Emergencia invernal de nuevo, justo como hace unos meses, emergencia económica, emergencia social, enfrentamos todo tipo de emergencias en el país y en la ciudad. Nos quejamos todo el tiempo en Twitter por el clima, no hay ánimos de trabajar, no hay sombrillas suficientemente grandes, no hay zapatos que resistan además de las botas de caucho que ahora muchas personas tienen.

Pero de toda esta situación lo que más me ofende es que la gente no conserva el mínimo civismo que requiere la ola invernal. Sí, es cierto, el gobierno es corrupto, los políticos también, tienen más poder que nosotros aunque seamos más, no manejan la problemática ambiental correctamente y es tanto el dinero que se roban y tan poco lo que hacen que el país lleva ya varios años sobreviviendo a los fenómenos del niño y la niña, a las lluvias torrenciales, a las inundaciones en los cultivos, a la muerte del ganado que trata de salir nadando en medio lagos increíblemente grandes. Y en las ciudades ni se diga, la paciencia de la gente se colma fácilmente con las vías inundadas, los interminables trancones, la congestión de los medios de transporte masivo y la imposibilidad de encontrar un taxi libre a cualquier hora. Quienes van manejando se desesperan y quienes vamos a pie llegamos sin un pelo seco a la casa todas las noches.

Pero otra cosa muy diferente es que a pesar de la lluvia que congestiona todo, la gente comience a manejar por los barrios a 100 por hora como si fueran por una autopista, que pasen por los charcos a toda velocidad mojando a quienes vamos caminando en los andenes (como si uno no se mojara lo suficiente sólo con la lluvia), que las alcantarillas estén tapadas por la basura que botan en la calle, que el caño de la 127 esté cada vez más lleno de esa agua con quién sabe cuántos y cuáles sedimentos a pesar de las volquetas que trajeron para “drenarlo”, que la gente casi le saque un ojo a uno cuando pasa con las sombrillas, que se suban a los buses y empapen las sillas con sombrillas y las ocupen con maletas, que lo empujen a uno en Transmilenio como si fueran vacas (sí, más de lo normal), que inicien competencias a muerte por coger un taxi y que algunas señoras de la tercera edad, de esas que tanto reclaman educación de los jóvenes, se suban a un bus a golpearle a uno las costillas con la sombrilla para sentarse. Esas cosas sí me emputan, precisamente porque nosotros somos buenísimos para quejarnos por todo, pero no para evitar el caos cuando podemos hacerlo. No hay unidad en este pueblo más que para las quejas, para buscar responsables y no para caer en cuenta que parte del poder finalmente reside en nuestra unión para el cual es necesario el respeto a las normas mínimas de educación y urbanidad, esa de Carreño, esa que claramente ya no enseñan.

No me molesta ni me ofende mojarme, la lluvia es necesaria para el balance de los ecosistemas, pero sí me molesta la falta de consideración mientras que uno como un idiota prefiere mojarse con su propia sombrilla al subirse a un bus con tal de evitar que le caiga agua a la señora que está sentada en frente de uno. Me molesta abrirle la puerta a alguien y evitar cerrarla en su cara para que pase concentrado viendo el Blackberry sin decir al menos un simple “gracias”. Jaime Garzón tenía razón: usted puede colaborar con el cambio siendo cívico. Con razón estamos como estamos.



lunes, 21 de noviembre de 2011

Adiós


“Le voy a contar una historia: había una vez una niña que mató a su cerebro y dejó libre a su corazón. Pero esa niña tenía un problema grave y era un problema de tiempo, porque el tiempo no estaba a su favor y apenas en unos días tendrá que despedirse de ese a quien entregó su corazón. Pero eso no es lo peor de todo: ella tiene un problema de tiempo en todo sentido, incluso en las llamadas que él le hace, porque no le dedica tanto tiempo como a “otras” personas, ni le habla por teléfono de la misma forma que a esas otras. Y esa niña tendrá que admitir que su amigo que tanto le advirtió tenía razón y entonces, una lágrima baja por su mejilla…”

Decir adiós, decir adiós de muchas formas. Mi cercanía con las despedidas ha sido con mayor frecuencia de esas que son para siempre, cuando alguien muere, cuando uno sabe que jamás lo va a volver a ver, sin importar cuánto quiera hacerlo y es tal vez por eso que siempre me cubrí con una coraza fuerte y me burlé de quienes sufrían tanto por penas de amor. Pero resulta que incluso yo, que me creía tan fuerte, tan dura, tan invencible, tan inmune, tuve que vivir esos momentos de estar en el fondo de la olla al darme cuenta que aquel a quien tanto quería, ya no quería estar conmigo. Y entonces, uno no ve salida, se siente atrapado en la Fosa de las Marianas sin posibilidad de escapatoria, con un paisaje oscuro y triste y con la presión de todo el mundo encima, con un dolor incontrolable en el pecho y lo peor de todo: pensando que uno no es suficiente, que no supo conservar el amor, que hay mejores que uno y con esas mejores se irá él y será feliz mientras uno se quedará viendo desde la ventana. Uno se pregunta por qué fue tan estúpido y decidió arriesgarlo todo para nada, para salir sufriendo, por qué decidió ignorar a quienes tanto le advirtieron tantas cosas, por qué no le hizo caso al sentido común, a la lógica. Pero ya nada importa, porque en ese punto lleno de culpas y tristezas, las razones no cuentan ni tampoco las situaciones hipotéticas. Uno tiene su realidad y a uno mismo.
Ahora, llega un momento en esa realidad en el que ocurre un despertar, llega una revelación, una epifanía. Muchas cosas pueden ser catalizadoras: una canción, un amigo, en mi caso un escrito. Pero quiero que te des cuenta de una cosa, amiga mía y es que sin importar cuán triste estés, cuán impotente te sientas, cuánto lamentes que él se vaya y cuánto detestes a ese fantasma, jamás puedes dejar de valorarte. ¿Difícil? Sí. Duele mucho cuando es evidente que están emocionados con otra, cuando la llaman, la buscan y la defienden a capa y espada mientras uno se conforma con apenas unas pocas demostraciones de cariño que comienzan a parecer más lástima que otra cosa. Pero ahí es donde tenemos que sacar fuerzas de las entrañas, porque uno se ha levantado de peores cosas y un tipo que no se da cuenta de la maravillosa mujer que tiene al frente simplemente no merece tantas lágrimas. No digo que no hay que llorar, no digo que no se sufre, porque en los sentimientos no se manda. Pero ya no importa si decidiste tomar el camino riesgoso, puedes estar tranquila porque luchaste por lo que querías sabiendo de antemano que probablemente terminaría mal pero también que te levantarías otra vez.
Soy fuerte. Todavía me gusta usar un escudo gigantesco para evitar los daños aunque sigo siendo tan susceptible como siempre y de vez en cuando me agarra sin remedio el sentimentalismo. Pero hay algo que no me permitiré olvidar nunca: soy inteligente, lucho por lo que quiero, no soy de nadie y digo lo que pienso y lo que siento. Aparecerán y se irán más personas en mi vida, habrá relaciones igual de largas y significativas, podrá acabarse el amor o simplemente morir el interés reemplazado por el naciente atractivo hacia otra, pero eso no afecta en nada quién soy ni me hará sentir menos. Espero que no pase de nuevo, porque de esa olla sí es bien difícil salir. Afortunadamente, encontré una epifanía y yo seré la tuya cuantas veces sea necesario. 

domingo, 6 de noviembre de 2011

Diferencias de Opinión


En enero habrá transcurrido un año entero desde que comencé a trabajar como docente. Inicié presentando una entrevista en un colegio bilingüe para ser profesora de biología en inglés en los grados sexto y séptimo, a pesar de haber casi jurado durante cinco años de carrera que yo no quería enseñar y menos en un colegio, pero la cruda realidad es que uno termina de estudiar y se demora más en recibir el diploma que en ver la necesidad de ganar dinero porque los gastos, esos sí que no se acaban y ante la situación económica del país, lo que menos puede hacer uno es dárselas de selectivo. No me aceptaron por falta de experiencia, así que terminé trabajando como “multitarea”, soy tutora de biología, química o inglés, hago traducciones y redacto escritos legales en inglés o en español. He aprendido mucho más de lo que pensé y he tenido la oportunidad de observar la realidad de nuestra sociedad fuera del alma mater. ¿Qué encontré? Diferencias abismales.

En primer lugar, la gente afuera cree que la Universidad Nacional es una cuna de revolucionarios sin causa que tienen dos caminos: unirse a fuerzas armadas o terminar siendo sumisos corderos de la sociedad. Inteligentes, eso sí, la mayoría se sorprende bastante cuando uno dice que es egresado de la UN, pero a la vez preguntan si uno vende marihuana o si ha tirado piedra. Gajes del oficio, supongo.
Lo cierto es que ante tanta crisis social, política y ambiental como temas importantes durante estos días, he notado algo muy curioso que ocurre en nuestra sociedad: aquí NADIE respeta las opiniones diferentes de las propias. Basta con decir que a uno no le gusta Peñalosa porque le parece un vendido para que sus compañeros más calmados de trabajo le salten encima diciendo que si prefiere al guerrillero ese de Petro. Basta con decir que uno no cree en dios para que las personas que usted menos se imagina se indignen y actúen como si usted acabara de confesar que es un asesino en serie y un violador de niños. Basta con decir que es una estupidez total pretender hacer un hotel de Six Senses en el Tayrona para que algunos digan que uno no quiere contribuir con el desarrollo del país. Basta con decir que uno se opone a la reforma de la ley 30 para que le digan que por culpa de revoltosos como usted hay más trancones en la ciudad. ¿Y a quién culpamos? A la UN, claro, a quién más, si es la que le ha enseñado a ser un revolucionario, un extraño, un bicho raro que piensa diferente. Y es que ahí está la diferencia, la que nos hace a todos amar nuestra universidad: allá, en ese “nido de revolucionarios” uno puede expresar lo que se le da la gana y a nadie escandaliza. ¿Le pelean? ¡Claro! Revirar hace parte de la naturaleza humana, es casi un reflejo cuando alguien opina diferente, pero deberíamos estar en la capacidad de escuchar argumentos y evitar juzgar a alguien por lo que opina. Haga el intento: diga que no quiere casarse y tener hijos (y ojo que esto es atacar directamente al costumbrismo) para que vea la expresión de la persona que lo escucha. Tiene dos opciones: lo observan detenidamente con lástima o se ríen diciendo que usted dice eso para llevar la contraria. Respete mi opinión: no se ría, no me tenga compasión. No me estoy muriendo de una enfermedad terminal, le estoy exponiendo mi punto de vista. Usted tiene sus creencias y aunque yo no esté de acuerdo, lo escucho con respeto, por lo cual lo mínimo que merezco yo es que usted haga lo mismo.

Hay algo que no he podido localizar y es en qué punto a uno le instalan el chip de no salirse del círculo para no escandalizar, porque está claro que el tema es cultural, la mayoría de las personas que conozco tildan de revolucionarios sin causa a quienes piensan diferente aún cuando sean las cosas más insignificantes. Les he enseñado a niñas desde 4° de primaria hasta 11. Las de 4° expresan lo que opinan sin miedo, se lanzan al agua. Las más grandes dudan de sí mismas todo el tiempo, no saben si tratar de argumentar lo que piensan o quedarse en la costumbre para evitar confrontaciones. Es extraño. Parece que aquí nos gusta pelear porque otros opinan diferente a nosotros pero no somos capaces de ver los atropellos a los que nos someten. Nos quedamos en el chisme, en juzgar, en señalar. Y entonces, perdemos perspectiva. Nos indignamos por las razones equivocadas y contra las personas equivocadas.

Defender lo indefendible

Por políticas internas casi siempre he preferido abstenerme de escribir sobre temas polémicos en este blog, básicamente porque nació como un...