En enero habrá transcurrido un
año entero desde que comencé a trabajar como docente. Inicié presentando una
entrevista en un colegio bilingüe para ser profesora de biología en inglés en
los grados sexto y séptimo, a pesar de haber casi jurado durante cinco años de
carrera que yo no quería enseñar y menos en un colegio, pero la cruda realidad
es que uno termina de estudiar y se demora más en recibir el diploma que en ver
la necesidad de ganar dinero porque los gastos, esos sí que no se acaban y ante
la situación económica del país, lo que menos puede hacer uno es dárselas de
selectivo. No me aceptaron por falta de experiencia, así que terminé trabajando
como “multitarea”, soy tutora de biología, química o inglés, hago traducciones
y redacto escritos legales en inglés o en español. He aprendido mucho más de lo
que pensé y he tenido la oportunidad de observar la realidad de nuestra
sociedad fuera del alma mater. ¿Qué encontré? Diferencias abismales.
En primer lugar, la gente afuera
cree que la Universidad Nacional es una cuna de revolucionarios sin causa que
tienen dos caminos: unirse a fuerzas armadas o terminar siendo sumisos corderos
de la sociedad. Inteligentes, eso sí, la mayoría se sorprende bastante cuando
uno dice que es egresado de la UN, pero a la vez preguntan si uno vende
marihuana o si ha tirado piedra. Gajes del oficio, supongo.
Lo cierto es que ante tanta
crisis social, política y ambiental como temas importantes durante estos días,
he notado algo muy curioso que ocurre en nuestra sociedad: aquí NADIE respeta
las opiniones diferentes de las propias. Basta con decir que a uno no le gusta
Peñalosa porque le parece un vendido para que sus compañeros más calmados de
trabajo le salten encima diciendo que si prefiere al guerrillero ese de Petro.
Basta con decir que uno no cree en dios para que las personas que usted menos
se imagina se indignen y actúen como si usted acabara de confesar que es un
asesino en serie y un violador de niños. Basta con decir que es una estupidez
total pretender hacer un hotel de Six Senses en el Tayrona para que algunos
digan que uno no quiere contribuir con el desarrollo del país. Basta con decir
que uno se opone a la reforma de la ley 30 para que le digan que por culpa de
revoltosos como usted hay más trancones en la ciudad. ¿Y a quién culpamos? A la
UN, claro, a quién más, si es la que le ha enseñado a ser un revolucionario, un
extraño, un bicho raro que piensa diferente. Y es que ahí está la diferencia,
la que nos hace a todos amar nuestra universidad: allá, en ese “nido de
revolucionarios” uno puede expresar lo que se le da la gana y a nadie
escandaliza. ¿Le pelean? ¡Claro! Revirar hace parte de la naturaleza humana, es
casi un reflejo cuando alguien opina diferente, pero deberíamos estar en la
capacidad de escuchar argumentos y evitar juzgar a alguien por lo que opina.
Haga el intento: diga que no quiere casarse y tener hijos (y ojo que esto es
atacar directamente al costumbrismo) para que vea la expresión de la persona
que lo escucha. Tiene dos opciones: lo observan detenidamente con lástima o se
ríen diciendo que usted dice eso para llevar la contraria. Respete mi opinión:
no se ría, no me tenga compasión. No me estoy muriendo de una enfermedad
terminal, le estoy exponiendo mi punto de vista. Usted tiene sus creencias y
aunque yo no esté de acuerdo, lo escucho con respeto, por lo cual lo mínimo que
merezco yo es que usted haga lo mismo.
Hay algo que no he podido
localizar y es en qué punto a uno le instalan el chip de no salirse del círculo
para no escandalizar, porque está claro que el tema es cultural, la mayoría de
las personas que conozco tildan de revolucionarios sin causa a quienes piensan
diferente aún cuando sean las cosas más insignificantes. Les he enseñado a
niñas desde 4° de primaria hasta 11. Las de 4° expresan lo que opinan sin
miedo, se lanzan al agua. Las más grandes dudan de sí mismas todo el tiempo, no
saben si tratar de argumentar lo que piensan o quedarse en la costumbre para
evitar confrontaciones. Es extraño. Parece que aquí nos gusta pelear porque otros
opinan diferente a nosotros pero no somos capaces de ver los atropellos a los
que nos someten. Nos quedamos en el chisme, en juzgar, en señalar. Y entonces,
perdemos perspectiva. Nos indignamos por las razones equivocadas y contra las personas equivocadas.
Esa es la increible pero verdadera historia de la única especie que no se pone de acuerdo para hablar si nicho ni su fundamento en el planeta... Ya veremos que pasa mi linda colega... ya veremos.
ResponderEliminar