miércoles, 22 de enero de 2014

Ahórrense el "Deber ser"

Siempre pensé que el asunto de tener un montón de gente alrededor preguntando insistentemente si uno tiene novio, arrejunte, tinieblo, acompañante, amigo chévere o lo que sea no era más que una leyenda urbana o una maldición de pocos pertenecientes a círculos costumbristas dignos de un libro de Fernán Caballero (bueno, en realidad era una mujer llamada Cecilia Böhl de Faber y Larrea, pero la idea es esa). Sin embargo, desde hace alrededor de un año, algo le pasó a una buena proporción de las personas que me rodean que parecen bastante preocupadas porque teniendo 25 años y una enorme cantidad de trabajo a causa de una tesis de maestría, no tengo novio y para que se preocupen aún más: ni siquiera hay pretendientes. Los que no preguntan, trasladan la situación a ellos mismos, como mis compañeros de grupo apenas un par de años mayores que yo, que están increíblemente preocupados por conseguir esposo(a), tener hijos y formar familia teniendo un trabajo estable. Debe ser que yo tengo un delirio de adolescente terrible, porque ciertamente mis preocupaciones distan bastante de ser esas.

La pregunta obligada al ver que uno no tiene novio es el clásico “¿y por qué?”. ¿Por qué? Pues no sé, ¿qué espera la gente que le responda uno? La pregunta que sigue es: “¿y el novio que tenías antes?”, a lo que se responde un cortante: terminamos. Continúan en preguntas incisivas del por qué, del qué pasará, qué estará fallando. Ahora, hay una proporción que comienza a decirle a uno qué se debe o no se debe hacer para atraer a un hombre, como si fuera la receta para preparar algo. Los clásicos son que uno debe ponerlos a sufrir, o hacerse la difícil, o tener actitudes y aptitudes dignas de una dama, o que no puedes ser el “desparche” de un tipo y toda una cantidad de sandeces que me hacen sentir en la edad media o algo así. Si por alguna razón aparece alguien en el mapa y comienzas a salir con él, hay todo un código de comportamiento que algunas personas tratan de enseñarte, con lo que debes o no debes hacer, con qué tanto debes o no debes ceder y hasta dónde debes llegar para mantenerlo interesado. ¿Es en serio? Si el tipo no continúa interesado, el asunto es muy sencillo: uno no le gusta lo suficiente. Si está interesado, eso se nota, aún cuando uno sea el ser más despistado del planeta, como es mi caso.

Estoy cansada. Estoy aburrida de escuchar la retahíla sobre lo que debo ser o lo que puede estar sucediendo para explicar que no atraigo hombres o que no tengo novio. “Es que como tú das esa imagen de ser autosuficiente, es por eso que no se te acercan”. No pues si es así, grave, porque así soy yo y qué hacemos. Estoy más aburrida aún de que pregunten qué tipo de hombre busco exactamente porque si algo me ha enseñado la vida es que la gente no viene por moldes y que uno no va a una tienda a comprarlo azul o verde o alto o bajito y que es absolutamente imposible - al menos para mí - determinar todo un arquetipo de lo que “busco”. Es más, para que quede bien claro, aquí nadie está buscando nada. No se confundan.

No voy a negar que algunas de estas personas tengan intenciones loables y amistosas. El problema es que tanto encasillamiento, tanto prejuicio, tanta arandela termina por torturarle a uno la existencia y haciéndole creer que uno es el problema siempre, cuando en realidad el asunto es de dos y se resume a una sola cosa: hay empatía o no la hay. Es así de simple. O ese es al menos, el principio al que decidí acogerme.


viernes, 17 de enero de 2014

Reconciliando demonios

No sé si es una tendencia que tenemos todos, pero por alguna razón cuando las cosas no salen como yo espero me implanto una idea parásita en la cabeza que crece hasta alcanzar enormes dimensiones y termina haciéndome daño y persiguiéndome durante un buen tiempo. He tratado incansablemente de abandonar ese hábito y he aprendido a manejarlo medianamente, lo cual por consecuencia ha mejorado mi calidad de vida. Sin embargo, hay un demonio que me ha perseguido por una década entera, del que creí haberme liberado pero que desde hace un par de años volvió para quedarse.

Nunca he sido una mujer que llame particularmente la atención de los hombres. Cuando tenía unos 13 años fui por primera vez a una fiesta del colegio y en toda la noche nadie me sacó a bailar. A todas mis amigas sí, por supuesto. Y bueno, siendo una adolescente, era de esperarse que el asunto me torturara más de lo necesario, hasta que después decidí que yo iba a pasarla bien y que no me iba a amargar por eso. El tiempo pasó y al día de hoy, puedo salir a un bar y pararme a bailar sola sin pena porque al fin y al cabo, bailar es algo que disfruto enormemente. Se acabó el colegio, la universidad, comenzó el trabajo, comenzó la maestría y después de terminar una relación bastante larga (de la que son testigos quienes han leído este blog) estoy tranquila y feliz de ser quién soy. Probablemente más que nunca.

Pero entonces, aparece la idea parásita otra vez. La mayoría de las mujeres que me rodean salen frecuentemente con tipos y si no funciona, en cuestión de un par de semanas, ya tienen otra invitación. Es cierto que yo me la paso trabajando en el laboratorio, pero ellas también. Es decir ¿es en serio? ¿de dónde carajo los sacan? Ronda por mi cabeza alguna neurona bien aburridora, que comienza a preguntarse qué está tan mal en mí como para que todos los tipos salgan corriendo o ni siquiera intenten acercarse. Luego aparece la idea parásita en sí, que es básicamente una pregunta: pero es que ¿quién querría estar conmigo?.

Como ya dije, el problema no son las ideas parásitas en sí. El problema son las dimensiones que alcanzan y el daño que pueden hacerle a uno. Puede que yo no logre erradicar del todo la costumbre de atacarme porque es el camino que he recorrido siempre, pero definitivamente no tiene sentido hacerme daño sola. Suficiente tiene uno con algunas personas que se le cruzan por la vida como para acabar de rematar.

Decidí que lo voy a enfrentar. No, es más, me voy a reconciliar con este demonio que me persigue. Es cierto, cuando salimos a bailar con Andrea por ejemplo, difícilmente se nos acerca un tipo (a menos que esté a punto de desmayarse de la cantidad de alcohol) pero ¿y qué? ¿es acaso eso relevante? Y sí, es cierto, no es muy frecuente que me inviten a salir y siempre que vamos a "adelantar cuaderno" y preguntan por novios, cuadres, cuentos o lo que sea, no es que yo tenga mucho que contar. Pero ¿y qué? ¿cuál es el problema con eso? 

Decidí entonces que voy a seguir caminando por la vida aprovechando cada momento del que puedo extraer algo para aprender o para alegrarme. Y sonreír, eso también. Simplemente eso.

martes, 7 de enero de 2014

Libros

Cuando se aproxima el fin de año poco me interesan las celebraciones, las novenas y los regalos. Lo que sí se me convirtió prácticamente en un ritual es desocupar medio apartamento y sacar todas las cosas que ya no quiero, no uso o de las que no me acordaba, éstas últimas porque si no las recuerdo, evidentemente ni me importan ni las necesito. Cuando se acerca la época de vacaciones me voy desesperando por ver muchas cosas y entonces, escojo un día para ponerme a la tarea de desocupar, limpiar bien, clasificar y organizar lo que se queda. Creo que hace un buen tiempo no sacaba tantas cosas como el fin de año que acaba de pasar y creo que es porque fui capaz - al fin - de cerrar un montón de ciclos de los que tal vez no quería desprenderme del todo. Es curioso todo el significado que puede adquirir un objeto que represente o recuerde un momento en particular de la vida o a una persona que significó mucho, aunque tal vez ya no esté.


Saqué sin miedo ni arrepentimiento una cantidad de ropa que tenía guardada (y es que a quién engaño, no la uso) pero que ya no va conmigo, papeles, fotocopias de la universidad, artículos que me había prometido leer y jamás lo hice, exámenes, cartas de personas con las que ya no hablo ni me importan, agendas viejas, papeles, collares, cajas, de todo. Luego, llegué a los libros. Los dejé para el final porque difícilmente saco libros, algunos porque me sirven para enseñar, otros porque me sirven para la tesis y muchos por puro y físico amor. Muchas personas me preguntan por qué razón sigo engrosando la biblioteca física, siendo tan sencillo y sobretodo económico adquirir libros en pdf para leerlos en una tablet. Lo cierto es que no sé. Cuando hablamos de artículos científicos o libros de texto, detesto leer en el computador por dos razones: siento que los ojos se desgastan terriblemente y no puedo señalar, marcar o escribir. Ante eso, están los argumentos válidos que muchos me han señalado: para el primero que en una tablet “se siente como si estuvieras leyendo un libro normal” y no se cansan los ojos y para el segundo que cada programa que se han inventado para ver estos archivos resaltan, editan, comentan, subrayan, usan claves de color, mejor dicho no falta sino que el aparato le pase a uno un café mientras va leyendo. Tienen razón, técnicamente no es necesario que yo gaste dinero en libros físicos, sus argumentos son mejores que los míos. Lo cierto es que lo hago porque cada libro de esos es como un tesoro para mí, no puedo explicarlo mejor que eso. Me gusta tenerlos disponibles para llevarlos a todas partes, me gusta organizarlos, limpiarlos, recordar las historias que cuentan y volver a ellas cada vez que me plazca. Me cuesta un trabajo increíble prestarlos, al punto de preferir regalar un libro y dejar los míos intactos. De nuevo, no es diferente de lo que podría hacer con una biblioteca digital, pero no conserva la misma magia. Tal vez nací en la época equivocada.

Defender lo indefendible

Por políticas internas casi siempre he preferido abstenerme de escribir sobre temas polémicos en este blog, básicamente porque nació como un...