Cuando se aproxima el fin de año
poco me interesan las celebraciones, las novenas y los regalos. Lo que sí se me
convirtió prácticamente en un ritual es desocupar medio apartamento y sacar
todas las cosas que ya no quiero, no uso o de las que no me acordaba, éstas
últimas porque si no las recuerdo, evidentemente ni me importan ni las
necesito. Cuando se acerca la época de vacaciones me voy desesperando por ver muchas
cosas y entonces, escojo un día para ponerme a la tarea de desocupar, limpiar
bien, clasificar y organizar lo que se queda. Creo que hace un buen tiempo no
sacaba tantas cosas como el fin de año que acaba de pasar y creo que es porque
fui capaz - al fin - de cerrar un montón de ciclos de los que tal vez no quería
desprenderme del todo. Es curioso todo el significado que puede adquirir un
objeto que represente o recuerde un momento en particular de la vida o a una
persona que significó mucho, aunque tal vez ya no esté.
Saqué sin miedo ni arrepentimiento
una cantidad de ropa que tenía guardada (y es que a quién engaño, no la uso)
pero que ya no va conmigo, papeles, fotocopias de la universidad, artículos que
me había prometido leer y jamás lo hice, exámenes, cartas de personas con las
que ya no hablo ni me importan, agendas viejas, papeles, collares, cajas, de
todo. Luego, llegué a los libros. Los dejé para el final porque difícilmente
saco libros, algunos porque me sirven para enseñar, otros porque me sirven para
la tesis y muchos por puro y físico amor. Muchas personas me preguntan por qué
razón sigo engrosando la biblioteca física, siendo tan sencillo y sobretodo económico
adquirir libros en pdf para leerlos en una tablet. Lo cierto es que no
sé. Cuando hablamos de artículos científicos o libros de texto, detesto leer en
el computador por dos razones: siento que los ojos se desgastan terriblemente y
no puedo señalar, marcar o escribir. Ante eso, están los argumentos válidos que
muchos me han señalado: para el primero que en una tablet “se siente como
si estuvieras leyendo un libro normal” y no se cansan los ojos y para el
segundo que cada programa que se han inventado para ver estos archivos
resaltan, editan, comentan, subrayan, usan claves de color, mejor dicho no
falta sino que el aparato le pase a uno un café mientras va leyendo. Tienen
razón, técnicamente no es necesario que yo gaste dinero en libros físicos, sus
argumentos son mejores que los míos. Lo cierto es que lo hago porque cada libro
de esos es como un tesoro para mí, no puedo explicarlo mejor que eso. Me gusta
tenerlos disponibles para llevarlos a todas partes, me gusta organizarlos, limpiarlos,
recordar las historias que cuentan y volver a ellas cada vez que me plazca. Me
cuesta un trabajo increíble prestarlos, al punto de preferir regalar un libro y
dejar los míos intactos. De nuevo, no es diferente de lo que podría hacer con
una biblioteca digital, pero no conserva la misma magia. Tal vez nací en la
época equivocada.
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