No sé si es una tendencia que tenemos todos, pero por alguna razón cuando las cosas no salen como yo espero me implanto una idea parásita en la cabeza que crece hasta alcanzar enormes dimensiones y termina haciéndome daño y persiguiéndome durante un buen tiempo. He tratado incansablemente de abandonar ese hábito y he aprendido a manejarlo medianamente, lo cual por consecuencia ha mejorado mi calidad de vida. Sin embargo, hay un demonio que me ha perseguido por una década entera, del que creí haberme liberado pero que desde hace un par de años volvió para quedarse.
Nunca he sido una mujer que llame particularmente la atención de los hombres. Cuando tenía unos 13 años fui por primera vez a una fiesta del colegio y en toda la noche nadie me sacó a bailar. A todas mis amigas sí, por supuesto. Y bueno, siendo una adolescente, era de esperarse que el asunto me torturara más de lo necesario, hasta que después decidí que yo iba a pasarla bien y que no me iba a amargar por eso. El tiempo pasó y al día de hoy, puedo salir a un bar y pararme a bailar sola sin pena porque al fin y al cabo, bailar es algo que disfruto enormemente. Se acabó el colegio, la universidad, comenzó el trabajo, comenzó la maestría y después de terminar una relación bastante larga (de la que son testigos quienes han leído este blog) estoy tranquila y feliz de ser quién soy. Probablemente más que nunca.
Pero entonces, aparece la idea parásita otra vez. La mayoría de las mujeres que me rodean salen frecuentemente con tipos y si no funciona, en cuestión de un par de semanas, ya tienen otra invitación. Es cierto que yo me la paso trabajando en el laboratorio, pero ellas también. Es decir ¿es en serio? ¿de dónde carajo los sacan? Ronda por mi cabeza alguna neurona bien aburridora, que comienza a preguntarse qué está tan mal en mí como para que todos los tipos salgan corriendo o ni siquiera intenten acercarse. Luego aparece la idea parásita en sí, que es básicamente una pregunta: pero es que ¿quién querría estar conmigo?.
Como ya dije, el problema no son las ideas parásitas en sí. El problema son las dimensiones que alcanzan y el daño que pueden hacerle a uno. Puede que yo no logre erradicar del todo la costumbre de atacarme porque es el camino que he recorrido siempre, pero definitivamente no tiene sentido hacerme daño sola. Suficiente tiene uno con algunas personas que se le cruzan por la vida como para acabar de rematar.
Decidí que lo voy a enfrentar. No, es más, me voy a reconciliar con este demonio que me persigue. Es cierto, cuando salimos a bailar con Andrea por ejemplo, difícilmente se nos acerca un tipo (a menos que esté a punto de desmayarse de la cantidad de alcohol) pero ¿y qué? ¿es acaso eso relevante? Y sí, es cierto, no es muy frecuente que me inviten a salir y siempre que vamos a "adelantar cuaderno" y preguntan por novios, cuadres, cuentos o lo que sea, no es que yo tenga mucho que contar. Pero ¿y qué? ¿cuál es el problema con eso?
Decidí entonces que voy a seguir caminando por la vida aprovechando cada momento del que puedo extraer algo para aprender o para alegrarme. Y sonreír, eso también. Simplemente eso.
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