miércoles, 22 de noviembre de 2017

Seguir el llamado Renacentista

Aquellos que me conocieron hace algunos años recién me gradué de Biología saben bien que mis planes distaban muchísimo de lo que hago hoy. Había pensado que terminaría la carrera, no haría una maestría y menos en Colombia y saltaría directamente a un doctorado en vaya usted a saber qué, si al fin y al cabo eso es lo que menos importa. Se siente uno como en la carrera de comités de Alicia en el país de las maravillas, donde todo el mundo corre en círculos sin saber hasta cuándo ni para qué. Sin embargo, como la vida toma decisiones sola, terminé estudiando un posgrado acá y quedándome a trabajar, sin las ansias locas de seguir con el doctorado.

No pretendo criticar ni establecer mi opinión como "lo correcto" o como "lo que se debe hacer". Esta es una verdad para mí. Y bueno, siendo este mi blog, expreso mi opinión sin tapujos.

Yo no concebía una vida diferente a la del estudio eterno en el campo de la ciencia. Terminar el pregrado, seguir con la maestría, el doctorado y luego saltar de posdoctorado en posdoctorado, viajando por todo el mundo. Muchos de mis conocidos lo han hecho o lo hacen. Yo quería ser igual. O al menos eso decía. De pronto nunca estuve del todo convencida porque la realidad es que recién me gradué no tenía el dinero para presentar todos los exámenes y los documentos en universidades fuera de Colombia y cuando empecé a trabajar, no ahorré un solo peso para pagar nada ni mucho menos busqué con juicio las dichosas becas de las que todos hablaban. El mundo laboral me mostró otras cosas, fuera de estar ejecutando un proyecto y buscando resultados para incluir en un informe. Inicialmente, la educación de básica primaria y secundaria y después, trabajar en un Instituto de ciencia recién conformado no sólo administrativamente sino también ideológica y filosóficamente. Es que a la larga, los institutos que están tan claramente formados afuera, acá no son NI PUEDEN SER exactamente los mismos.

Nuestros predecesores habían conseguido una cantidad significativa de recursos públicos para la ejecución del proyecto en el que trabajo, pero claramente no son eternos. Tuvimos que empezar a optar por nuevos recursos y aquellos que tenían más experiencia en el proceso administrativo dirigieron el asunto. Nos dividimos el trabajo bajo las recomendaciones que nos daban. Y luego, de la nada, dos de ellos consiguieron otro trabajo y se fueron. Quedamos con miles de dudas. Y la verdad, en términos administrativos, económicos y presupuestales, nos quedábamos cortos. Mucho estudio, muchas moléculas, muchas vías de señalización, mucho ADN y PCR y aún así, cuando estábamos fuera del campo puramente técnico tambaleábamos como si estuviéramos sobre una tabla endeble en la mitad del océano. La presentación de los proyectos no es menos compleja que la comunicación con los administrativos. Un amigo que vino recientemente de Suiza me decía que en los institutos allá, el andamiaje administrativo está construido con un científico a la cabeza y todos ellos atienden a las necesidades del equipo técnico. Sí, claro, así debería ser, tal vez. Pero acá, la realidad es diferente (y ojo, por diferente no me refiero a peor) y quienes están a la cabeza son financieros y abogados. Y la realidad es que no hablamos el mismo idioma: ellos no nos entienden y nosotros a ellos tampoco.

En ese camino de presentación, ejecución y finalización de proyectos, me di cuenta que no entiendo el mundo. Claro, la biología permite darse una idea de cómo es la vida, la vida entendida como lo orgánico, lo fisiológico, lo bioquímico, lo biofísico. Pero el mundo de los humanos, ese es otra cosa. Para mí, un humano no es más que un animal más, con unas particularidades fisiológicas y unas patologías en que trabajo. Sin embargo, este organismo ha conformado toda una sociedad basada en una cantidad de ideas que yo claramente no entiendo. Estas ideas, al menos de momento giran en torno al dinero. Y así, mi idea de perseguir el conocimiento ultraespecífico cambió a la necesidad de ser multidisciplinaria. 

Comencé a estudiar economía este año, porque siento que necesito aprender algo diferente. El camino de la ciencia de cierta forma ha sido recorrido. Si necesito reforzar algo, entender algo nuevo, investigar en algo, basta con leer libros y artículos científicos. Las bases ya están. Pero en cambio, ese ser social, económico y político que somos es para mí un completo misterio. Y lo peor es que es en ese mundo en que se desarrolla la ciencia, no es una burbuja separada e inmune a sus efectos. Es necesario entender ese mundo para poder integrarlo con el de la investigación. Y basta de decir que los científicos que se encargan de la gestión administrativa "no hacen nada" o "no son científicos de verdad". Claro, como dedicarse a conseguir la materia prima de la investigación - que son los recursos - es una función nimia al lado de tratar de clonar un gen de un canal iónico o mejorar el trasplante hematopoyético. Es sencillamente igual de complejo e importante: si no hay recursos, voilá no hay investigación.

Hay muchos prejuicios en el mundo de la ciencia. Para algunos, si no tienes un doctorado, no eres nadie. Otros dicen que ser PhD es un estilo de vida y que no todos pueden con eso. Los administrativos son criticados por no entender las necesidades del gremio (claro, como la biología molecular es el conocimiento más asequible para todo el mundo). Los científicos son criticados por no entender que las cosas han de ser costo-eficientes (los conocimientos de economía, política y derecho tampoco caen precisamente del cielo). Los científicos tratan con desdén a aquellos que no viven encerrados en un laboratorio y publicando artículos. Y ni mencionar el ego de algunos, que creen que son superiores a los demás. Basta ya. Hay muchos nichos y alguien tiene que ocuparlos. Bien por aquellos que quieren dedicarse al conocimiento específico, pero no todos tenemos que seguir lo mismo y tampoco debemos sentirnos mal por eso. Algunos queremos ser multidisciplinarios. Al principio pensaba que no había quién pensara igual, pero luego, me di cuenta que somos más de los que creemos. Y que NO está mal NO seguir el camino de todos. Construir, al fin y al cabo, siempre será difícil.




domingo, 12 de noviembre de 2017

"Verde que te quiero verde"

En el cráter del volcán Azufral, a un poco más de 4.000 metros de altura reposa una laguna color esmeralda cubierta de un manto de niebla. Hace frío y la caminata es larga y demandante. Es el filo de las montañas, de los Andes, ese imponente tesoro de las alturas que tiene nuestro país. No es frecuente escuchar personas que vayan a visitar el sur del país, salvo tal vez por el Amazonas, al menos en mi círculo cercano. A veces tengo la impresión de que las personas en Bogotá estamos más preocupadas por ir a conocer otros lugares del mundo y ni siquiera volteamos a ver las maravillas que hay en Colombia. No me excluyo, yo misma estuve tratando de ahorrar para irme a Europa un mes, con un afán frenético que finalmente no prosperó por diferentes razones. Pero, han aparecido un sinnúmero de viajes dentro de mi tierra, esta que amo tanto, que me han enseñado muchas cosas.


Llegué al departamento de Nariño con la laguna verde en la cabeza, sabiendo que tenía que ir a conocerla a toda costa. Después de una larga labor de convencimiento, fuimos una mañana a Túquerres en un bus. Una vez llegamos, contratamos un carro que nos llevara hasta el punto de partida de la caminata, el ingreso a esa reserva gélida llena de frailejones y pastos altos. Fuimos los últimos en entrar, por lo cual decidimos avanzar a paso ligero, para no quedarnos solos en los casi 7 Km de camino. No sé bien cuánto tiempo pasó, íbamos rápido y eso nos permitió omitir la sensación del frío, avanzábamos sin largos descansos y justo cuando pensábamos que íbamos a llegar, iniciaba otra cuesta más difícil que la anterior. Saqué todas mis fuerzas en el último tramo y llegamos por fin a una zona plana donde nos esperaba una valla dando la bienvenida a la laguna. Decía específicamente que era mejor guardar silencio y nos habían recomendado lo mismo, pero no entendíamos bien por qué. Luego llegamos al mirador y ella, con su forma de media luna y su color verde intenso, nos recibió en todo su esplendor. Pero justo cuando llegamos y exclamamos en voz alta que al fin habíamos alcanzado nuestro destino, mientras saludábamos a los señores que vendían agua de panela, el cráter se cubrió con una densa niebla, que escondía tras de sí el tesoro que habíamos ido a conocer.





El asunto del silencio era real. Y no lo creería de no ser porque estuve ahí. Por lo que he visto, el monte siempre guarda una enorme cantidad de secretos. Los he detectado en las cascadas de Santa María en Boyacá, en la Ciénaga del Chucurí y en Puerto Parra en Santander, en el monte del Tayrona en Magdalena, en Puerto López y Puerto Gaitán en el Meta y ahora, en esta imponente montaña, donde la niebla pasa como si fuera la dueña del lugar, a paso firme y ligero. Mientras preguntamos algunas cosas, la niebla cubrió completamente el volcán. De no ser porque la había visto hacía un momento, no habría creído que la laguna verde estuviese en el cráter. Iniciamos el descenso a las playas de azufre, con cuidado porque son bien empinadas y decidimos guardar silencio. Las dos o tres personas que estaban abajo comenzaron a subir y nos cruzamos con ellas en las escaleras improvisadas. Las saludamos rápidamente y seguimos nuestro camino, hasta llegar a la laguna negra, la primera que uno encuentra en el cráter. Para ese momento, sólo estábamos nosotros en la montaña porque quienes vendían agua de panela ya se habían ido. Permanecimos en silencio mientras nos aproximábamos a la laguna verde. Y entonces, como si alguien retirara una manta, la niebla desapareció y comenzó a brillar el sol. La laguna se presentó con toda su belleza frente a nuestros ojos y brilló ante el sol que ahora la cubría. Es uno de los lugares más hermosos que he visto en la vida. La energía de ese volcán, las fumarolas, el olor a azufre, el agua hirviendo, el color verde que parece descomponerse en amarillo y azul, el frío y a la vez el calor por el sol que cae a esos 4.000 metros. La laguna verde es aún más increíble de lo que pensé. Estuvimos ahí alrededor de 40 minutos, porque no es buena idea inhalar tanto ese azufre. Salimos en silencio también y nos despedimos en el mirador de nuevo, mientras la laguna volvía a cerrar su telón de niebla espesa.  En todo el tiempo que estuvimos viéndola, estuve pensando en ese poema de García Lorca, "Romance Sonámbulo":

"Verde que te quiero verde
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña"


Defender lo indefendible

Por políticas internas casi siempre he preferido abstenerme de escribir sobre temas polémicos en este blog, básicamente porque nació como un...