lunes, 24 de septiembre de 2018

Los sicarios


A Mario le disparé yo, en un callejón oscuro, una noche cálida de abril. El aire sofocante, la ira y la desesperación apretaron el gatillo y lanzaron la bala que fue a dar directo en su frente a una velocidad imparable. No pretendo exonerarme de la culpa, porque sé que no es posible. Al fin y al cabo, sentí que no tenía ningún otro camino más que acabar con su vida, porque simplemente era él o yo.

Nunca entendí bien a Mario. Era un tipo entrenado para matar a sangre fría, pero tenía también un lado muy sentimental. Andaba con esa billetera vieja y desvencijada para todas partes en la moto, llena de foticos de esas que se ponen en las hojas de vida, las típicas que se toma la gente de frente en un fondo azul y en las que casi nadie sale bien. Recuerdo que tenía unas de los tres hermanos menores, esos que dejó hace varios años quién sabe en dónde con la mamá y la tía, que eran las protagonistas de otras dos fotos. Nunca hablaba mucho de la familia, pero uno podía adivinar que eran niños y mujeres abandonados, gente que sufrió prácticamente desde la cuna. La tía tenía pánico a los militares, porque había vivido muchos años en pueblos diferentes en esa época en que mataban a la gente igual que ahora, pero bajo pañuelos azules o rojos. La mamá era una mujer golpeada por los hombres y por los años, como tantas en este país y que se las arregló de alguna manera para alimentar varios hijos. Tenía también una foto del hermano mayor, ese que le mostró cómo ser sicario en esta ciudad grande y hostil, donde ganarse un peso es difícil, pero posible. Mario era adicto a las fechas. A cada foto que cargaba le ponía alguna fecha memorable en la parte de atrás, con un lápiz de punta gruesa. Nunca me dijo por qué hacía eso o qué había pasado con ellos en esos días. Yo siempre pensé que había sido el último día que los había visto, por esa mirada nostálgica que tenía cuando le preguntaba por las fotos. Nunca me dijo a ciencia cierta qué significaba, pero parecía ser muy importante para él.

Las otras fotos que cargaba eran de la novia y la hija. Martina, que tenía tres años era la luz de sus ojos y por quién luchaba todos los días, o al menos eso decía. Andrea – su novia – a veces tenía celos por todo el tiempo que yo pasaba con él, pero así era el trabajo. Nos mandaban juntos a perseguir a alguien, a asustarlo o a atacarlo. Antes de que yo llegara, Mario trabajaba con un tipo del que no sé mucho, salvo que lo desaparecieron por una vuelta en la que se equivocó. Habían sido muy cercanos y por eso había guardado una foto de él. Tenía un tatuaje de un dragón en el cuello, eso sí lo recuerdo.
Mario sabía bien que yo soy muy impulsiva. Cuando quise salirme de esto, le dije primero a él pensando que podría ayudarme a perderme y sobrevivir. Pero no fue así. Cambió para siempre conmigo y me amenazó con hablar si me atrevía a irme. Dijo que él mismo me perseguiría para entregarme por traidora y fue entonces cuando en medio de una discusión, le arrebaté la billetera con las fotos y se me abalanzó como una fiera para quitármela de las manos. La apretó fuerte y comenzó a alejarse cuando le apunté con el pulso fijo. Después de guardar silencio un momento, me gritó de nuevo y entonces, sin vacilar, disparé. Una de las fotos se desprendió de la billetera en el momento en que el cuerpo cayó al suelo. Era una foto mía.

martes, 11 de septiembre de 2018

La dama de la montaña que resplandece

Bogotá no es una ciudad. Bogotá es un sinnúmero de ciudades contiguas, unas más grandes y otras más pequeñas, cada una con iglesias, parques y droguerías. Todas estas ciudades tienen manzanas cuadradas y calles con cráteres que a veces desaparecen y a veces no, pero nadie sabe por qué. Hay un tren que las conecta, pero en él no viajan más que turistas tomando fotos sin ninguna prisa. Independientemente de cuál de estas micro-ciudades habitemos, todos nos quejamos de ella como un todo, porque es caótica o porque está llena de gente, porque llueve mucho o porque hace sol, cualquier razón basta.

El clima es el principal tema de conversación de los habitantes, porque es lo más inesperado del lugar. En una de las pequeñas ciudades puede brillar el sol de manera que justifique shorts y sandalias, mientras a unas pocas cuadras inicia un diluvio digno de relatos bíblicos. Mientras tanto, como consecuencia física en una tercera micro-ciudad los habitantes verán brevemente el arco iris mientras se preguntan qué chaqueta deberán llevar al salir.

Durante el día hay muchos sonidos en la ciudad. Saxofones, trombones, guitarras e incluso arpas con capachos aparecen en cualquier lugar, público o privado a cambio de apenas una moneda o de un fajo de billetes. Los instrumentos reúnen individuos contagiados por los ritmos que cantan rap o bailan salsa mientras toman una cerveza tan helada como las noches a 2.600 m de altura.

La noche es quizás una de las cosas más interesantes de Bogotá. Caminar buscando un bar por la carrera séptima mientras el frío invade las mejillas es tan emocionante como aterrador. Hay quienes caminan con afán de llegar a casa, otros que no tienen rumbo y hay también habitantes de la calle ocasionales que piden dinero a los transeúntes. En el centro retumba música para todos los gustos detrás de puertas viejas mientras en el norte hay mesas exteriores en varios locales, todos con la misma música.

Yo nací en Bogotá y sin embargo siento que casi no la conozco. A veces quisiera irme y jamás volver, alejarme para siempre de su aire contaminado con plomo, de la congestión y los raperos de los buses, pero hay algo en su atmósfera gris que me insiste en permanecer en la ciudad, aquella que ha sido llamada “dama de la montaña que resplandece”.

jueves, 19 de abril de 2018

Un trozo de metal

Para seguir en la tónica de los retos sociales y personales, decidí entrar a un diplomado de escritura creativa - no voy a mentir - con una cierta vanidad de mis "habilidades" de escritura aunque conociendo bien mis dificultades para crear. Pues bien, cada día que pasa de mi vida encuentro más apropiada esa frase que Sócrates empleó ante los tribunales atenienses: "solo sé que nada sé". Y es que no alcanzo siquiera a considerar que sé de alguna cosa cuando la verdad aplastante de mi ignorancia me deja en medio de un mar de emociones difíciles de explicar.

La idea original era entrar a un curso de edición de textos. Y de pronto ese sería un campo más cómodo, en la medida en que se centraría en un ejercicio meramente académico - aunque no por eso menos importante - y yo estaría como pez en el agua. Al fin y al cabo, la academia pura y dura es lo mío. Pero resultó que me parecía más interesante el campo de la creación literaria y me decidí por ese camino para estrellarme de frente con la dinámica del arte en que uno simplemente debe sentir y dejarse llevar por eso que siente. Pues bueno, de pronto para los humanistas será más fácil o para otro tipo de personas, pero personalmente, la cosa es un reto enorme.

Van apenas dos clases y ya tengo una madeja enredada de sentimientos encontrados que no sé por dónde comenzar a organizar. Al principio pensé que tenía habilidad para escribir y que en ese orden de ideas todo iba a ir sobre ruedas, pero resultó que no, ante cada frase que llegué a pensar bien escrita, encontré al menos diez construcciones de mis compañeros no sólo mejor elaboradas sino mucho más sentidas. Y es que ahí está el problema. Sentir me cuesta muchísimo. Y es peor cuando debo escribir para una tarea, donde no sólo está el sentimiento sino también la técnica y la lucha constante con el ego por dejar de lado la necesidad de brillar y reemplazarlo con el simplemente ser. ¿Ser qué? No sé, no tengo idea. Sé que me da miedo darme demasiadas libertades poéticas al escribir. Sé también que mi mayor temor radica en sonar demasiado pretenciosa, como si tratara de imitar a algún escritor que admiro o peor aún, que lo que escribo termine sonando como esos libros con lenguaje escueto que me parecen poco genuinos y que encuentro como un mero esfuerzo de ser diferente porque sí. Vacíos. Ser vacía me aterra. Y hoy, ante la evidencia de mi estilo ortodoxo y poco original en medio de escritos brillantes de otros, casi sentí que colapsé. Fue peor que cuando en el curso de dibujo artístico debíamos exponer nuestras obras junto a las de aquellos que evidentemente eran mejores.

Hay algo raro que encuentro en el arte que definitivamente no entiendo bien. Me hace sentir terriblemente incómoda conmigo misma y me muestra lo peor que tengo mientras me permite observar las maravillas que pueden encontrarse en las personas que me rodean, incluso cuando son un grupo de desconocidos. Es como ser un trozo frío de metal en un mundo cálido de arco iris. Sí, así es como me siento. Me pregunto si he leído bien los libros que me han gustado (¿leí bien Rayuela, por ejemplo?), si he disfrutado del baile como debe ser, si dibujo por mera costumbre o porque de verdad lo siento así y en últimas si escribo comunicando algo o si son sucesiones exitosas de palabras sin alma. Supongo que la buena noticia es que en sí, eso es sentir algo. Y eso significaría que este frío trozo de metal al menos puede sentir alguna cosa. 

domingo, 1 de abril de 2018

La muerte de la responsabilidad social

Nota: puede encontrar vínculos a las noticias de los médicos falsos mencionados sobre sus nombres.

No nos vamos a mentir: un médico falso es un asesino. Sólo por el hecho de presentarse como un profesional cuando no lo es y jugar así con la vida de las personas, debería considerarse un criminal. Sin embargo, no sólo andan libres por ahí atendiendo personas, sino que hay una total ausencia de responsabilidad social en las entidades que albergan a estos criminales, por no decir de aquellas que deberían investigarlos y juzgarlos y en última instancia, siendo tal vez la más importante, la total ausencia de regulación de un problema que cuesta vidas.

Trabajo en un instituto de investigación que cuenta con un banco de sangre, un banco de tejidos, un banco de sangre de cordón umbilical y una unidad de terapia celular. Esto no es un juego. Tenemos almacenados en congeladores sangre periférica, córneas, piel, membranas amnióticas, sangre de cordón umbilical y células madre que pueden utilizarse para salvar vidas y que mal utilizadas o en las manos equivocadas pueden causar un serio problema. Sin embargo, la ausencia de regulación es tal en este país y el vacío legal es tan grande, que existen entidades y médicos (titulados, que es lo peor) ofreciendo soluciones milagrosas a enfermedades graves, con terapias avanzadas de las que no tienen idea y que ni siquiera han recibido aval de instituciones internacionales como la FDA (Food and drug administration) para utilizarse como método terapéutico fuera del plano experimental. A veces nos llaman personas, solicitando células madre en polvo, trasplantes y toda clase de sustancias que parecen sacadas de Harry Potter porque "alguien" o "un médico" les dijo que servía para curar desde una gripe hasta cáncer. 

Me llamó la atención un comercial de Séptimo Día en que mencionaban un caso de suplantación, una mujer que se hizo pasar por médica y que literalmente mató a un hombre de 25 años en Soledad, Atlántico. Yeudith Martínez, que ahora es prófuga de la justicia, suministró antibióticos intravenosos a un paciente que le advirtió que era alérgico a ellos y lo mató. Ya había cobrado la vida de un niño con gastroenteritis en otro lugar, al que le suministró un purgante. Un caso más para la larga lista, como la del chef Rafael Nieto que realizó una cirugía estética que cobró la vida de una mujer de 21 años, o la de Juan Pablo Orozco, que no sólo ejerció como médico sin serlo durante varios años en Antioquia, sino que luego comenzó una especialización en Argentina en la cual se dieron cuenta que tenía documentos falsos. Hay otro caso que ni siquiera sale en la prensa, la de Edison García, que se hace pasar por médico que realizó estudios en Cuba y que promete soluciones milagrosas en comunidades rurales. Todos estos me hicieron recordar ese emblemático caso del psiquiatra falso de medicina legal que ejerció en la institución por 14 años. Uno se preguntaría si se han alertado a las autoridades sobre estas personas, o si los departamentos de recursos humanos de los hospitales verifican la veracidad de los datos, de las licencias médicas. Porque, ¿para qué complicar entonces la expedición de tarjetas profesionales, cuando al fin y al cabo nadie las va a voltear a mirar? ¿No existe una base de datos como las de los números de tarjetas profesionales de los abogados en el Consejo Superior de la Judicatura, donde se puedan verificar los datos suministrados por un aspirante a un empleo en una clínica? ¿Todos estos casos muestran que debería seguirse fiando de "la buena fe" de las personas?

Hace años no veía este programa. Y no sólo me indignó ver a todos los criminales mencionados asegurando que son médicos o alegando que no quieren hablar, sino también a los "entes de control" que permiten que sigan operando, porque supuestamente no han sido suministradas las pruebas ni las denuncias necesarias. Grabaciones, fotos, pruebas presentadas por la fiscalía, denuncias de médicos reales y varios muertos al parecer no son suficiente prueba, al menos para cuestionarse si realmente se están tomando medidas que controlen la proliferación de psicópatas - porque no encuentro otra forma de decirlo - que se atreven a suministrar medicamentos, inyectar, diagnosticar y hasta operar a una persona que necesita alivio para una enfermedad. Ni hablar de la absoluta y completa desatención del estado en quizás la mayor parte del país, que no cuenta ni siquiera con un hospital que tenga las gasas suficientes para atender a sus heridos. Y lo peor aún, la respuesta de las "entidades de salud" que más bien podrían ser de muerte, que contratan a estos médicos falsos, argumentando que no creen haber obrado mal contratando a un médico que no lo era, aún cuando le costó la vida a alguien. Luego, aparece un político diciendo que "sucede en todas las profesiones, también vemos curas falsos, obreros falsos, ingenieros falsos...". Sí, de pronto tantas construcciones que fallan y cobran la vida de personas sean de ingenieros falsos, quién sabe. Pero sentarse a sonreír ante una cámara, como si la vida de las personas no valiera nada, no es definitivamente la solución.

Esto es una atrocidad. No sé cómo más decirlo. Es detestable que haya personas que se aprovechen del dolor ajeno, de la angustia que ocasiona estar enfermo o tener a un familiar enfermo o de la esperanza que da un nuevo tratamiento para al menos mejorar las condiciones de vida de un paciente para sacarle dinero, arriesgar su vida y luego salir campante como si nada a iniciar otro negocio estético donde un chef realice cirugías. 

domingo, 25 de marzo de 2018

Tambores en el alma

Apuesto a que ha escuchado esta maravilla alguna vez:




"Eh,eh ekua 
Babalú ayé ekua 
Ekua papa ekua 
Babalú ayé ekua"


Las clases de salsa se ponen cada vez mejores y ahora no sólo asisto al estilo Los Angeles sino también a cha cha chá y si puedo al estilo colombiano. Apareció en la programación una clase llamada folklore cubano que me imaginaba una rumba de salsa cubana actual y decidí tomarla un día. El maestro es venezolano, un hombre de por lo menos 1,82 m de estatura, con un tatuaje en el brazo y una facilidad para moverse envidiable. Antes de tomarla, pregunté cómo era la clase y me dijeron que se hacían bailes del yoruba, dedicados a los orishas de los cuales, no nos vamos a mentir, yo no sabía nada en absoluto.

Comienza la clase con un baile folclórico dedicado a Obbatala, al ritmo de música africana del yoruba que yo jamás en mi vida había escuchado. El baile no parece ser muy complejo desde el punto de vista técnico. Acababa de salir de cha cha chá, con una rutina un poco compleja de seguir y entonces aparecen estos pasos simples como una brisa fresca. No sé bien cómo explicarlo, pero los tambores despiertan algo muy adentro, unas fibras que yo jamás había sentido con ningún tipo de baile y con ningún tipo de música. Puede parecer que estoy loca, pero se siente como un llamado ancestral y no se siente sólo la carga física de la clase sino también una especie de carga emocional. Puede que esté muy sugestionada últimamente con eso de buscar las raíces de la cultura latinoamericana y lo que significa pertenecer a ella, pero esta parecería ser una respuesta. La clase se propone soltar el cuerpo, porque implica mover cada músculo que se tiene siguiendo el llamado de los tambores, esos que parece que uno tiene impresos en el alma.

La clase es genial. Siempre logro bailar sonriendo porque se siente como estar en casa y luego salgo y me duele cada músculo del cuerpo. No sé bien cómo explicarlo. Además, es como si fuera toda la filosofía original de la salsa, ahí están todos los pasos de los pies, sobretodo en un baile llamado Columbia. No exagero diciendo que mi vida cambió con esa clase. Es como descubrir algo sobre uno mismo que uno jamás había visto. 

PD. Por cierto, Celina (de Celina y Reutilio) nació en un hogar campesino en Cuba, en medio de una familia que apreciaba y practicaba el canto y cuya madre le enseñó sobre las religiones criollas de cuba y la devoción por los orishas Ochún, Babalú Ayé, Changó y Yemayá, por lo cual los menciona en muchas de sus canciones.


lunes, 19 de marzo de 2018

Una estrella más en el cielo

"Pronto me di cuenta de que estaba siendo testigo de un rito antiquísimo, la investidura de nuevos miembros de la Royal Society, una de las más antiguas organizaciones académicas del planeta. En la primera fila, un joven en una silla de ruedas estaba poniendo, muy lentamente, su nombre en un libro que lleva en sus primeras páginas la firma de Isaac Newton. Cuando al final acabó, hubo una conmovedora ovación. Stephen Hawking era ya una leyenda." Carl Sagan

Stephen Hawking es para mí un héroe por muchas razones. Está la razón más evidente, la que los medios siempre recalcaron, un hombre que padece una enfermedad neurodegenerativa que le impide moverse y que aún así es un físico teórico, porque por azar, suerte o lo que sea, aunque sus neuronas pierdan progresivamente el control de sus músculos, no hay interferencia alguna con su capacidad cognitiva. Y por supuesto, es admirable que alguien con una enfermedad que ocasiona un desgaste inconmensurable físico y emocional, continúe trabajando en tal vez uno de los campos más complejos de las ciencias puras. Sin embargo, hay algo que me parece aún más admirable y es la capacidad de popularizar algo complejo y llevarlo a la vida real, volverlo un tema de conversación de personas que no tienen nada que ver con la ciencia y convertirse en una figura pública aún cuando la mayor parte de las personas tienen poca o ninguna noción de física teórica. Eso es muy admirable. Ni siquiera toda la comunidad científica junta ha logrado hacer algo así.

A Stephen Hawking le diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica a los 21 años. Estaba pensando qué estaba haciendo yo cuando tenía 21 años...estaba en los últimos semestres biología y mi mayor problema era pasar parciales, con seguridad. Debe ser muy impactante recibir la noticia de una enfermedad como esa siendo tan joven, en especial cuando dicen que la expectativa de vida era de dos años cuando mucho. Tal vez el camino más fácil habría sido abandonarlo todo y vivir al máximo el tiempo que resta. Pero él no lo hizo así. Por supuesto, entró en una crisis emocional importante pero siguió con la física. Eso solo puede explicarse por pasión. Pasión por el conocimiento, por el universo y por la ciencia. 

No sé prácticamente nada de física teórica (a pesar de ser uno de los campos que más admiro y me gusta de la ciencia) para afirmar que las teorías de Hawking fueron buenas, malas o regulares. Tampoco sé si existen evidencias que las contrarresten o si su postura de hallar una teoría unificada de la física sea demasiado pretenciosa y reduccionista. Como alguien que estudia la vida, considero que es casi imposible hallar una ley que explique todo, al menos en mi campo. Sin embargo, admiro enormemente la capacidad de escribir libros de divulgación científica que acerquen a las personas en ese universo paralelo a la sociedad en que trabajamos y que sean entretenidos, tanto, que lleguen a convertirse en best sellers. Estoy convencida que escribir algo así es miles de veces más difícil que hacer un artículo científico. Al fin y al cabo, ahí se está explicando algo a un público que conoce lo mismo o más que uno mismo del tema y que podrá entenderlo todo con muy pocas herramientas de base. Pero, iniciar en frío ante un público que no conoce nada o muy poco de algo muy complejo y llevarlo lentamente a entender las bases, es un acto heroico. Lo hace en su "Historia del tiempo". Es un libro genial. Y si alguna vez se preguntó si podría entenderlo, le digo: sí, si puede. Y es increíble.

Me siento triste por la muerte de Hawking. Pienso que es uno de los grandes genios de este siglo y que fue una super-estrella de la ciencia, alguien reconocido por un público que tal vez no entiende sus teorías, como lo fue Einstein en su tiempo. Siento que tuvo muchísima valentía. Y siento que es una inspiración enorme. 

"We are all different, there is no such thing as a standard or run-of-the-mill human being, but we share the same human spirit. What is important is that we have the ability to create. This creativity can take many forms, from physical achievement to theoretical physics. However difficult life may seem there is always something you can do, and succeed at." 




martes, 6 de marzo de 2018

Violencia Obstétrica

Antes de comenzar, quiero aclarar que no todos los médicos son así, ni todos los obstetras pero sí considero que hace falta calidez y humanidad en muchos casos.

Las enfermeras me dicen que muchos médicos afirman que el término "violencia obstétrica" no existe, que es más un invento o una impresión de algunas personas. Yo, que nunca tengo contacto con el área clínica de frente no conozco muchas cosas de cómo se mueve un hospital, un área de urgencias, una consulta externa. No sé bien qué es correcto y qué no y la única herramienta a la que recurro cuando soy paciente son los pocos conocimientos de fisiología que tengo y el pensamiento crítico que me enseñaron en la facultad de ciencias.  

No sé qué es ser médico pero sí sé qué es ser paciente. También sé qué es ser familiar de un paciente grave y también sé qué es recibir la noticia de un familiar que ha fallecido. Me cuesta trabajo imaginar una situación en la que uno se sienta más vulnerable. También sé lo que se siente ser mujer y estar asustada, avergonzada y nerviosa por una citología, por ejemplo o por cualquier revisión que se siente más como una exposición incómoda. Sin embargo, entiendo que es necesario y que no hay otro modo de hacerlo. No sé lo que es tener hijos y nunca lo había imaginado hasta que tuve la oportunidad de asistir a varias salas de parto, para observar cómo es un parto vaginal o una cesárea. Y entonces, me di cuenta de lo mucho que duele, de lo impresionante que es y lo peor: de la poca consideración con que se trata a las maternas en algunos casos.

De nuevo, no pretendo que afirmar que son todos los médicos y personal de la salud, porque sé que no es así. Sin embargo, aprovechando que últimamente veo quejas sobre el comportamiento de los pacientes (que es verdad, muchos son bastante complejos), también quisiera hablar por los pacientes y en especial por las mujeres que no alzan la voz, por miedo o porque simplemente no saben que NO MERECEN SER TRATADAS ASÍ.

Casi todas las maternas ingresan asustadas y adoloridas en igual proporción y no entienden muchas cosas que suceden. Muchas son jóvenes y primigestantes y no saben qué esperar. Entiendo que estar desnudo en un hospital no es la gran cosa para quienes trabajan ahí, pero no es cómodo que te quiten la ropa o te rapen la bata porque te van a anestesiar cuando hay un montón de gente vestida alrededor y tú te sientes como ratón de laboratorio, vulnerable y asustado. Valdría la pena asegurarse de que la paciente entiende la retahíla que le acaban de decir con palabras técnicas, afirmando que tiene preeclampsia, ante lo cual queda aún más asustada sin saber si es que se va a morir ella o el bebé o si algo grave va a pasar. No es divertido que cada 15 minutos pase un obstetra con un grupo de estudiantes a hacer un tacto y regañe a las maternas porque les duele, cuando nadie les ha explicado por qué les hacen eso y qué podrían hacer para que les duela menos. Sería considerado que alguien se molestara en leer el rostro de la materna - y de los pacientes en general - cuando lucen preocupados, asustados, cuando no saben qué hacer ni por qué les están sacando más sangre, conectando una sonda o inyectando un medicamento. Si una materna se está quejando del dolor, ES PORQUE LE DUELE y no, no es algo que se buscó o que se merezca por tener sexo si es que ese es el cuento barato moralista de algunos. No estoy muy segura de la necesidad de una revisión uterina siempre y sin sedar a la paciente, mientras uno la escucha gritar más que al momento del parto. Me dicen que si la placenta se alumbra correctamente y sin contratiempos - esto es, sale del útero completa y sin perder las estructuras llamadas cotiledones - no es necesario introducir el antebrazo y el brazo como si el dolor no importara, porque al fin y al cabo, la paciente acaba de tener un parto. Y en definitiva no es respetuoso, ni mucho menos ético que un obstetra y un anestesiólogo se burlen de los gemidos de dolor de una materna durante la cesárea y no hagan nada cuando ella se queja de sentir presión mientras abren todos los tejidos a punta de fuerza bruta (supongo que así debe ser, pero no debería sentir el dolor o la presión). Cuando ella al fin se duerme, proceden a imitar los sonidos, a quejarse y a alegar que deberían prohibir personas así junto con una instrumentadora, lo cual me parece aún más indignante siendo ella mujer.

La violencia obstétrica no es un invento. No hace falta pasar mucho tiempo en una sala de partos para darse cuenta de eso. Es cierto que el paciente no juega siempre el papel de víctima, pero también es cierto que en general, no hay mucha consideración por el dolor y el sufrimiento ajenos. Parece que no sólo es ese cirujano de cabeza y cuello que regañó a mis tíos por preocuparse por mi primo de más de 40 años, que al fin y al cabo "ya es un adulto y ustedes no deberían estar preguntando por él".



lunes, 26 de febrero de 2018

"El mayor acto de rebeldía es pensar"

Existe siempre un grupo de personas en todos los círculos sociales en los que he estado que afirman que "Un mundo feliz" de Huxley y "1984" de Orwell son lecturas obligadas en la vida. Cuando uno lee las sinopsis de los dos, hablan de una realidad distópica en que se han perdido los valores humanos y la individualidad para seguir una serie de preceptos de diferente índole y llevar una vida, diríamos, menos humana. Hace unos años leí "Un mundo feliz", cuando era más joven y tal vez menos consciente, cuando estaba más atacada por completar una lista de libros para leer antes de morir y, si bien creí haber entendido el mensaje, gracias a mi mala memoria y tal vez al contexto en el que estaba, olvidé muchos detalles importantes. Recuerdo que había un impacto importante de la ciencia, una manera de crear seres humanos menos pensantes y más eficientes, hormigas laboriosas que contribuyen a un fin que desconocen y que creen es su propio bienestar. Los sentimientos no son más que vestigios en una sociedad fría y manipulada y la tecnología ha tomado el lugar de éstos, con altas dosis de entretenimiento vacío y sin sentido. Algo muy parecido a la sociedad actual. Algo también muy parecido a lo que muestra la serie "Black Mirror" de la que todos hablan. Es posible que el escalofrío sea menos impactante al leer el libro, porque puede que algunos lo sientan más distante, menos personal, menos posible y no se den cuenta de cuán cerca estamos de vivir esta realidad. 




Como ya he mencionado en varias entradas, estuve escuchando a Diana Uribe contar la historia de Rusia y una vez inició el capítulo del Stalinismo, mencionó a Orwell. Dos obras de este escritor inglés enmarcaron la principal crítica a los regímenes políticos que sumieron al pueblo en la miseria y la desolación, que ojo, no es el comunismo como tal, sino los gobiernos totalitarios. No pretendo tomar una posición política en esta entrada - ni siquiera en mi vida, al menos abiertamente - especialmente en temporada de elecciones donde el país está polarizado, confundido y sobretodo, impositivo. No me interesa vender una idea ni un candidato, mi propia campaña va encaminada hacia pensar. Porque no importa el bando, el color, la frase o la filosofía de fondo, un estado totalitario será siempre peligroso para el individuo. Pretenderá acabar con la diversidad de opinión y tomará todo aquello que no esté a favor, como una postura en contra y como un enemigo natural que hay que destruir. Fulminará las ideas del pueblo, ejecutando a la luz pública a todo aquel que se atreva a pensar diferente y convencerá con toda clase de ideas a los que queden vivos de la necesidad de seguir ciegamente una ideología vaga y sin sentido, destruyendo la lógica y el sentido común. El miedo será su ingrediente principal y venderá para combatirlo un camino de aparente luz que no hace más que defender las mismas posiciones cómodas para todos aquellos que necesitan de las mayorías para conservar el poder. ¿No es eso lo que ha sucedido persiguiendo diferentes ideas en la historia del mundo? Esto no es un asunto de derecha o de izquierda sino de conveniencias de unos pocos, sin importar qué ideas supuestamente defienden. Orwell lo enmarca perfectamente en su "1984". Pero el libro no sólo habla del sometimiento de un partido político. Las personas ha perdido por completo la intimidad, encuentran una telepantalla por doquier que los graba y a través de la cual pueden adivinar sus pensamientos. Existe una Policía del Pensamiento, que combate cualquier idea adversa a lo correcto. Existe un Ministerio de la Verdad, que reescribe la historia a diario y que borra personas de la memoria de quienes los conocieron como por arte de magia. Existe una neolengua, que carece cada vez más de palabras y que simplifica la expresión escrita y hablada como símbolo de la limitación de las ideas. Existe la guerra todo el tiempo, una guerra que no se gana ni se pierde pero que fomenta el miedo y el carácter salvador de un líder que no hace nada por el pueblo. Existen los crímenes mentales, porque en esa sociedad, como en la nuestra, pensar es un crimen.

Orwell escribió esta obra y "Rebelión en la granja" como una crítica al sistema de Stalin, que terminó siendo igual o peor al zarismo que originó el movimiento del pueblo en primer lugar. Sin embargo, nuestra sociedad está inmersa en una realidad parecida. Pensar es inaceptable. Pensar diferente es un imposible. Las ideas se limitan cada vez más. La privacidad no existe, aunque a diferencia del libro, en nuestra sociedad sucede porque así lo buscamos. 

"Lo importante no es tanto mantenerse vivo, sino mantenerse humano." 


domingo, 25 de febrero de 2018

La noche estrellada

“I want to touch people with my art. I want them to say 'he feels deeply, he feels tenderly'.”


Nunca había estado en alguna clase de arte antes, salvo por una siendo adolescente que tuve que interrumpir por diversos problemas. El año pasado decidí entrar al curso de "La luz y la sombra en el dibujo artístico" en la Nacional y me encontré de frente con el arte en la academia, muy diferente de mi ejercicio autodidacta que progresa a punta de ensayo y error y tutoriales de YouTube. Fue la primera vez en la vida que un profesor me preguntaba cómo me sentía varias veces durante la clase y en donde la frustración, la alegría y cuanta emoción lleve uno en el alma es la materia prima para realizar la clase. El arte es eso, finalmente, puro sentimiento. La finalización del curso coincidió con el estreno de "Loving Vincent", la película animada basada en varias de las más de 900 pinturas que dejó Van Gogh al morir en extrañas circunstancias.

La vida de Vincent Van Gogh comenzó complicada. Le dieron el mismo nombre que a su hermano mayor mortinato, por lo cual vio desde muy pequeño cómo sus padres sufrían por un primogénito perdido frente a la tumba que llevaba su mismo nombre. Vincent no fue un estudiante aplicado, sino más bien ese hijo del que nada se esperaba porque comenzaba las cosas pero nunca las terminaba. Lo que sí se mantuvo a lo largo de toda su vida fue el amor por el arte, que encontró su apogeo en París, donde había ido como parte del negocio de comercio de obras de arte de su tío. Fue despedido de la galería y también de muchos otros trabajos e intentos de ingreso a universidades por su incapacidad de subordinarse. A veces tengo la sensación de que muchas de las grandes mentes del mundo padecen por lo mismo. Decidió entonces ser un predicador pero llegó a extremos complicados debido a su actitud y su falta de desenvolvimiento social. Su hermano menor, Theo, quien sería una figura de gran importancia en su vida, le convenció en el punto más álgido de dedicarse a la pintura, con el apoyo económico que él le ofrecía (y le ofreció siempre). Pintar no es nada barato. Los materiales son costosos y se requiere invertir una gran cantidad de tiempo, por lo cual vivir de la pintura resulta una labor heroica. Sin Theo, Vincent no habría podido pintar nada.

Vincent anduvo como judío errante por diferentes ciudades, haciendo y perdiendo amigos, quizá por la dureza de éstos o por la sensibilidad de él y con varios fracasos amorosos en serie. Al parecer vivió con un presupuesto muy bajo e incluso mal alimentado la mayor parte del tiempo. Vincent no tenía un temperamento fácil y Theo fue muy paciente con él. Juntos en París de nuevo, logró convencerlo de pintar utilizando más colores, en lugar de los tonos terrosos y oscuros que había utilizado hasta ese momento. París fue su mejor etapa, según dicen no sólo por el embriagante ambiente de la ciudad sino también por la influencia del arte japonés, hermoso, sencillo y colorido. Sin embargo, su salud mental y emocional no era precisamente la mejor. Abandonó la ciudad de la luz y se fue al sur de Francia, a Arlés donde siguió pintando un sinnúmero de paisajes y personas que veía, con ese estilo que todos conocemos de pinceladas gruesas y fuertes y colores vivos. Intentó formar un taller de artistas con un pintor de apellido Gaugin, pero hubo serios altercados entre los dos artistas y no se sabe bien cómo, Van Gogh terminó cortándose el lóbulo de la oreja izquierda con una navaja, tras una gran discusión con Gaugin que marcó su partida de Arlés. Hay quienes afirman que no fue una auto-mutilación sino un ataque, pero como muchos momentos de la vida de este polémico artista, no se sabe a ciencia cierta qué pasó. Lo cierto es que Vincent fue luego del incidente con el lóbulo cortado envuelto en un pañuelo y lo entregó a una prostituta en un burdel cercano. Luego de este incidente y el matrimonio de Theo, Vincent termina recluido en un hospital mental desde donde pintó mi obra favorita: "La noche estrellada". En teoría, esta época estuvo marcada por un gran desequilibrio mental del pintor, pero quienes han analizado sus obras afirman que Van Gogh nunca pintó en algún estado de perturbación mental y que sus obras fueron realizadas en perfecto control. Para mí, Van Gogh era más bien un alma torturada.

Vincent terminó su vida en Auvers-sur-Oise. Al principio, pareció ser la época con mayor tranquilidad y creación artística, bajo el cuidado del Dr. Gachet. Pero luego, atacan de nuevo la ira y la depresión hasta sellar su destino con una herida de bala en el pecho que le cobrará la vida dos días después en la cama que tenía en una pensión del pueblo. Vincent murió de 37 años, tras ir al campo a pintar y regresar herido sin sus implementos artísticos. Nunca fueron encontrados. No se supo bien qué pasó, algunos dicen que fue un suicidio y otros que fue un homicidio. Theo murió 6 meses después y fue enterrado junto a su hermano.

Van Gogh hace un uso del color que expresa mucho. Quizás por eso me gusta tanto. No pretende ser realista sino exagerar, para expresar mejor lo que está viendo, como si uno le pudiera subir el "volumen" observable a las imágenes. Él decía que así podía expresarse con más fuerza. En vida únicamente vendió tres cuadros y la apreciación de su estilo sólo ocurriría después de su muerte. Este artista, que vivió de lo que podía darle su hermano, fue el creador de una de las obras más caras del mundo (El retrato del Dr. Gachet), vendida por 82.5 millones de dólares. Y jamás lo supo. Tampoco supo nunca que inspiró junto con otros artistas a toda una generación de pintores y que su estilo marcaría el punto de partida del expresionismo (de nuevo, junto con otros artistas). Van Gogh no supo nunca lo grande que fue para el mundo.

La película me encantó y me causó una tristeza infinita. La vida de Vincent Van Gogh no fue fácil y sin embargo, logró sacar de ella una colección de creaciones maravillosas. Tal vez eso es lo increíble de los humanos, en medio de todas las cosas tan terribles que podemos ocasionar.




domingo, 4 de febrero de 2018

Cambios de Perspectiva

Estuve en Miami durante unos días para presentar un póster en un congreso de células madre que reunió personas de todas partes del mundo y me encontré con una serie de epifanías no sólo a nivel profesional sino también a nivel personal. Es difícil pretender escribir un compendio de todas, así que será mejor lanzar ideas sueltas sobre todas esas cosas que descubrí con un corto viaje.
  • Un africano estaba deambulando por la sala del hotel fuera del salón de conferencias justo después de las charlas que inauguraron el congreso. Parecía estar buscando con quién entablar conversación. Se acercó a la mesa en la que tomábamos un vino con una estudiante de doctorado de una universidad en Nueva Zelanda - pero claramente de origen Indio - y nos saludó amablemente. Trabaja en un laboratorio de células madre en Nigeria. Nosotras, las colombianas, le entablamos conversación, mientras la estudiante de doctorado lo observaba como si fuera de otra especie y le dijo que ella era de Nueva Zelanda. No le habló más. De momento, lo único en lo que pude pensar es que si ya es difícil hacer ciencia en Latinoamérica, en África debe ser toda una odisea. El congreso le financió parte de su viaje y estadía en Miami para presentar un póster. Sin embargo, no mucha gente lo tenía en cuenta. Nosotras sí, pero hubo un punto en que se integró demasiado y nos cansamos. Sin embargo, siempre fuimos amables.
  • Había gente de todas partes del mundo. Había científicos que han escrito capítulos de libros y revisiones que he leído. Parecían dioses del Olimpo, solo hablaban entre ellos y nos tomamos una foto con una super-estrella de las células madre hematopoyéticas. Presentaron todos trabajos muy diversos, algunos avances importantes y otros cuestionables. No sé por qué seguimos pensando que somos inferiores. No es así. Pero lo que sí es cierto es que necesitamos trabajar duro y sobretodo, juntos.
  • Durante nuestra estadía en el congreso, recibimos un correo electrónico de aceptación de otro artículo. Uno de los evaluadores decía que nuestra contribución era pequeña pero de gran importancia para el banqueo de sangre de cordón umbilical. Necesitamos seguir con esto. Necesitamos construir país, al menos desde donde podemos, que es la ciencia. Necesitamos gente que quiera darlo todo acá, seguir luchando, salir y ver cosas y traerlas a Colombia, porque si de algo estoy segura es que somos capaces.
  • Una estudiante de doctorado mexicana nos detuvo para preguntarnos si éramos colombianas. Dijo que nos reconocía el acento porque tiene varios compañeros de Colombia. Hablamos bastante, como si fuera un mismo idioma secreto, un mensaje entre líneas, como si nos conociéramos de toda la vida. Llegué amando más a Latinoamérica que antes, la calidez de las personas, la amabilidad, las risas. Las cosas funcionan diferente en Miami, a pesar de ser una ciudad principalmente de latinos, pero aún así, se siente eso, ese factor invisible que te hace sentir que eres de una gran familia mestiza cuando te cruzas por la calle con un cubano, un mexicano, un argentino u otro colombiano.
  • El conductor de un Uber era claramente paisa y nos preguntó qué estábamos haciendo allá. Le contestamos someramente que estábamos en un congreso y entonces él comenzó a hacer preguntas sobre células madre, sobre sangre de cordón umbilical y sobre el tratamiento de enfermedades. Nos dijo que él también era científico y - seguramente - ante nuestros rostros incrédulos nos comentó el trabajo que hizo en su tesis de doctorado y en los dos post-doctorados que había hecho en Estados Unidos. Se aburrió de la academia y decidió optar por la industria farmacéutica, pero el proceso de aplicación y eventual contratación toma mucho tiempo, así que decidió manejar en Uber para sostener a su familia. Ese mismo día me había estado cuestionando seriamente sobre si quería hacer el doctorado y mis motivaciones para hacerlo.
  •  Amo las frutas. Son una pasión descontrolada. También amo los jugos naturales sin azúcar. Casi no se encuentran allá, sólo pudimos ver frutas de verdad en Whole Foods. Estuvimos tranquilas cuando vimos que a algunas fresas les crecieron hongos. Recordé esa vez que una amiga que vive en Houston me dijo que desconfiaba de la cantidad de conservantes en la comida desde que un pollo crudo se le quedó fuera de la nevera un día y una noche enteros y no le pasó nada. Nada en absoluto.
  • Qué lindo es tomar una copa de vino blanco de Nueva Zelanda frente al mar. Qué lindo es caminar por la playa en la noche. Qué lindo es sentir la brisa. Qué lindo es ver las luces de la ciudad. Y qué gran momento ese para filosofar. 
  • Noté que las colombianas tenemos fama de ser increíblemente celosas. Al parecer, no soy la única que a veces actúa tan erráticamente. No voy a mentir: fue un alivio. Aunque también un argumento para lanzar a lo lejos tantas inseguridades. 
  • Probé el queso francés más rico que he comido jamás, armando una cena improvisada con pan francés y roast beef. 
  • Sentí muchísimos nervios por salir del país. Una cosa es ir a donde la familia en Estados Unidos a los 17 años con la mamá y otra muy distinta es salir a los 29 a presentar un trabajo en un congreso. No sé a qué le tenía tanto miedo, pero Ana María dice que cuando hay miedo es porque vienen cosas grandes. Sin embargo, a veces creo que simplemente me acostumbré a vivir así y ya no tiene sentido. Hay que afrontar la vida como venga y bueno, improvisar.
  • Perdí por descuido una chaqueta que fue un regalo de alguien muy importante para mí. Me quedó solo la capota porque se quedó en Colombia. Recordé esa vez que perdí la carroza del castillo de cenicienta que me habían regalado mis papás. Las cosas van y vienen. Siempre. El apego a lo material es inevitable, al parecer, pero hay que aceptar esas realidades. Quien me regaló la chaqueta sigue estando aquí presente y sigue siendo parte de mi corazón. Supongo que eso es más importante.
  • Siento que de alguna manera, estar alejada de todos, no tener internet y conocer cosas nuevas aunque fuera por unos pocos días, me dio un cambio de perspectiva. Hice bien en tomar distancia de las redes sociales. Las redes de afecto con las personas se sostienen a pesar de la distancia o de las fallas en la comunicación. Lo que es realmente importante brilla en el centro de todo, sin importar las circunstancias. Tenemos que unirnos más para trabajar y dejar de lado los detalles insignificantes. Hay una gran cantidad de personas que quiero y me quieren. Es necesario vivir al máximo porque la vida, en últimas, es demasiado corta. Esas cosas ya las sabía, pero de alguna manera, no las entendía.

Defender lo indefendible

Por políticas internas casi siempre he preferido abstenerme de escribir sobre temas polémicos en este blog, básicamente porque nació como un...