jueves, 24 de marzo de 2016

Investigación básica y clínica

Por las razones que ya expuse alguna vez en otra publicación de este blog, decidí estudiar biología y no medicina. Las ciencias básicas son cautivadoras y con los años me han fascinado prácticamente todas (de lo poco que sé de cada una), incluyendo la física que representó mi mayor dificultad. Sin embargo, siempre busqué ligar de alguna manera la investigación básica con la aplicación clínica, no sólo por ver los efectos en la vida real de lo que se observa en un laboratorio sino también porque tenía claro que es bien diferente tener un paciente de oncología a tener un cultivo de células tumorales. Sin embargo, la diferencia resulta ser muchísimo más grande de lo que yo tenía en mente.

Desde hace un año estoy trabajando en un Banco de Sangre de Cordón Umbilical, el único banco público del país, en el cual se procesan y almacenan unidades de sangre del cordón umbilical de neonatos de la red hospitalaria distrital, bajo una política de donación. Esta sangre puede reducirse a un volumen menor, que permita concentrar las células y puede congelarse en nitrógeno líquido durante años, para que en algún momento, un paciente que padezca alguna enfermedad como leucemia y que sea compatible con alguna de las unidades almacenadas, reciba un trasplante de células progenitoras hematopoyéticas. Lo que sucede en teoría es que esas unidades, que contienen todo tipo de células sanguíneas provenientes de un bebé saludable (y cuya colecta no representó ningún tipo de riesgo para la materna o el neonato) pueden descongelarse e inyectarse en el torrente sanguíneo de un paciente que ha sido sometido previamente a quimioterapia o radioterapia (para el caso de leucemias) y hallarán por señales químicas el camino correcto hasta la médula ósea, donde se alojan durante la vida las células madre que reconstituyen todos los tipos celulares de la sangre. Si todo sale bien, las células del donante llegarán a la médula, se instalarán definitivamente y serán capaces de reconstituir el sistema inmune del paciente. Hasta el momento no se ha realizado el primer trasplante con nuestras unidades, porque siendo el primer banco público del país, primero hay que construir las relaciones institucionales con quienes realizan el procedimiento y que suelen importar las unidades de Estados Unidos o de Europa. En este momento, se está avanzando en ello.

Sin embargo, sí han rotado por el banco numerosos residentes de oncohematología (pediátrica y de adultos) y nos han contado sus experiencias y las que viven diariamente los médicos especialistas que trabajan en el campo y que requieren el uso de las unidades. La realidad clínica está llena de variables que no pueden controlarse, no solo desde el punto de vista fisiológico sino también del administrativo. Por una parte, un trasplante se sugiere bajo ciertas condiciones específicas y no son favorables para todo tipo de enfermedades. El conocimiento es un campo en crecimiento, no solo en el laboratorio sino día a día en los hospitales y por alguna razón, yo había dado por sentado que ellos no tenían que lidiar con ese tipo de incertidumbre. Por si fuera poco, los trámites administrativos que entorpecen los procesos son un factor de gran impacto, sobretodo en situaciones como éstas en que unos días o meses pueden tomar un costo tan alto como una vida o la recuperación total de un paciente. Todo parecía más sencillo cuando lo leía en los artículos científicos, básicamente en estudios retrospectivos. 

El banco está creciendo y las oportunidades también. Hay muchas personas trabajando para ofrecer de alguna manera medicina de calidad, no sólo en términos de sangre de cordón sino también de sangre periférica y tejidos como córnea, piel y tejido amniótico. Es gratificante saber que lo que se hace en el laboratorio, las estandarizaciones, los experimentos y los retos no se van a quedar en un cuaderno o en un artículo sino que tal vez, si todo sale como esperamos, pueda migrar hacia el mundo clínico, ese del que poco se sabe desde la ciencia básica y el cual necesita nutrirse todo el tiempo. Algún día, quizás, este país entienda que esa es la única forma de progresar, integrando las áreas del conocimiento.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Ya no necesito...

Casi desde el momento en que puse un pie en el departamento de biología en el 2006, me convencí de que el único camino que me esperaba sería hacer un posgrado, más específicamente un doctorado en alguna parte lejos de esta tierra tercermundista que me vio nacer. Estudiar biología en la Nacional era básicamente un peldaño, el primero, para lograr ver mis iniciales al lado del de universidades internacionales de renombre, esas que parecen tan inalcanzables y que constituyeron mi sueño infundado en algún momento de la vida. No está mal soñar algo así. No está mal el sinnúmero de mis compañeros que se han ido, que han conseguido becas y que siguen subiendo peldaños de esa jerarquía de instituciones educativas y de investigación que nos enseñaron desde que entramos a estudiar. Yo vivía de sueños prestados, de historias ajenas, de aquel profesor que estudió biología celular en Estados Unidos, de la que hizo un doctorado y dos post-doctorados en bioquímica en Alemania y del que investigó sobre microbiología en el Instituto Pasteur. Si alguno había estudiado en universidades en Suramérica y peor aún, en Colombia, lo subestimábamos automáticamente, asegurando que era menos que los otros. Ni siquiera nos tomábamos la molestia de evaluar si esos que estudiaron fuera del país de verdad eran tan brillantes como pensábamos y si los que estudiaron acá tenían en realidad algún tipo de inferioridad académica. Simplemente lo dábamos por sentado.

Los años han pasado y muchos, muchísimos de mis compañeros efectivamente se fueron del país para hacer maestrías y doctorados. Mi cuenta de Facebook diariamente está llena de personas que conocí o con quienes estudié publicando artículos, ingresando a otras universidades aún más prestigiosas que las anteriores en las que estuvieron, hablando de sus proyectos de doctorado y post-doctorado. Ese mismo panorama se viene repitiendo desde que comencé - hace creo cuatro años - la maestría en la Nacional, pero la que cambió soy yo. En ese momento, me sentí tan inferior como aquellos a quienes juzgábamos por no tener títulos de fuera del país. Pensaba que no iba a realizarme como profesional hasta obtener un cartón de otro lado, aparecer en fotos en Europa, publicar al mundo artículos científicos con mi apellido encabezando la lista de autores y haciendo parte de algún grupo de investigación importante en cualquier país lejos de Latinoamérica. No sé exactamente qué pasó, pero ya no me parece que sea inferior y tampoco que necesite todas esas cosas para considerarme una buena profesional y mucho menos para ser feliz. Ya no me muero por ganarme una beca ni por publicar 20.000 artículos y sigo queriendo las fotos en Europa, pero más de paseo que en cualquier otro plan. Sí quiero seguir estudiando, eso es seguro, pero creo que ya no necesito demostrarle a nadie que me gané algo o que mi foto aparece en algún lado o que mi nombre está en alguna institución importante. Ahora mismo, en donde estoy, tengo la oportunidad de hacer lo que me gusta, acá en este país tercermundista, con gente que conozco, que me agrada y que tiene como principal objetivo hacer las cosas bien hechas. Ahora mismo, no quiero irme, quiero seguir trabajando acá. Ya no necesito demostrar nada.    

Defender lo indefendible

Por políticas internas casi siempre he preferido abstenerme de escribir sobre temas polémicos en este blog, básicamente porque nació como un...