jueves, 3 de enero de 2013

Los Farruco: la historia hecha flamenco

La danza sin historia no es lo mismo, no es nada. O bueno sí, si es algo, es pura técnica, una secuencia determinada de pasos cuidadosamente pensados para coincidir con la música, con el vestuario, con el escenario, con el estilo. Pero el asunto es que si uno no está empapado realmente del contexto histórico de la danza, si no sabe a ciencia cierta qué está haciendo, de dónde salió, por qué se realiza así, por qué cada uno de los elementos que utiliza tienen un papel fundamental en la riqueza cultural de un pueblo, lo que puede transmitir no es mucho más que la habilidad en la ejecución de los movimientos y la sonrisa que produce la actividad física.

Algo me pasa a mí con los gitanos y con el flamenco que no puedo explicar con palabras y que tampoco sé de dónde salió. Pudo ser la eterna admiración que tenían mis abuelos y que conserva mi mamá por Lola Flores, o ese disco de Javier Solís en que cantaba música española que encontré en la colección de mi abuelo alguna vez o que mis padres me hayan inscrito a cursos de flamenco desde los 5 años o la cruzada que emprendió mi papá por conseguir un disco original con una jota llamada “La madre del cordero”. Lo que sí es cierto es que hasta hoy la música y el baile flamenco - tanto los cantos tan típicos de los gitanos como sus versiones más estilizadas - me erizan la piel y me emocionan increíblemente. Andrea lo sabe y es por eso que me invitó para celebrar mi cumpleaños a ver una película de Carlos Saura llamada Flamenco que consta de varios clips de cantaores y bailaores de todas las edades y estilos. Aparece entonces Manuel, “el carpeta”, un niño de 14 años con un estilo muy particular de baile y me llama más la atención que todos los demás, aún cuando está Sara Baras, una de las más grandes bailaoras del género.



Manuel, "El carpeta"
La razón por la cual “el carpeta” es tan llamativo no es únicamente su edad y su habilidad sino ese brillo en los ojos, la expresión en el rostro, los movimientos como una fiera, que lo hace a uno estremecerse sin saber bien por qué. Uno puede aprender muchas cosas sobre el flamenco en términos técnicos, que a cada pieza musical se le llama un palo los cuales pueden clasificarse de acuerdo con la métrica de la música, siendo las que más conocemos la bulería, la soleá y la alegría todas con 12 tiempos pero con diferencias en el tempo. Un bailaor debe conocer la estructura rítmica de los palos para saber cómo acomoda los movimientos aún si está improvisando. Sin embargo, me he dado cuenta que para todo en la vida - y más en cualquier actividad artística - el conocimiento teórico no lo es todo. Los gitanos llevan el flamenco en la sangre, en las entrañas. Me pregunté de dónde sacaba “el carpeta” a sus escasos 14 años tanta pasión para bailar, tanto sentimiento.

Antonio, el patriarca, "El Farruco"
El flamenco se originó en Sevilla pero nadie sabe bien cómo, cuándo ni por qué. Es música gitana, pero hay tribus gitanas en muchas partes con costumbres diferentes, solo asomarse a los Balcanes muestra estilos de música y danza totalmente distintos. Lo cierto es que los gitanos que estaban en España andaban por aquí y por allá y entre ellos estaba el guitarrista Ramón Montoya y su hija, una bailaora desde la más tierna infancia a quien llamaban “La Farruca” por su carácter indomable. Tuvo un hijo en Pozuelo de Alarcón en 1935 al cual llamó Antonio Montoya Flores “Farruco” (El patriarca) que se convirtió en bailaor desde muy joven y que adoptó un estilo muy particular, comparado incluso con movimientos de los animales que hay en el campo. 

Rosario, "La Farruca"
El farruco nació y creció en esta familia gitana aún medianamente nómada, se casó a los 14 años, tuvo su primer hijo a los 15 y enviudó a los 16. Tuvo cinco hijas y un único hijo varón y tenía la ilusión de que él continuara con la herencia de baile de su padre, pero lamentablemente murió en un accidente cuando tenía 18 años. Farruco quedó devastado y se retiró del baile pero sus hijas Rosario y Pilar, quienes habían crecido también en este mundo de zapateo y coplas gitanas conservan en las venas el estilo particular del padre y comienzan a bailar hacia los 15 años, haciéndose llamar “La Farruca” y “La Faraona”. La historia no está muerta aún cuando su hermano ya no esté y perdurará con los hijos que ellas tendrán más adelante, comenzando con el primogénito de Rosario, Juan, a quién llamará “Farruquito” y que se convierte en la nueva ilusión del patriarca después de la muerte de su hijo. 

Juan, "Farruquito"
A Farruquito le enseñará todo lo que sabe, le mostrará junto con su familia no sólo la teoría musical y de danza sino toda la historia del pueblo de sus ancestros. Farruquito es elegante y versátil y hoy en día continúa con la tradición de su familia adaptándola a escenario sin perder ese sentimiento indómito que ha caracterizado toda una estirpe. Nace 6 años después el segundo hijo de La Farruca, Antonio, quien adoptará no solo el mismo nombre de su abuelo sino también su apodo, “Farruco” (o “Farru”), que baila con un estilo mucho más fuerte y a veces menos apegado a la estructura típica del flamenco. “Farru” tiene una personalidad muy diferente a la de su hermano, pero aún así es un maravilloso bailaor.

Antonio, "Farruco" o "Farru"
Diez años después nacerá Manuel, “el carpeta”, que se robó mi corazón y se llevó toda mi atención en la película. Manuel no alcanzó a conocer a su abuelo - o al menos no que recuerde - pero sus hermanos mayores y su madre se encargaron de enseñarle todo lo necesario. Su apodo fue asignado por el mismo patriarca, porque dice que en él se ha compilado todo ese sentimiento al bailar, todas las generaciones juntas. Me sigue sorprendiendo que a pesar de ser tan joven pueda bailar así como lo hace, con el peso de toda una historia que lo precede aún cuando no la conoció, aun cuando no vivió ni vio la época de su abuelo y de su bisabuela, cuando los gitanos trabajaban en lo que podían, cuando iban a las minas cerca de Sevilla, cuando con el sonido de las herramientas inventaban melodías que acompañaban con coplas y que expresaban el dolor, la alegría, el amor, el desamor, la tragedia y el éxito de un pueblo que tocaba guitarra, cantaba y bailaba con sus penas.



Uno puede aprender técnicas de danza, acrobacias, movimientos increíbles, moverse como si no tuviera huesos en el cuerpo pero el sentimiento, lo que transmite, lo que experimenta al bailar no es sólo eso. La historia que lleva en cada célula del cuerpo esta familia sale por los poros cada vez que escuchan los acordes de la guitarra, las coplas del cantaor y las palmas del público que llevan al unísono el ritmo de la música. El patriarca, Farruco, podría no tener la figura más estilizada, ni el estilo más “apropiado” para un escenario elegante, pero era puro sentimiento y eso es lo que han heredado cada uno de sus descendientes. El arte no parece buscar la perfección ni la ejecución perfecta de la teoría. El arte busca expresar algo. La danza sin historia no es lo mismo y "el carpeta" es la prueba. Me despido con esta presentación de él, que me encanta.



1 comentario:

  1. Comparto plenamente tus sentimiento hacia el flamenco. Yo no sé de dónde me nace y mira que yo estoy bien lejos y mi árbol genealógico está lleno de huecos. Soy uruguaya y vivo en Uruguay; jamás he estado en España, pero vivo y respiro flamenco. Mi hija se llama Pastora en honor a la Niña de los peines y admiro a muchos: Carmen Amaya, Angelita Vargas...tantas y tantos. Mi bailaor preferido es el Farru porque baila como si el alma se le fuera a salir del cuerpo ya él no le importara. En cuanto al Carpeta... esa criatura es una bendición para en flamenco, por su intensidad, su fiereza, su instinto y su técnica. Creo que los va a superar a todos. Felicitaciiones por tu artículo

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