La danza sin historia no es lo
mismo, no es nada. O bueno sí, si es algo, es pura técnica, una secuencia
determinada de pasos cuidadosamente pensados para coincidir con la música, con
el vestuario, con el escenario, con el estilo. Pero el asunto es que si uno no
está empapado realmente del contexto histórico de la danza, si no sabe a ciencia
cierta qué está haciendo, de dónde salió, por qué se realiza así, por qué cada
uno de los elementos que utiliza tienen un papel fundamental en la riqueza
cultural de un pueblo, lo que puede transmitir no es mucho más que la habilidad
en la ejecución de los movimientos y la sonrisa que produce la actividad
física.
Algo me pasa a mí con los gitanos
y con el flamenco que no puedo explicar con palabras y que tampoco sé de dónde
salió. Pudo ser la eterna admiración que tenían mis abuelos y que conserva mi
mamá por Lola Flores, o ese disco de Javier Solís en que cantaba música
española que encontré en la colección de mi abuelo alguna vez o que mis padres
me hayan inscrito a cursos de flamenco desde los 5 años o la cruzada que
emprendió mi papá por conseguir un disco original con una jota llamada “La
madre del cordero”. Lo que sí es cierto es que hasta hoy la música y el baile
flamenco - tanto los cantos tan típicos de los gitanos como sus versiones más
estilizadas - me erizan la piel y me emocionan increíblemente. Andrea lo sabe y
es por eso que me invitó para celebrar mi cumpleaños a ver una película de
Carlos Saura llamada Flamenco que consta de varios clips de cantaores y
bailaores de todas las edades y estilos. Aparece entonces Manuel, “el carpeta”,
un niño de 14 años con un estilo muy particular de baile y me llama más la
atención que todos los demás, aún cuando está Sara Baras, una de las más
grandes bailaoras del género.
Manuel, "El carpeta" |
La razón por la cual “el carpeta”
es tan llamativo no es únicamente su edad y su habilidad sino ese brillo en los
ojos, la expresión en el rostro, los movimientos como una fiera, que lo hace a
uno estremecerse sin saber bien por qué. Uno puede aprender muchas cosas sobre
el flamenco en términos técnicos, que a cada pieza musical se le llama un palo
los cuales pueden clasificarse de acuerdo con la métrica de la música, siendo las
que más conocemos la bulería, la soleá y la alegría todas con 12 tiempos pero
con diferencias en el tempo. Un bailaor debe conocer la estructura rítmica de
los palos para saber cómo acomoda los movimientos aún si está improvisando. Sin
embargo, me he dado cuenta que para todo en la vida - y más en cualquier
actividad artística - el conocimiento teórico no lo es todo. Los gitanos llevan
el flamenco en la sangre, en las entrañas. Me pregunté de dónde sacaba “el
carpeta” a sus escasos 14 años tanta pasión para bailar, tanto sentimiento.
Antonio, el patriarca, "El Farruco" |
Rosario, "La Farruca" |
Juan, "Farruquito" |
A Farruquito
le enseñará todo lo que sabe, le mostrará junto con su familia no sólo la
teoría musical y de danza sino toda la historia del pueblo de sus ancestros.
Farruquito es elegante y versátil y hoy en día continúa con la tradición de su familia
adaptándola a escenario sin perder ese sentimiento indómito que ha
caracterizado toda una estirpe. Nace 6 años después el segundo hijo de La
Farruca, Antonio, quien adoptará no solo el mismo nombre de su abuelo sino
también su apodo, “Farruco” (o “Farru”), que baila con un estilo mucho más fuerte
y a veces menos apegado a la estructura típica del flamenco. “Farru” tiene una
personalidad muy diferente a la de su hermano, pero aún así es un maravilloso bailaor.
Antonio, "Farruco" o "Farru" |
Diez años después nacerá Manuel, “el
carpeta”, que se robó mi corazón y se llevó toda mi atención en la película. Manuel
no alcanzó a conocer a su abuelo - o al menos no que recuerde - pero sus
hermanos mayores y su madre se encargaron de enseñarle todo lo necesario. Su
apodo fue asignado por el mismo patriarca, porque dice que en él se ha
compilado todo ese sentimiento al bailar, todas las generaciones juntas. Me
sigue sorprendiendo que a pesar de ser tan joven pueda bailar así como lo hace,
con el peso de toda una historia que lo precede aún cuando no la conoció, aun
cuando no vivió ni vio la época de su abuelo y de su bisabuela, cuando los
gitanos trabajaban en lo que podían, cuando iban a las minas cerca de Sevilla,
cuando con el sonido de las herramientas inventaban melodías que acompañaban
con coplas y que expresaban el dolor, la alegría, el amor, el desamor, la
tragedia y el éxito de un pueblo que tocaba guitarra, cantaba y bailaba con sus
penas.
Uno puede aprender técnicas de
danza, acrobacias, movimientos increíbles, moverse como si no tuviera huesos en
el cuerpo pero el sentimiento, lo que transmite, lo que experimenta al bailar
no es sólo eso. La historia que lleva en cada célula del cuerpo esta familia
sale por los poros cada vez que escuchan los acordes de la guitarra, las coplas
del cantaor y las palmas del público que llevan al unísono el ritmo de la
música. El patriarca, Farruco, podría no tener la figura más estilizada, ni el
estilo más “apropiado” para un escenario elegante, pero era puro sentimiento y
eso es lo que han heredado cada uno de sus descendientes. El arte no parece buscar
la perfección ni la ejecución perfecta de la teoría. El arte busca expresar
algo. La danza sin historia no es lo mismo y "el carpeta" es la prueba. Me despido con esta presentación de él, que me encanta.
Comparto plenamente tus sentimiento hacia el flamenco. Yo no sé de dónde me nace y mira que yo estoy bien lejos y mi árbol genealógico está lleno de huecos. Soy uruguaya y vivo en Uruguay; jamás he estado en España, pero vivo y respiro flamenco. Mi hija se llama Pastora en honor a la Niña de los peines y admiro a muchos: Carmen Amaya, Angelita Vargas...tantas y tantos. Mi bailaor preferido es el Farru porque baila como si el alma se le fuera a salir del cuerpo ya él no le importara. En cuanto al Carpeta... esa criatura es una bendición para en flamenco, por su intensidad, su fiereza, su instinto y su técnica. Creo que los va a superar a todos. Felicitaciiones por tu artículo
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