Ando de pelea con la sociedad. Me
siento inconforme con su estructura, con el ojo inquisidor e inmiscuido
de algunas personas que me rodean, con el modelo de cosas por hacer, por
seguir, de las cosas prohibidas, de las que no pueden ser porque otros dicen.
¿Quiénes son esos que lo dicen y por qué lo hacen? ¿Quién los ha puesto ahí?
¿Por qué hay quienes creen tener autoridad moral? ¿Dónde está el libro de cómo
se vive la vida para que lo compartan?
Vargas Llosa explora desde una
óptica bastante particular la pérdida de la individualidad en la sociedad en
que estamos en su obra “Los Cuadernos de don Rigoberto”. En teoría es una novela
erótica pero tiene un trasfondo mucho más profundo de lo que uno podría
imaginarse. En especial me llaman la atención dos cosas: un discurso sobre el
feminismo y el descontento de don Rigoberto por lo que él llama el hombre-masa,
que finalmente caben en un mismo contexto.
En cuanto al feminismo, don
Rigoberto explica que no apoya la causa de las feministas, básicamente porque
esas luchas en pro de la igualdad que comienzan segregando a la gente en grupos
está recurriendo a lo mismo contra lo que lucha. Aclara sin embargo, que las
tesis son defendibles y que está de acuerdo aunque tiene una percepción cierta
e interesante: las mujeres hemos colonizado bastantes espacios que antes no
teníamos y eso implica un gran avance pero aún nos negamos el derecho al
placer. Eso lleva a dos puntos adicionales: quién nos quita ese derecho al
placer y a qué se refiere específicamente con placer. ¿Quién? Algunos dirán que
los hombres otros que las mujeres y lo cierto es que todos. El papel de
damisela en peligro ya está muy quemado, los hombres no son ogros, no “son de
tenerles miedo” y no nos enfrentan a nada a lo que no podamos sobrevivir (por
supuesto me refiero a condiciones cotidianas, no a la violencia porque eso es
otro contexto). La sociedad machista en que vivimos aplaude la coquetería
masculina por ejemplo, pero no duda un segundo en encasillar a las mujeres que
hacen lo mismo. Aplica para la infidelidad, para el sexo casual, para la forma
de vestir, de actuar, las elecciones que se hacen en la vida, para todo. Las
mujeres mismas nos llenamos de etiquetas sobre cosas que tenemos completamente prohibido
hacer aún cuando así lo sentimos porque eso nos ha enseñado la sociedad.
Nosotras mismas patrocinamos eso. A veces parecemos recreando épocas en las que
el único objetivo era buscar marido y tratamos de agradarles aún a costa de lo
que queremos y lo que sentimos. “Escuché que a Andrés le gusta que las viejas
le digan las cosas de frente, entonces voy a hacer lo mismo”, “a la prima de mi
mejor amiga los hombres le dicen que les encanta que es super tierna”, “a
Camila el novio le dijo que le encantaba que vive despeinada”, “la mejor amiga
de Marcela se los levanta a todos porque lee mucho”. Uno termina pareciendo una
colcha de retazos y olvida lo genuino, todo para agradarles a los hombres, o encajar
en la sociedad o incluso en los estándares impuestos en términos de apariencia
y comportamiento. Somos como somos y punto. Habrá gente a la que le guste y
gente a la que no, pero eso se sale de su jurisdicción.
El otro punto es similar pero don
Rigoberto lo usa para todos en la sociedad. Ha decidido tomar una alternativa
drástica y es retirarse de cuanto club, grupo y reunión lo generalice, lo
vuelva un individuo-masa. Nuevamente está peleando contra cadenas impuestas y
contra quienes se empeñan en condenar su proceder aún sin conocer el contexto y
es más, aún cuando sus actos no tienen consecuencia alguna en los ojos curiosos
que no pierden oportunidad de criticar y juzgar. Es evidente que somos seres
sociales y resulta imposible aislarse completamente o conservar los impulsos del
todo. Cargamos una historia cultural prácticamente impresa en la piel a partir de la que creamos una serie de barreras para contener nuestro comportamiento, que va a
estar ahí y es difícil de desafiar. Como dice un amigo, nuestros
gustos son espejos de espejos de varios años de construcción familiar que hemos
ido depurando con el tiempo. El comportamiento es igual, tiene un fuerte
componente histórico hasta que en algún punto, uno se aburre de la sociedad, lo
satura y lo cansa y siente la necesidad de hacer algo para liberarse, para ser
más uno, más genuino, más impulsivo, para dejar de obedecer reglas impuestas
quién sabe por quién que atentan contra lo que uno quiere y por lo que lucha.
La sociedad está convulsionada
por todas partes, hay miles de problemas, la gente tiene libertad aparente pero
no sabe bien cómo usarla, se han roto paradigmas…tengo la impresión de que algo
importante va a pasar. O de pronto es una simple esperanza. Sería bueno que
algo grande pasara.
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