domingo, 21 de agosto de 2011

Sostener una Guitarra

Probablemente no hay un universo más distante al de la ciencia que la música. En cinco años de carrera, los biólogos vemos dos cursos de matemáticas, dos de física, al menos tres de química, dos de genética, dos de inmunología, biología celular, dos de fisiología, dos de sistemática, evolución, muchos de ecología, pero evidentemente jamás música. Lo curioso es que más de uno de mis colegas toca algún instrumento, estuvo o está en una banda o quiso ver Apreciación Musical, esa materia conocida por ser excelente pero muy compleja para nosotros que nada sabemos del tema y que requiere mucho tiempo.

En el colegio en que estudié había un muy buen nivel académico pero lamentablemente en cuanto a cualquier tipo de expresión artística había que nacer aprendido porque nadie se iba a tomar la molestia de enseñarnos. En primaria había una profesora de danzas con uñas postizas rojas que de por sí ya daban miedo y que alguna vez nos obligó a hacer un baile rarísimo en el cual yo era “el diablo mayor”. ¡Hágame el favor! Todas vestidas de rojo, haciendo el mismo paso por unos tres minutos, con unos instrumentos tibetanos que no sabíamos manejar. Sin embargo y a pesar del ridículo público, seguí en clases particulares de ballet y luego flamenco hasta que un profesor del colegio alguna vez me dijo que le parecía genial que yo me atreviera a bailar aunque no lo hiciera nada bien. Sí, muchas gracias por el primer trauma adolescente. Nunca me recibieron en el grupo de danzas y siendo tan callada y tonta, decidí dejar de intentar porque yo no había nacido para eso.

Más o menos por la misma época, en clase de música estábamos aprendiendo a leer partitura y tocar flauta (como todo el mundo) cuando entró un profesor nuevo. Este tipo era muy exigente, aprendimos con él y todo, pero tenía una característica muy particular: para calificar, él no utilizaba números ni logros sino las siguientes categorías: Muy malo, malo, mediocre, medio-mediocre y bueno. Vamos a ver: a mí me encanta la música pero no es que tenga mucho talento, soy más bien lenta para aprender y si me siento frustrada lo abandono…ese año sobreviví a punta de “mediocres” y “medio-mediocres” y claro, al final concluí que era otra cosa para la cual no había nacido.

Unos años después, abrieron un “grupo de rock” en el colegio y estaban haciendo audiciones. Una amiga me convenció de presentarme cantando porque según ella no lo hacía mal. Había dos profesores de música en el momento y al que me hizo la audición le gustó y dijo que de pronto podía hacer coros. Bien, un triunfo. Sin embargo, una compañera de promoción cantaba muy bien y habían elegido a sus amigas para los coros, por lo cual viene el famoso “estamos completos”, no sólo para mí sino para todas aquellas que querían aprender a tocar batería o guitarra o al menos triángulo. La banda de rock ya tenía gente que sabía y a alguien se le ocurrió la genial idea de hacer entonces un “grupo regional”. Evidentemente, el grupo regional nació sólo para darnos contentillo, nunca aprendimos nada, no ensayamos nada y decidí que en los dos años restantes en el colegio, huiría de las tan famosas actividades complementarias. Efectivamente, décimo y once me la pasé en el salón con una amiga durante esas dos horas. Era eso o periódico escolar y preferimos escondernos en el armario del salón cuando pasaba la coordinadora de disciplina, para luego perder el tiempo tranquilamente. Es en ese momento en que estoy totalmente convencida de mi total incapacidad para hacer algún tipo de actividad artística.

En la Universidad sin embargo, tuve la oportunidad de aprender a pintar con acuarelas, pude ser libre en mi obsesión de dibujar anime, comencé a bailar de nuevo aunque esta vez danza árabe y bueno, lo de cantar o tocar instrumentos…ese es un daño permanente. Aunque sin embargo, sí me llama mucho la atención y en esas tardes de guitarra, mis compañeros tocaban y yo cantaba, sola o con amigas, sin entender qué carajo hacer cuando dicen que le suba el tono o lo baje. La ventaja es que por fin sentí que aunque no sea la revelación de la música, la pintura o la danza, puedo intentar cualquier cosa que me guste sin sentirme frustrada.

El viernes fue la primera vez en mi vida que sostuve una guitarra. Siempre he pensado que es increíble cuando alguien me cuenta que aprendió a tocar algún instrumento sin que le enseñaran. Eso me hace pensar que no sólo debo culpar al colegio sino también a mí, por dejarme ganar, por dejarme vencer tan fácil. Aprendí dos acordes de Anna Molly, una canción de Incubus que me gusta bastante, me demoré muchísimo tiempo pero al fin lo logré. Qué bonito es sostener una guitarra. Qué gratificante es enfrentar y vencer los temores.



domingo, 14 de agosto de 2011

La Importancia de un Pensamiento Crítico


Hemos repetido como loros que el problema de nuestro país es la educación. Yo lo he dicho un sinnúmero de veces, aún cuando no tengo el conocimiento suficiente de las leyes y la estructura educativa colombianas. Sin embargo, es otro el panorama que se ve desde donde estoy ahora y es a la vez triste comprender que nuestra cultura es un problema en sí, por ese facilismo, por esa falta de consciencia, por el individualismo excesivo. Eso es lo que hacemos: repetir como loros cuanta idea nos venden, cuanta frase interesante se nos atraviesa y que implica evitar utilizar las neuronas para investigar, para leer, para informarse y así construirse una idea propia, bien fundamentada, con argumentos reales. ¿El problema es el acceso a la educación? Sí, efectivamente, muchos colombianos no tienen la oportunidad de terminar sus estudios por diversos problemas sociales y económicos, pero y los que sí tienen oportunidad ¿qué? Ahí está lo más triste del asunto, muchos de esos (OJO, no todos) se quedan justamente en las ideas de “la inutilidad del aprendizaje”. He comprobado con tristeza que para muchos colombianos - no sólo niños y adolescentes sino también padres de familia - el conocimiento que debe adquirirse en el colegio, por ejemplo, es sólo parte de un protocolo que no tiene mayor significado.

¿Para qué le sirve a la niña entender la evolución si va a estudiar diseño de modas? ¿Para qué aprenderse los casos de factorización o las entidades trigonométricas si nunca más las va a utilizar en la vida? Así me lo han dicho... ¿Para qué? ¿En serio? Para construir una estructura de pensamiento, para desarrollar lógica, para aprender a relacionar, a construir argumentos, a inferir. Casi nada. Nos levantamos todos los días con la ilusión de interesar a los jóvenes en diferentes aspectos del conocimiento, utilizamos las herramientas que están a nuestro alcance, nos desgastamos preparando clases y muchos de ellos ven en todo eso una simple nota que deben conseguir para entrar a una prestigiosa universidad que tampoco van a aprovechar. NO ESTOY GENERALIZANDO, muchos no son así, pero hay un grupo enorme que sí lo es. Lo más triste de todo, es conocer personas que por motivos económicos no pueden acceder a la educación y que sí la aprovecharían, que incluso ante tanta adversidad y problema han logrado muchas cosas, tienen sed de conocimiento y aprovechan cada lección aprendida para la vida.

Las leyes en el país existen para todo, están escritas pero nada más, no se cumplen. Los programas educativos se ven perfectos escritos sobre el papel, pero la gente no los asume ni les da importancia y pueden obviarse fácilmente. Nos distraemos rápidamente con el escándalo de turno, crucificamos y matamos cuanta figura pública da papaya y la revivimos para crucificarla de nuevo y para rematar tomamos posiciones moralistas falsas, aparentamos estar en el lado correcto sin analizar realmente el contexto y pasados dos días, cambiamos de chisme y nos olvidamos por completo de la indignación que nos inundaba. Nos distraemos en problemas vanos, en pequeñeces y nos olvidamos de lo que realmente debería importarnos, porque para discutir sobre las cosas importantes, hay que leer, investigar y pensar. Nos quejamos por estar todos en la olla pero ver al prójimo triunfando por mérito nos alborota la envidia aún cuando sabemos que lo merecen y que nosotros en realidad no tenemos tanto empeño. “La ley del mínimo esfuerzo” como lo bautizó Garzón, no podría ser mas cierta. Y como si fuera poco, pregonamos un patriotismo de juguete, que sale a relucir sólo en los partidos de fútbol, en los juegos olímpicos o en los reinados. El orgullo por la patria es un término violado, ya no sé si subvalorado o sobrevalorado. Ni siquiera nos enteramos de las competencias internacionales de salsa, donde SÍ hemos ganado, al menos para dejar de renegar porque este país no logra nada. Pero es que el país es un pedazo de tierra, la gente es la que construye el país.

No pretendo implantar la idea de un patriotismo absurdo como el que originó la primera guerra mundial, ni idealismos, ni  repetir ideas de dientes para afuera, sin utilizar el cerebro...me gustaría al menos, plasmar la utilidad de la educación para crear un pensamiento crítico fundamentado y verdadero, que no se deje llevar por los comentarios amarillistas de los periódicos y los noticieros, que construya a un individuo íntegro capaz de vivir en sociedad. Puede avergonzarse o no de ser colombiano, eso es problema suyo, pero al menos aporte a la sociedad (mínimo al grupo de personas que lo rodea) lo mejor de usted, exprese ideas claras, concisas y argumentadas, al menos para conservar la coherencia de lo que piensa con lo que dice. Podemos criticar, sí, pero no cacareando como gallinas, recordemos siempre que construir un pensamiento crítico fundamentado no sólo requiere tiempo sino también conocimientos. Y ya que estamos en eso, sumémosle un poquito de respeto, así como tenemos la libertad -aunque no la usamos- de pensar de cierta forma, respetemos a quienes piensan diferente aún cuando no estemos de acuerdo. Complicado lograr algo así…agridulce este pensamiento.




viernes, 5 de agosto de 2011

Nostalgia o Sentimientos

Yo solía pensar que cualquier tipo de problema o dilema sentimental por una pareja parecía fácilmente superable comparado con la muerte, probablemente porque con la segunda he tenido contacto desde mi adolescencia y me ha golpeado fuerte y sin compasión, mientras que los dilemas sentimentales poco me han afectado. Sin embargo, he descubierto que todo puede tornarse igual de complicado al momento de alejarse de una persona que se ama profundamente, de levantarse después del golpe, de volver a sonreír después de un buen tiempo de tristeza. Ya sé lo que están pensando, una cosa es la muerte y otra es un dilema amoroso y tienen razón. Pero reflexionando un poco, creo que encontré el argumento de esa diferencia tan marcada.

Ella me dice que lo llamó hoy después de mucho tiempo para felicitarlo por su cumpleaños. Él ha sido tema importante de nuestras epifanías conjuntas y yo le había dicho que me parecía que él era su asunto pendiente, que el ciclo no se cerró correctamente y por eso ella no puede dejarlo, porque aún está enamorada del hombre que conoció y amó en esa época. Sin embargo, el punto neurálgico de nuestra conversación aparece cuando le pregunto si hay algún sentimiento genuino hacia él, al escuchar su voz por teléfono, al saludarlo, al preguntarle cómo está o si los nervios son sólo producto de hablar otra vez con esa persona con quien se compartieron tantos momentos buenos y malos, dueño de tantos recuerdos y del fantasma que siempre nos persigue: “¿qué habría pasado si hubiéramos seguido juntos?”
Mi tesis se cae cuando ella me responde con tranquilidad: “no, no sentí nada.” Epifanía. No está enamorada de él, está atrapada en los recuerdos, en los momentos buenos, en las salidas, pero no en los sentimientos. Ya no está enamorada de él, sólo extraña lo que vivieron.

¿Por qué mi comparación con la muerte? La muerte incluye el proceso de aceptación inmediata, no hay escapatoria, no vas a volver a ver, hablar, abrazar a esa persona y no hay nada que puedas hacer al respecto, no importa cuánto llores, cuánto reces, cuánto te lamentes por lo que hiciste o no hiciste. Tienes que acostumbrarte a la idea y eso es todo. No está y no volverá a estar. Sólo te quedan los recuerdos y tienes que vivir con eso. Sin embargo, con el tiempo la herida cicatriza un poco más y uno recuerda a la persona con alegría, aunque siempre pensando que esos tiempos se fueron y no volverán.

Cuando se termina una relación, es muy diferente. Todo se acabó, sí y duele mucho, pero esa persona queda por ahí, vagando por el mundo aunque sus vidas ya no se encuentren. Durante los primeros días, se guarda la inevitable esperanza de volver, de arreglar todo, de regresar a esa época en que todo funcionaba bien y estaban felices juntos. Con el paso del tiempo, los sentimientos cambiarán, pero el valor que esa persona tuvo en tu vida se conserva y se asocia eternamente con esos momentos que vivieron, buenos y malos. Si de repente se encuentran, el recuerdo inmediato serán todas esas vivencias del pasado y por lo tanto un mar de sentimientos encontrados, nostalgia, melancolía, alegría y tristeza los cuales se mezclan y pierdes el norte, no puedes diferenciar fácilmente qué es recuerdo y qué es actual, no es sencillo establecer si se ama a la persona todavía (probablemente no, porque ya habrá cambiado mucho con respecto a quién conociste y amaste) o si lo que se ama todavía es esa época de felicidad.

Viene entonces el reto: ¿lo que se siente es realmente amor o es la nostalgia de los momentos buenos del pasado? ¿Estás aferrado al individuo o al recuerdo? ¿Estás atrapado en un momento, en un contexto o en un sentimiento genuino y vigente?



Defender lo indefendible

Por políticas internas casi siempre he preferido abstenerme de escribir sobre temas polémicos en este blog, básicamente porque nació como un...