Hemos repetido como loros que el problema de nuestro país es la educación. Yo lo he dicho un sinnúmero de veces, aún cuando no tengo el conocimiento suficiente de las leyes y la estructura educativa colombianas. Sin embargo, es otro el panorama que se ve desde donde estoy ahora y es a la vez triste comprender que nuestra cultura es un problema en sí, por ese facilismo, por esa falta de consciencia, por el individualismo excesivo. Eso es lo que hacemos: repetir como loros cuanta idea nos venden, cuanta frase interesante se nos atraviesa y que implica evitar utilizar las neuronas para investigar, para leer, para informarse y así construirse una idea propia, bien fundamentada, con argumentos reales. ¿El problema es el acceso a la educación? Sí, efectivamente, muchos colombianos no tienen la oportunidad de terminar sus estudios por diversos problemas sociales y económicos, pero y los que sí tienen oportunidad ¿qué? Ahí está lo más triste del asunto, muchos de esos (OJO, no todos) se quedan justamente en las ideas de “la inutilidad del aprendizaje”. He comprobado con tristeza que para muchos colombianos - no sólo niños y adolescentes sino también padres de familia - el conocimiento que debe adquirirse en el colegio, por ejemplo, es sólo parte de un protocolo que no tiene mayor significado.
¿Para qué le sirve a la niña entender la evolución si va a estudiar diseño de modas? ¿Para qué aprenderse los casos de factorización o las entidades trigonométricas si nunca más las va a utilizar en la vida? Así me lo han dicho... ¿Para qué? ¿En serio? Para construir una estructura de pensamiento, para desarrollar lógica, para aprender a relacionar, a construir argumentos, a inferir. Casi nada. Nos levantamos todos los días con la ilusión de interesar a los jóvenes en diferentes aspectos del conocimiento, utilizamos las herramientas que están a nuestro alcance, nos desgastamos preparando clases y muchos de ellos ven en todo eso una simple nota que deben conseguir para entrar a una prestigiosa universidad que tampoco van a aprovechar. NO ESTOY GENERALIZANDO, muchos no son así, pero hay un grupo enorme que sí lo es. Lo más triste de todo, es conocer personas que por motivos económicos no pueden acceder a la educación y que sí la aprovecharían, que incluso ante tanta adversidad y problema han logrado muchas cosas, tienen sed de conocimiento y aprovechan cada lección aprendida para la vida.
Las leyes en el país existen para todo, están escritas pero nada más, no se cumplen. Los programas educativos se ven perfectos escritos sobre el papel, pero la gente no los asume ni les da importancia y pueden obviarse fácilmente. Nos distraemos rápidamente con el escándalo de turno, crucificamos y matamos cuanta figura pública da papaya y la revivimos para crucificarla de nuevo y para rematar tomamos posiciones moralistas falsas, aparentamos estar en el lado correcto sin analizar realmente el contexto y pasados dos días, cambiamos de chisme y nos olvidamos por completo de la indignación que nos inundaba. Nos distraemos en problemas vanos, en pequeñeces y nos olvidamos de lo que realmente debería importarnos, porque para discutir sobre las cosas importantes, hay que leer, investigar y pensar. Nos quejamos por estar todos en la olla pero ver al prójimo triunfando por mérito nos alborota la envidia aún cuando sabemos que lo merecen y que nosotros en realidad no tenemos tanto empeño. “La ley del mínimo esfuerzo” como lo bautizó Garzón, no podría ser mas cierta. Y como si fuera poco, pregonamos un patriotismo de juguete, que sale a relucir sólo en los partidos de fútbol, en los juegos olímpicos o en los reinados. El orgullo por la patria es un término violado, ya no sé si subvalorado o sobrevalorado. Ni siquiera nos enteramos de las competencias internacionales de salsa, donde SÍ hemos ganado, al menos para dejar de renegar porque este país no logra nada. Pero es que el país es un pedazo de tierra, la gente es la que construye el país.
No pretendo implantar la idea de un patriotismo absurdo como el que originó la primera guerra mundial, ni idealismos, ni repetir ideas de dientes para afuera, sin utilizar el cerebro...me gustaría al menos, plasmar la utilidad de la educación para crear un pensamiento crítico fundamentado y verdadero, que no se deje llevar por los comentarios amarillistas de los periódicos y los noticieros, que construya a un individuo íntegro capaz de vivir en sociedad. Puede avergonzarse o no de ser colombiano, eso es problema suyo, pero al menos aporte a la sociedad (mínimo al grupo de personas que lo rodea) lo mejor de usted, exprese ideas claras, concisas y argumentadas, al menos para conservar la coherencia de lo que piensa con lo que dice. Podemos criticar, sí, pero no cacareando como gallinas, recordemos siempre que construir un pensamiento crítico fundamentado no sólo requiere tiempo sino también conocimientos. Y ya que estamos en eso, sumémosle un poquito de respeto, así como tenemos la libertad -aunque no la usamos- de pensar de cierta forma, respetemos a quienes piensan diferente aún cuando no estemos de acuerdo. Complicado lograr algo así…agridulce este pensamiento.
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