Yo solía pensar que cualquier tipo de problema o dilema sentimental por una pareja parecía fácilmente superable comparado con la muerte, probablemente porque con la segunda he tenido contacto desde mi adolescencia y me ha golpeado fuerte y sin compasión, mientras que los dilemas sentimentales poco me han afectado. Sin embargo, he descubierto que todo puede tornarse igual de complicado al momento de alejarse de una persona que se ama profundamente, de levantarse después del golpe, de volver a sonreír después de un buen tiempo de tristeza. Ya sé lo que están pensando, una cosa es la muerte y otra es un dilema amoroso y tienen razón. Pero reflexionando un poco, creo que encontré el argumento de esa diferencia tan marcada.
Ella me dice que lo llamó hoy después de mucho tiempo para felicitarlo por su cumpleaños. Él ha sido tema importante de nuestras epifanías conjuntas y yo le había dicho que me parecía que él era su asunto pendiente, que el ciclo no se cerró correctamente y por eso ella no puede dejarlo, porque aún está enamorada del hombre que conoció y amó en esa época. Sin embargo, el punto neurálgico de nuestra conversación aparece cuando le pregunto si hay algún sentimiento genuino hacia él, al escuchar su voz por teléfono, al saludarlo, al preguntarle cómo está o si los nervios son sólo producto de hablar otra vez con esa persona con quien se compartieron tantos momentos buenos y malos, dueño de tantos recuerdos y del fantasma que siempre nos persigue: “¿qué habría pasado si hubiéramos seguido juntos?”
Mi tesis se cae cuando ella me responde con tranquilidad: “no, no sentí nada.” Epifanía. No está enamorada de él, está atrapada en los recuerdos, en los momentos buenos, en las salidas, pero no en los sentimientos. Ya no está enamorada de él, sólo extraña lo que vivieron.
¿Por qué mi comparación con la muerte? La muerte incluye el proceso de aceptación inmediata, no hay escapatoria, no vas a volver a ver, hablar, abrazar a esa persona y no hay nada que puedas hacer al respecto, no importa cuánto llores, cuánto reces, cuánto te lamentes por lo que hiciste o no hiciste. Tienes que acostumbrarte a la idea y eso es todo. No está y no volverá a estar. Sólo te quedan los recuerdos y tienes que vivir con eso. Sin embargo, con el tiempo la herida cicatriza un poco más y uno recuerda a la persona con alegría, aunque siempre pensando que esos tiempos se fueron y no volverán.
Cuando se termina una relación, es muy diferente. Todo se acabó, sí y duele mucho, pero esa persona queda por ahí, vagando por el mundo aunque sus vidas ya no se encuentren. Durante los primeros días, se guarda la inevitable esperanza de volver, de arreglar todo, de regresar a esa época en que todo funcionaba bien y estaban felices juntos. Con el paso del tiempo, los sentimientos cambiarán, pero el valor que esa persona tuvo en tu vida se conserva y se asocia eternamente con esos momentos que vivieron, buenos y malos. Si de repente se encuentran, el recuerdo inmediato serán todas esas vivencias del pasado y por lo tanto un mar de sentimientos encontrados, nostalgia, melancolía, alegría y tristeza los cuales se mezclan y pierdes el norte, no puedes diferenciar fácilmente qué es recuerdo y qué es actual, no es sencillo establecer si se ama a la persona todavía (probablemente no, porque ya habrá cambiado mucho con respecto a quién conociste y amaste) o si lo que se ama todavía es esa época de felicidad.
Viene entonces el reto: ¿lo que se siente es realmente amor o es la nostalgia de los momentos buenos del pasado? ¿Estás aferrado al individuo o al recuerdo? ¿Estás atrapado en un momento, en un contexto o en un sentimiento genuino y vigente?
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