sábado, 30 de julio de 2011

Clones

Últimamente he observado con detalle a las personas en la calle, en los centros comerciales, en el Transmilenio y en general a quienes me rodean a diario y he encontrado una particularidad muy interesante en las mujeres: todas son iguales. Sí, todas son iguales y no me refiero a la personalidad ni al temperamento, sino a la apariencia física, literalmente todas son iguales, o al menos muchas de ellas.

La primera característica que me llama la atención es el cabello: largo hasta la cintura, increíblemente liso, sin una traza de frizz, normalmente negro y todas caminan igual, se lo retiran de la cara con los mismos ademanes, lo exhiben con el mismo orgullo. Tener el cabello corto es para algunas algo similar a un crimen, si no llega al menos al abdomen, no está bien. Las de cabello rizado son pocas y ni se diga del ondulado, esa forma híbrida que todas detestan y de la cual huyen utilizando cuanto tratamiento pueda uno imaginarse. Me han hablado de la biotina, de utilizar píldoras anticonceptivas en el shampoo, de técnicas de uso del secador y la plancha, de tratamientos con aguacate, de “hacerse la queratina”,  de tratamientos con iones, alisados permanentes y en fin, una infinidad de procedimientos que “te dejan el cabello divino”. Yo siempre digo que es muy interesante y que lo voy a intentar, pero la verdad es que nunca lo hago y creo que jamás lo haré.

La segunda característica son las uñas, perfectamente arregladas, pintadas de rojo o negro, lo cual he visto incluso en mis estudiantes más jóvenes. Es curioso ver la preocupación a gran escala que les genera el manicure y el esmalte, tiene que combinar con la ropa, estar perfecto todo el tiempo y es otra de esas características que muestran con mucho orgullo.

La tercera son los zapatos. No me malinterpreten, yo adoro comprar zapatos, especialmente tacones, pero creo firmemente que deben ser bonitos y también cómodos. Sin embargo, los que utilizan algunas tienen plataforma y unos 12 o 15 centímetros de tacón con los cuales aún no me explico cómo pueden caminar, mucho menos subirse a un bus o a un Transmilenio y poder mantener el equilibrio a pesar del estado de las calles y lo delicados que son al conducir. Efectivamente, muchas tienen carro pero otras no, las he visto y aún me sorprenden enormemente. También las admiro.

Lo último que además representa un misterio para mí es esa capacidad de estar perfectas todo el día. ¿Cómo puede uno verlas a las 6 o 7 de la noche caminando por Unicentro, con el maquillaje perfecto como si acabaran de salir de la casa? La piel de porcelana, las sombras intactas, labial perfecto. En serio, es un misterio.

Mi intención con esta entrada ciertamente no es criticarlas. Cada una es libre de ser como quiera y no se puede juzgar a la ligera, muchas de estas mujeres son maravillosas y tienen muchas cualidades. Me parece curioso, eso sí, ese anhelo que tenemos todas de seguir el mismo modelo de belleza, de vernos iguales. Lo confieso, he estado a punto de comprar la plancha para el cabello, esmaltes de todos los colores, tacones de 12 centímetros y averiguar el secreto del maquillaje para parecerme a ellas, para ser bonita. Pero la verdad es que a mí me gusta mi cabello ondulado y en desorden, me aburre enormemente pintarme las uñas, no me aguantaría unos zancos tan altos para trabajar y ya me acostumbré a verme un poco desarreglada al final del día (¿será que ser mujer traía consigo un manual y a mí no me lo dieron?).

Quería escribir esto para recordarme que no sólo me acepto como soy sino que además me gusta y para evitar escuchar a esa única neurona que de vez en cuando me repite: “deberías parecerte a ellas.” No, no debería. A mí me gusta ser así. No quiero ser un clon ¿Para qué entonces la variabilidad genética si al final de cuentas terminamos siendo todas iguales?

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