Últimamente me han estado dando vueltas en la cabeza un sinnúmero de ideas acerca de la edad, no necesariamente en términos cronológicos sino en la madurez, la experiencia, las formas de ver el mundo. En primer lugar, mi círculo social actual se compone principalmente de personas mayores que yo, entre los 26 y los 32 años y contrario a lo que pensé al principio, he logrado encajar. Ojo, con esto no quiero parecer presumida ni afirmar que mi madurez excede mi edad, únicamente quiero resaltar que llegué a considerar que nuestras formas de afrontar la vida distarían tanto que probablemente no lograríamos construir ningún tipo de relación amistosa. Recién egresada de la universidad y a mis 22 años, pensé que lo mejor era regirse por la frase “el que piensa, pierde” y saltar al vacío siempre sin medir consecuencias, porque eso sólo impone restricciones mentales que - aún cuando suene a cliché - impedirán alcanzar los sueños. Sigo pensando que en muchos aspectos de la vida esa premisa resulta más que aplicable, pero en otros es todo lo contrario. Para darme cuenta de eso, fui avanzando de golpe en golpe hasta que encontré un camino que se abrió solo, sin que yo lo pidiera.
Cuando estaba en octavo semestre, decidí firmemente que quería hacer un doctorado en inmunología, especialmente cautivada por la Universidad de Toronto y me convencí completamente de tener el nivel académico suficiente para afrontar cuatro o cinco años de arduo trabajo en otro país, con otra cultura, me graduaría bastante joven y así cumpliría mi sueño. Sin embargo, al comenzar a buscar becas, al conversar sobre la vida con mi nuevo círculo social y al afrontar el mundo real fuera de la academia me di cuenta de dos cosas: la primera, no es tan sencillo que me otorguen una beca con mi hoja de vida como está - aún cuando tenga dos años de experiencia trabajando en biología con aplicación clínica - y la segunda, sí, perfecto, me voy cinco años sola, a trabajar esclavizada en un laboratorio, me gradúo de un doctorado para cuando tenga 27 o 28 años y… ¿y qué? Ahí me di cuenta que una psicóloga con la que hablé hace unos meses, tenía toda la razón: “ese afán que sienten los jóvenes de hoy en día, de vivir todo a mil, como si la vida se les acabara ya. No se dan cuenta que hay tiempo para todo y más aún, que por importante que sea el estudio, no lo es todo.” En ese momento no le presté mucha atención, pero sus palabras cobraron mucho más sentido cuando aparece la noticia de admisión automática a la maestría en la Universidad Nacional. No tengo que presentar examen de admisión, sólo elegir una maestría, verificar que haya cupos para esta modalidad, presentarme y listo. Siempre dije que una maestría no era necesaria, es mejor presentarse de una vez al doctorado pero al fin y al cabo ¿por qué tanto afán? ¿Un doctorado me define como persona? ¿Debe ser ese realmente el centro de mi vida, la razón de mi lucha?
Finalmente, me senté a pensar en esto con detalle. Una maestría dura dos años y por mucho que me duela aceptarlo, no creo tener la madurez suficiente para afrontar todo lo que representa irse solo a otro país. Dos años más de “añejamiento” son perfectos, puedo seguir trabajando, solucionar 200.000 problemas que aún tengo en Colombia y luego, ya veremos. No diré nada definitivo, porque falta ver qué se presenta en el camino. Lo que sí es cierto es que este tipo de cosas necesitan reflexión y me alegra mucho la forma en que todo se organiza en este momento. Paz y tranquilidad.
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ResponderEliminarCoincido en la idea de que la mayoría de los jovenes viven las cosas a mil, pero no se dan cuenta que se les puede acabar la gasolina rapidamente por no hacer una parada en el camino, mirar el indicador del tanque, pasar por una gasolineria, tanquear, de paso calibrar las llantas, mirar el nivel de agua en el radiador y como esta el consumo de aceite del carro, que les permita poder decir si ese camino es conveniente o debemos cambiar de ruta por aquello del consumo y gasto de la maquina, cosa que nos permita que el carro nos dure más y no alcabo de 4 o 5 años cambiar por uno nuevo... Así se deberia vivir la vida en ciertos momentos, tampoco sin desmeritar los riesgos y caminos empedrados y atajos que se nos puedan presentar en la ruta. He dicho!
ResponderEliminarEs cierto, uno siente que se le acaba el tiempo y al fin y al cabo, hay momentos para todo en la vida. Por lo menos no me boté de cabeza sin pensar las cosas con cabeza fría. Muy necesarios estos momentos de reflexión.
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