miércoles, 23 de marzo de 2016

Ya no necesito...

Casi desde el momento en que puse un pie en el departamento de biología en el 2006, me convencí de que el único camino que me esperaba sería hacer un posgrado, más específicamente un doctorado en alguna parte lejos de esta tierra tercermundista que me vio nacer. Estudiar biología en la Nacional era básicamente un peldaño, el primero, para lograr ver mis iniciales al lado del de universidades internacionales de renombre, esas que parecen tan inalcanzables y que constituyeron mi sueño infundado en algún momento de la vida. No está mal soñar algo así. No está mal el sinnúmero de mis compañeros que se han ido, que han conseguido becas y que siguen subiendo peldaños de esa jerarquía de instituciones educativas y de investigación que nos enseñaron desde que entramos a estudiar. Yo vivía de sueños prestados, de historias ajenas, de aquel profesor que estudió biología celular en Estados Unidos, de la que hizo un doctorado y dos post-doctorados en bioquímica en Alemania y del que investigó sobre microbiología en el Instituto Pasteur. Si alguno había estudiado en universidades en Suramérica y peor aún, en Colombia, lo subestimábamos automáticamente, asegurando que era menos que los otros. Ni siquiera nos tomábamos la molestia de evaluar si esos que estudiaron fuera del país de verdad eran tan brillantes como pensábamos y si los que estudiaron acá tenían en realidad algún tipo de inferioridad académica. Simplemente lo dábamos por sentado.

Los años han pasado y muchos, muchísimos de mis compañeros efectivamente se fueron del país para hacer maestrías y doctorados. Mi cuenta de Facebook diariamente está llena de personas que conocí o con quienes estudié publicando artículos, ingresando a otras universidades aún más prestigiosas que las anteriores en las que estuvieron, hablando de sus proyectos de doctorado y post-doctorado. Ese mismo panorama se viene repitiendo desde que comencé - hace creo cuatro años - la maestría en la Nacional, pero la que cambió soy yo. En ese momento, me sentí tan inferior como aquellos a quienes juzgábamos por no tener títulos de fuera del país. Pensaba que no iba a realizarme como profesional hasta obtener un cartón de otro lado, aparecer en fotos en Europa, publicar al mundo artículos científicos con mi apellido encabezando la lista de autores y haciendo parte de algún grupo de investigación importante en cualquier país lejos de Latinoamérica. No sé exactamente qué pasó, pero ya no me parece que sea inferior y tampoco que necesite todas esas cosas para considerarme una buena profesional y mucho menos para ser feliz. Ya no me muero por ganarme una beca ni por publicar 20.000 artículos y sigo queriendo las fotos en Europa, pero más de paseo que en cualquier otro plan. Sí quiero seguir estudiando, eso es seguro, pero creo que ya no necesito demostrarle a nadie que me gané algo o que mi foto aparece en algún lado o que mi nombre está en alguna institución importante. Ahora mismo, en donde estoy, tengo la oportunidad de hacer lo que me gusta, acá en este país tercermundista, con gente que conozco, que me agrada y que tiene como principal objetivo hacer las cosas bien hechas. Ahora mismo, no quiero irme, quiero seguir trabajando acá. Ya no necesito demostrar nada.    

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