lunes, 21 de noviembre de 2011

Adiós


“Le voy a contar una historia: había una vez una niña que mató a su cerebro y dejó libre a su corazón. Pero esa niña tenía un problema grave y era un problema de tiempo, porque el tiempo no estaba a su favor y apenas en unos días tendrá que despedirse de ese a quien entregó su corazón. Pero eso no es lo peor de todo: ella tiene un problema de tiempo en todo sentido, incluso en las llamadas que él le hace, porque no le dedica tanto tiempo como a “otras” personas, ni le habla por teléfono de la misma forma que a esas otras. Y esa niña tendrá que admitir que su amigo que tanto le advirtió tenía razón y entonces, una lágrima baja por su mejilla…”

Decir adiós, decir adiós de muchas formas. Mi cercanía con las despedidas ha sido con mayor frecuencia de esas que son para siempre, cuando alguien muere, cuando uno sabe que jamás lo va a volver a ver, sin importar cuánto quiera hacerlo y es tal vez por eso que siempre me cubrí con una coraza fuerte y me burlé de quienes sufrían tanto por penas de amor. Pero resulta que incluso yo, que me creía tan fuerte, tan dura, tan invencible, tan inmune, tuve que vivir esos momentos de estar en el fondo de la olla al darme cuenta que aquel a quien tanto quería, ya no quería estar conmigo. Y entonces, uno no ve salida, se siente atrapado en la Fosa de las Marianas sin posibilidad de escapatoria, con un paisaje oscuro y triste y con la presión de todo el mundo encima, con un dolor incontrolable en el pecho y lo peor de todo: pensando que uno no es suficiente, que no supo conservar el amor, que hay mejores que uno y con esas mejores se irá él y será feliz mientras uno se quedará viendo desde la ventana. Uno se pregunta por qué fue tan estúpido y decidió arriesgarlo todo para nada, para salir sufriendo, por qué decidió ignorar a quienes tanto le advirtieron tantas cosas, por qué no le hizo caso al sentido común, a la lógica. Pero ya nada importa, porque en ese punto lleno de culpas y tristezas, las razones no cuentan ni tampoco las situaciones hipotéticas. Uno tiene su realidad y a uno mismo.
Ahora, llega un momento en esa realidad en el que ocurre un despertar, llega una revelación, una epifanía. Muchas cosas pueden ser catalizadoras: una canción, un amigo, en mi caso un escrito. Pero quiero que te des cuenta de una cosa, amiga mía y es que sin importar cuán triste estés, cuán impotente te sientas, cuánto lamentes que él se vaya y cuánto detestes a ese fantasma, jamás puedes dejar de valorarte. ¿Difícil? Sí. Duele mucho cuando es evidente que están emocionados con otra, cuando la llaman, la buscan y la defienden a capa y espada mientras uno se conforma con apenas unas pocas demostraciones de cariño que comienzan a parecer más lástima que otra cosa. Pero ahí es donde tenemos que sacar fuerzas de las entrañas, porque uno se ha levantado de peores cosas y un tipo que no se da cuenta de la maravillosa mujer que tiene al frente simplemente no merece tantas lágrimas. No digo que no hay que llorar, no digo que no se sufre, porque en los sentimientos no se manda. Pero ya no importa si decidiste tomar el camino riesgoso, puedes estar tranquila porque luchaste por lo que querías sabiendo de antemano que probablemente terminaría mal pero también que te levantarías otra vez.
Soy fuerte. Todavía me gusta usar un escudo gigantesco para evitar los daños aunque sigo siendo tan susceptible como siempre y de vez en cuando me agarra sin remedio el sentimentalismo. Pero hay algo que no me permitiré olvidar nunca: soy inteligente, lucho por lo que quiero, no soy de nadie y digo lo que pienso y lo que siento. Aparecerán y se irán más personas en mi vida, habrá relaciones igual de largas y significativas, podrá acabarse el amor o simplemente morir el interés reemplazado por el naciente atractivo hacia otra, pero eso no afecta en nada quién soy ni me hará sentir menos. Espero que no pase de nuevo, porque de esa olla sí es bien difícil salir. Afortunadamente, encontré una epifanía y yo seré la tuya cuantas veces sea necesario. 

1 comentario:

  1. Señoras y señores ahí viene, asomó, salió, cómo les venía narrando va bajando una lágrima por la mejilla, y termina estrellándose contra el teclado.

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