sábado, 9 de noviembre de 2013

Flor

Flor llegó a Bogotá con apenas 17 o 18 años. Venía del campo y encontró en la casa de mi tía de 16 años recién casada un trabajo como empleada del servicio interna. Tuvo que aguantarse el mal genio de mi tía, sus caprichos de "señora de alta alcurnia" (cabe anotar que mi tía siempre se ha considerado de unos cuatro estratos más altos que el resto de la familia), los problemas, las crisis, los ratos buenos y malos de una familia que no era la suya. Dieciocho años después mi tía se fue definitivamente para Estados Unidos y Flor quedó trabajando únicamente en la casa de mis abuelos, lidiando con el genio de mi abuela, que era un tanto complicado y que con los años empeoró a causa de un EPOC que le ocasionó el cigarrillo.

Flor ha acompañado media vida a esta familia, ha visto crecer y ayudado a formar tres generaciones de nietos incluyéndome a mí, la menor de todos los primos. Ha estado junto a la cama de cuántos han caído gravemente enfermos, incluyendo a mi abuela, cuando pasaba varias semanas hospitalizada a causa de alguna gripa que era un factor agravante en un paciente como ella, con enfisema pulmonar y asma; a mi abuelo que atravesó un tratamiento para la leucemia y por supuesto a mi papá, durante los tres meses que estuvo tan grave después del accidente. Nos ha acompañado en los matrimonios, en los bautizos, en los cumpleaños, en los funerales, ha derramado lágrimas por cada familiar que hemos perdido y ha brindado con nosotros en cada celebración.

Anoche me dijeron que Flor parece estar atravesando un cuadro grave de migraña, dos semanas con intenso dolor de cabeza, vómito, alteraciones en la visión, que está deshidratada y desvariando. Le ordenaron un TAC en un centro médico, pero la cita para el examen es hasta dentro de tres semanas. Tienen que transportarla en buses o a pie, porque no hay dinero suficiente para pagar taxis. Flor vive en el Perdomo alto y tiene dos hijos y cinco nietos que ella sostiene con su trabajo. Afortunadamente, lograron hacerle el examen hoy y no parece haber resultados negativos, ahora hay que tratar el dolor.

No tenemos con qué pagarle a Flor todo lo que ha hecho por nosotros. No tengo cómo agradecerle todo lo que hizo por mis abuelos, por mi papá y por mí. Odio esta sensación, esta incapacidad de hacer algo, más que colaborar con dinero para que la traten lo más pronto posible. A veces quisiera creer en algún dios para pedirle por ella. Pero la vida me ha enseñado que eso no sirve de nada.

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