Intuyo que este que voy a describir
es otro de esos artefactos culturales que tanto desprecio, al cual he denominado
“síndrome de cachorritos en vitrina”. En primer lugar, aclaro que hablo por mí,
que ésta es exclusivamente mi percepción del asunto, teniendo en cuenta
básicamente experiencias personales. Por alguna razón, las mujeres vivimos en
una zozobra casi constante porque en el plano sentimental, nos cargamos la
responsabilidad de no sólo atraer la atención de los hombres, sino además de
mantenerla lo suficiente para ser elegidas, justo como ocurre con los cachorritos
de la vitrina en una tienda de mascotas, que serán elegidos bien por ser lindos
o por simpáticos. Creo que noté el patrón hace un buen tiempo pero por alguna
razón y muy a pesar de considerarme una mujer inmune a ese tipo de presiones,
básicamente por el entorno en que me desenvuelvo, me di cuenta que tenía ese
chip bien instalado en el inconsciente y que posterior a las épocas de
tranquilidad siempre aparecía la tormenta en el momento en que un hombre me
gustaba y no me ponía atención. De cierta forma, sentía que estaba inmersa en
una constante demostración de quién soy y lo que tengo por ofrecer para ser
elegida, algo similar a lo que ocurre en la mayoría de especies de organismos,
aunque con la salvedad que para éstas otras especies es el macho - que por
demás cuenta con los gametos abundantes - el que trata de evidenciar lo
benéfico de sus genes para ser elegido por las hembras - que tenemos los
gametos limitantes - y pasar esas características a la siguiente generación.
Para nadie es un secreto ese espíritu competitivo de las mujeres y esa
necesidad que tienen algunas por tratar de enfatizar lo bueno que tienen todo
el tiempo. Pues bueno, es inevitable ceder a esa presión. Quedé envuelta justo
en ese panorama desde hace varios años y creí que había logrado escapar de
ella, pero me di cuenta que no, que seguía siendo una especie de cachorrito en
una vitrina gigantesca, con un dolor en el ego cada vez peor porque para
rematar a las demás sí las elegían y a mí no.
Pretender cargar con la
responsabilidad absoluta de atraer y mantener atención es absurdo de por sí.
Siendo el asunto de dos personas, lo más lógico es que justamente los involucre
a los dos. Sin embargo, hay una presión intrínseca por ser bonita o por ser
interesante, o amable o tierna o quién sabe cuántas cosas más para convertirse
en la elección del tipo que a uno le gusta. Si él se aleja o simplemente no
está interesado, surgen una enorme cantidad de cuestionamientos, inseguridades
y demonios que atacan sin compasión y que lo terminan arrastrando a uno en un
vórtice oscuro y complicado del que es difícil escapar. El efecto secundario
curioso de todo este asunto, es que uno comienza a cambiar los parámetros y esa
misma presión distorsiona la realidad a tal punto que a uno ya no le interesa
llamar la atención del que le gusta, sino del que sea, no importa si convence o
no, si se siente química o no, mejor dicho no importa nada. El problema
adicional es que si ese fulano que de todas maneras a uno no lo convence mucho
también termina por alejarse, al ego le duele aún más y se convierte todo en un
círculo vicioso.
Tengo la impresión de haber permanecido
en ese vórtice oscuro por un buen tiempo, aún cuando trataba de convencerme a
mi misma de lo contrario. Creo que he vivido tratando de demostrar
desesperadamente las cualidades que veo en mí y de hacerlas visibles de alguna
manera para llamar la atención, que busqué aprobación constante de los hombres
independientemente de si me gustaban o no, sólo por convencerme a mí misma de
ser suficiente, de colmar las expectativas. El problema es que cuando se busca
esa aprobación en otros y se encuentra el rechazo es fácil caer en la
autoflagelación y en la búsqueda de eso que está tan mal en uno para ser
rechazado por todos.
Sin embargo, justo después de esa
tormenta de sentimientos encontrados y de tantas culpas y recriminaciones hacia
mí misma, de alguna manera encontré una verdad importante y es que a mí me
gusta como soy. Me di cuenta que no necesito “ser elegida” (muy al estilo siglo
XV, con ese papel de damisela en peligro que tanto odio) y que si un hombre me
interesa pero yo no le intereso a él, las cosas no cambian, no dejo de ser
quién soy y no necesariamente significa que me falten mil cosas para merecer
atención (tampoco lo hacen a él una rata, eso es importante). Me di cuenta que
a veces las personas simplemente quieren irse y eso está bien y la vida sigue,
así como me lo ha demostrado tantas veces el transcurso del tiempo en
situaciones mil veces más graves. Me di cuenta que no hay razón para dejar de
escucharme a mí misma cuando sé que algo no funciona y que forzar las
situaciones en aras de escuchar halagos o conseguir aprobaciones transitorias
resulta vacío y falso y que yo también tengo la plena libertad para decidir
alejarme simplemente porque no estoy suficientemente interesada. Concluí
también que no quiero vivir en la vitrina tratando de demostrar cualidades sino
que quiero andar por el mundo sin rumbo, disfrutando de las cosas que me hacen
feliz incluyendo esos ojos que me sacan una sonrisa, con sólo verlos, sin importar nada ¿Por qué no?