Mi núcleo familiar más cercano, que estaba compuesto por mis padres y mis abuelos maternos, se derrumbó en 6 años con la muerte de mi abuelo, luego de mi abuela y finalmente de mi papá. Ahora, 16, 14 y 12 años después respectivamente, vengo a darme cuenta que hay muchas cosas que se rompieron en mí. Creo también que hay cosas que decidí ignorar, esperando que si las dejaba de lado el suficiente tiempo, simplemente desaparecerían. Pero no desaparecieron. Permanecieron ahí escondidas e incluso se acumularon junto a otras experiencias que aunque parecen un poco tontas, también me afectaron y me hicieron daño. Mi mamá se enfermó la semana pasada y por numerosos problemas de nuestro eficiente sistema de salud, no tiene una EPS en este momento que la pueda atender. Sentí que el mundo se me iba a derrumbar porque ella, que es la única ancla que me queda con este mundo, estaba en una situación complicada y dependiendo enteramente de mí. Me faltó el aire. Me senté en el suelo y quise desaparecer, quise que todo fuera una mentira y que me despertara de una pesadilla.
Finalmente, la situación no resultó ser grave y logré que la atendiera un médico particular. Pero me sentí más sola que nunca en mi vida. Yo, que siempre me he jactado de disfrutar de la soledad, de poder afrontarlo todo, me sentí como un punto insignificante en el planeta, que no le importa a nadie y por quién nadie haría nada, excepto la persona que tenía en frente y que necesitaba de mi ayuda y fortaleza. Sin embargo, me equivoqué. No estoy sola, hay gente a mi alrededor que puede y quiere apoyarme y ayudarme cuando lo necesite, solo que no me había dado cuenta. Es como si siguiera atascada en un momento de la vida que ya pasó pero que no he vivido correctamente.