Guardo en algún rincón de la memoria mi imagen escribiendo este post, pero no estoy segura si ya pasó o si sólo lo he imaginado. De cualquier manera, hoy me levanté pensando en timba y en salsa y en todo eso que esta música me hace sentir y en todo lo que he experimentado con los varios géneros de salsa que he intentado - no con tanto éxito - bailar. También en lo que pensaba que era la salsa antes de intentar poner un pie en una clase y de conocer a un hombre con una pasión irrefrenable por este género.
Para hacer el cuento corto, abandoné el intento de puntas del ballet, el zapateado flamenco, los shimmies de la danza árabe y los egyptian del tribal el día que vi una presentación de salsa que me robó el corazón. A pesar de lo mucho que disfruté bailando todo el tiempo que le dediqué a otros géneros, ese día sentí que algo en los timbales, las trompetas o en las congas me llamaba a gritos. Y comencé un viaje por un sinfín de ritmos tropicales, derivados del son, del jazz, la guaracha, el bolero, el danzón, la bomba y la plena. Y es que los estilos de baile de la salsa, son tan variados como los ritmos de los que nació.
Todo comenzó con salsa neoyorkina y puertorriqueña, que aprendíamos a bailar al estilo Los Ángeles. Iba a clase una vez a la semana y luego comencé a ir más y después salíamos con un grupo a bares de salsa cada fin de semana. Ni siquiera tomábamos alcohol, solo agua. Era una manera muy distinta de disfrutar la rumba. Cambiamos de academia y exploramos otros ritmos y estilos. Aprendimos el estilo Nueva York, algo de mambo, pachanga y charanga. Luego, la más difícil de todas para mí pero a la vez mi favorita hasta ese momento: cha cha chá. Con la llegada de un profesor de Cali, aprendimos el estilo de la sucursal del cielo. Al verlo bailar a él, parecía que todo fuera muy sencillo, pero luego, uno se veía al espejo y se daba cuenta que estaba lejos de ser lo que debía. Hubo un punto en que nos obsesionamos con la técnica a tal punto en que no disfrutábamos bailar y al tomar las clases con el estilo caleño aprendimos a dejarnos llevar y simplemente hacer lo que podamos pasándola bien. El baile fluye mucho más así.
La única clase a la que renuncié definitivamente fue a la de "lady style". El estilo de las mujeres no marca tanto el trabajo de pies - que es lo que más me gusta - sino que enfatiza los brazos y una actitud con la que definitivamente no puedo. Es que bailar a mí no me "motiva" a intentar ser sexy sino a moverme y cantar la canción a todo pulmón. Todo lo opuesto al "lady style" estilo Los Angeles y Nueva York.
Por cosas del destino y persiguiendo el estilo cubano, terminamos en clases de rueda de casino. Siempre pensé que era una cosa graciosa esa, una rueda de varias parejas con unos pasos medio coreografiados, que hacen show en los bares o en las fiestas. Pero luego, comenzamos clases allá. Es indescriptible la sensación de estar en una rueda. La dinámica es así: uno sí aprende un estilo y unos pasos. Suena la música, y quien lidera la rueda, dice en voz alta el nombre de los pasos y por eso todo el mundo hace lo mismo. Esos pasos pueden incluir el cambio de parejas y es divertidísimo. La primera clase de intermedio, yo no sabía nada, pero al bailar todo el mundo me sonreía y me decía: ¡no importa! ¡tú disfruta! Para las mujeres, en este estilo no se necesitan tacones, no hay que estar arriba en medias puntas sino con las rodillas flexionadas para mover la cadera y te mueves como te nace. En algún punto, se baila de manera libre, se siente la canción y no se sigue ningún patrón. Es genial.
Hoy me levanté pensando en qué extraño de la época previa a la cuarentena. En mi casa puedo trabajar, leer, escribir, dibujar, maquillarme y hasta bailar yo sola. Pero pensé en esas clases de salsa, de cha cha y sobretodo, en las ruedas de casino. Cómo las extraño.