En el 2016, la periodista Gretchen Carlson interpuso una demanda contra el director de la cadena Fox News por acoso sexual. El escándalo estalló más apropiadamente cuando Megyn Kelly, una de las más destacadas de la cadena en el momento, se unió a la acusación contra Ailes. Aparentemente todo terminó bien y el tipo fue "destituido" de su cargo, quedando relegado - por decirlo de alguna manera - a consejero de la 21st Century Fox. Un castigo aparente, a pesar de que el asunto del escándalo sexual quedó un poco fuera de la discusión y de hecho, no retumba tan poderoso como debería o al menos no más que su título de "genio de la Fox". Lo digo con conocimiento de causa, estuve revisando titulares de noticias con el nombre de Ailes y salvo por los medios españoles, no es mucho lo que se menciona sobre el acoso sexual comparado con toda su gran labor para la cadena y para el partido Republicano. Todo un fenómeno: un hombre poderoso y rico abusa de su posición de poder, hace y deshace y es irremediablemente un acosador sexual, pero a todos nos queda el gran mensaje de su genialidad. Parece que el fin sí justifica los medios. Si eres hombre, claro.
La última película que vimos en cine antes de la pandemia fue Bombshell, que es la historia del escándalo de Ailes. Sentí tanta rabia. Justo el semestre anterior, tuve que salirme de un curso de traducción en la Nacional porque el profesor seguramente pensó que saludarlo amablemente era sinónimo de querer salir con él y se tomaba atribuciones como cargarme la maleta a pesar de que le dije que no insistentemente, llamarme y escribirme todos los días por Whatsapp. Claro, seguramente no hay comparación. Pero la sensación de angustia, ira, impotencia y vulnerabilidad es algo que me quedó dando vueltas en la cabeza, lastimosamente junto a otras experiencias desagradables que todas las mujeres vivimos.
¿Qué mujer no ha tenido que acudir a los amigos en una fiesta para quitarse de encima a un tipo manilargo e insoportable? ¿Quién no ha inventado alguna vez que tiene novio o esposo para que un tipo deje de lado la actitud intimidante que considera coquetería? ¿A quién no la han tocado sin su consentimiento al bailar en una fiesta o en un bus o en la calle? ¿Quién no se ha sentido asqueada por la manera en que un hombre la ve y se muerde el labio o le ajusta la mano más de la cuenta en señal de "atracción"?
Empecé el curso de traducción muy emocionada por aprender cosas y herramientas nuevas. El primer día el tipo anuncia que trabaja haciendo traducciones médicas y pregunta quién ha tenido o tiene algún trabajo en traducción. Participé y expliqué sobre los trabajos que he tenido. Al salir, se quedó a hacerme conversación, aparentemente todo muy normal. Al día siguiente llegué temprano, me saludó y me dijo que tenía un trabajo largo como parte del grupo de traductores con que trabaja, que si me interesaría participar a lo cual contesté que sí. Me pidió mi teléfono, hasta ahí, normal. Ya llegaremos al momento de la culpa estúpida e infundada, el rezago de esa neurona del siglo V, que me culpa a mí misma por darle el teléfono, porque claro, la víctima en estos casos es siempre quién se busca los problemas. ¿No lo han dicho ya los jueces de la República?
A partir de ahí, comenzó a escribirme todos los días. Primero un saludo y luego a decir que estaba muy bonita en la clase de hoy, cosas así. Trataba de hacer conversación en la clase y me empecé a sentir muy incómoda. Si participaba, decía frases como: "sí, me gusta mucho esa traducción". Ahí me enfurecí. Siempre me he sentido en igualdad académica con los hombres, y me invadió la ira al ver que su "aprobación" no era más que un refuerzo a su actitud de "conquistador". Me sentí muy vulnerable, como si tuviera que hacer toda una labor de inteligencia para poder ir a la clase y decidí no volver. Me escribió otra vez para decirme que me había extrañado. Nunca contesté ninguno de sus mensajes. Ese fin de semana, me llamó al menos 6 veces. Por supuesto, no contesté.
Llamé a la universidad para cancelar el curso, llevé los papeles con un amigo y entonces, se apresuró a escribir un mensaje diciendo que esperaba que no hubiese malinterpretado sus mensajes, que lo único que pasaba es que le parecía que yo era muy "pila". No me digas. Además hay que agradecerle porque me estaba ofreciendo la tal traducción ese fin de semana en que llamó con insistencia.
Me quejé por escrito en la universidad pero nada pasó. Me sentí culpable, ridícula, tonta, como si todo lo que soy se pusiera en tela de juicio por un evento que no es ni la milésima parte del acoso y la violencia que muchas mujeres viven a diario en el mundo. Y entonces, si yo me sentí tan vulnerable y desamparada con algo que no es tan grave, ¿qué sentirán ellas?
Estallan y estallan escándalos pero los titulares de las noticias siguen refiriéndose a las carreras destruidas de esos hombres que son abusadores. La palabra de una mujer no vale. La de muchas, de hecho, tampoco. El mensaje sigue permaneciendo subterráneo, escondido bajo argumentos pobres como que estos episodios son arrebatos de las mujeres, malas interpretaciones o exageraciones. Y es que se ha normalizado tanto la cultura del abuso, que uno mismo se pregunta si está llevando todo demasiado lejos. Estamos reducidas a ser organismos emocionales incapaces de comprender las bromitas inofensivas de la sociedad en que vivimos. Y eso que nos hemos adaptado bastante. Tanto, que nuestro primer impulso ante una actitud abusadora es sacar la carta del novio/esposo falso, porque en el fondo sabemos que nuestra negativa no es válida, pero si hay un hombre que hable por nosotras, sí.
Acabo de ver en las noticias y en mi correo electrónico una ola de denuncias contra profesores de la Nacional. Yo les creo. He escuchado muchos casos de personas cercanas. Hay que alzar la voz aunque sea difícil. Y hay que saber reaccionar, porque sentir que lo único que puedes hacer es huir, es terrible. Debe ser peor cuando no puedes hacerlo.