Andrea conoció hace un buen
tiempo gracias a un compañero del doctorado a un tal Rodríguez y una canción de
su autoría llamada “Sugar man”. Me envió la canción en repetidas ocasiones
insistiéndome en escucharla con atención puesto que no era sólo un excelente
intérprete sino que además su habilidad como compositor era equiparable a Bob
Dylan. ¿A Dylan? Es posible que Rodríguez sea un buen compositor pero
compararlo con Dylan me pareció una exageración. Para ser honesta, escuché “Sugar
man” y pasó por mis oídos sin pena ni gloria, sonaba bien, sí, pero lo pasé por
alto como me ha sucedido en repetidas ocasiones con bandas y cantantes
grandiosos. Creo que es necesario aprender a prestar más atención. Que esta sea
una lección de vida.
La vida de Rodríguez fue un
completo misterio durante mucho tiempo, incluso para aquellos que lo conocieron
de cerca y trabajaron con él. Era un personaje extraño que habitaba en Detroit,
pero nadie sabía bien qué hacía, quién era o en dónde vivía. Lo único que
sabían es que tocaba guitarra y cantaba canciones que él mismo componía
basándose en la realidad que veía y vivía en carne propia en los bares de la
ciudad. Por supuesto las letras están cargadas de críticas a un sistema social injusto,
que segrega, que esclaviza a unos para enriquecer a otros, que sacrifica vidas
sin la más mínima vergüenza. Es una realidad cruda, esa de la que todos
pretendemos alejarnos pero que sigue estando ahí, que lleva cientos de años
presente, aquí y allá. Por diferentes circunstancias, un productor escuchó a
Rodríguez en un bar en medio de una noche oscura y nublada y siendo él mismo
quien lo comparó con Dylan, habló con él para grabar un disco. Rodríguez grabó
dos álbumes que fueron un completo fracaso en ventas en Estados Unidos ante los
ojos atónitos de aquellos que saben de música. Rodríguez desapareció. Algunos
decían que se había suicidado durante un concierto de un tiro en la sien, otros
que se había prendido fuego en plena tarima frente a los asistentes y otros que
había muerto de sobredosis.
No se sabe bien cómo, pero
aparentemente gracias a una joven que viajó a Sudáfrica con un vinilo de
Rodríguez como regalo para su novio, el desastre comercial que fue “Cold Fact”
el primer álbum del artista aterrizó en esta tierra dominada entonces por el
Apartheid y se convirtió en la voz de la libertad de expresión, en la
revelación de realidades desastrosas y en la consciencia de que está bien
quejarse ante un sistema político y social que es injusto y que sacrifica las
libertades y derechos individuales. Rodríguez se convirtió en la voz de un
pueblo, liderando sin saberlo un grupo de músicos independientes, jóvenes y
osados que comenzaron a hablar, o mejor dicho, a cantar. Inicia entonces toda
una cruzada por averiguar quién es este misterioso personaje del que no conocen
nada ni siquiera los propios norteamericanos. Searching for Sugar Man es
el documental que hoy vimos con Andrea y que, diría yo, es una de las historias
más increíbles del mundo de la música de las que he sabido.
Hay dos cosas que me llamaron especialmente
la atención de esta historia. La primera es que a pesar de la gran cantidad de
cosas nefastas de la que es autora esta humanidad descarriada, es increíble la
cantidad de personas con habilidades maravillosas que uno puede encontrar en
una calle, en un bar o en un lugar cualquiera. Es una de esas verdades que a
uno se le olvidan constantemente, que Sócrates tenía tan clara y que hoy
pasamos por alto con frecuencia. La segunda es una observación sobre Rodríguez
que lanzaba uno de sus compañeros de trabajo. Decía que él tenía la capacidad
de crear algo nuevo y hermoso a partir de hechos tan crueles y tristes como los
que observaba y vivía. “¿Se han preguntado si han hecho eso alguna vez?
Convertir algo terrible en algo nuevo y maravilloso.” Me quedaron rondando esas
palabras en la cabeza. Quizás no todos tenemos el don, pero al menos deberíamos
intentar vivir así.
Estas son las historias que me
llenan de vida cuando la cotidianidad se me convierte en algo insoportable.
Hace unos años, no me importaba si salía o no, si tenía que ir a estudiar o no,
si tenía algo qué leer o no, la vida me pasaba de frente y a mí no me
importaba. Tenía muchos conflictos entonces que hoy están solucionados y ahora
me molesta profundamente vivir en letargos, porque me parece que es tiempo
desperdiciado y que hay un mundo enorme allá afuera con cosas interesantes,
alegres, tristes, melancólicas, increíbles, mágicas, terribles y que todo eso
hace parte de lo que hay que ver. Rodríguez me ha hecho creer de nuevo en la humanidad y hace un
buen tiempo no sentía eso.
Qué nota. En Medellín ya la están dando, la voy a ver.
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