martes, 10 de septiembre de 2013

"Searching for Sugar Man"



Andrea conoció hace un buen tiempo gracias a un compañero del doctorado a un tal Rodríguez y una canción de su autoría llamada “Sugar man”. Me envió la canción en repetidas ocasiones insistiéndome en escucharla con atención puesto que no era sólo un excelente intérprete sino que además su habilidad como compositor era equiparable a Bob Dylan. ¿A Dylan? Es posible que Rodríguez sea un buen compositor pero compararlo con Dylan me pareció una exageración. Para ser honesta, escuché “Sugar man” y pasó por mis oídos sin pena ni gloria, sonaba bien, sí, pero lo pasé por alto como me ha sucedido en repetidas ocasiones con bandas y cantantes grandiosos. Creo que es necesario aprender a prestar más atención. Que esta sea una lección de vida.

La vida de Rodríguez fue un completo misterio durante mucho tiempo, incluso para aquellos que lo conocieron de cerca y trabajaron con él. Era un personaje extraño que habitaba en Detroit, pero nadie sabía bien qué hacía, quién era o en dónde vivía. Lo único que sabían es que tocaba guitarra y cantaba canciones que él mismo componía basándose en la realidad que veía y vivía en carne propia en los bares de la ciudad. Por supuesto las letras están cargadas de críticas a un sistema social injusto, que segrega, que esclaviza a unos para enriquecer a otros, que sacrifica vidas sin la más mínima vergüenza. Es una realidad cruda, esa de la que todos pretendemos alejarnos pero que sigue estando ahí, que lleva cientos de años presente, aquí y allá. Por diferentes circunstancias, un productor escuchó a Rodríguez en un bar en medio de una noche oscura y nublada y siendo él mismo quien lo comparó con Dylan, habló con él para grabar un disco. Rodríguez grabó dos álbumes que fueron un completo fracaso en ventas en Estados Unidos ante los ojos atónitos de aquellos que saben de música. Rodríguez desapareció. Algunos decían que se había suicidado durante un concierto de un tiro en la sien, otros que se había prendido fuego en plena tarima frente a los asistentes y otros que había muerto de sobredosis.

No se sabe bien cómo, pero aparentemente gracias a una joven que viajó a Sudáfrica con un vinilo de Rodríguez como regalo para su novio, el desastre comercial que fue “Cold Fact” el primer álbum del artista aterrizó en esta tierra dominada entonces por el Apartheid y se convirtió en la voz de la libertad de expresión, en la revelación de realidades desastrosas y en la consciencia de que está bien quejarse ante un sistema político y social que es injusto y que sacrifica las libertades y derechos individuales. Rodríguez se convirtió en la voz de un pueblo, liderando sin saberlo un grupo de músicos independientes, jóvenes y osados que comenzaron a hablar, o mejor dicho, a cantar. Inicia entonces toda una cruzada por averiguar quién es este misterioso personaje del que no conocen nada ni siquiera los propios norteamericanos. Searching for Sugar Man es el documental que hoy vimos con Andrea y que, diría yo, es una de las historias más increíbles del mundo de la música de las que he sabido.

Hay dos cosas que me llamaron especialmente la atención de esta historia. La primera es que a pesar de la gran cantidad de cosas nefastas de la que es autora esta humanidad descarriada, es increíble la cantidad de personas con habilidades maravillosas que uno puede encontrar en una calle, en un bar o en un lugar cualquiera. Es una de esas verdades que a uno se le olvidan constantemente, que Sócrates tenía tan clara y que hoy pasamos por alto con frecuencia. La segunda es una observación sobre Rodríguez que lanzaba uno de sus compañeros de trabajo. Decía que él tenía la capacidad de crear algo nuevo y hermoso a partir de hechos tan crueles y tristes como los que observaba y vivía. “¿Se han preguntado si han hecho eso alguna vez? Convertir algo terrible en algo nuevo y maravilloso.” Me quedaron rondando esas palabras en la cabeza. Quizás no todos tenemos el don, pero al menos deberíamos intentar vivir así.


Estas son las historias que me llenan de vida cuando la cotidianidad se me convierte en algo insoportable. Hace unos años, no me importaba si salía o no, si tenía que ir a estudiar o no, si tenía algo qué leer o no, la vida me pasaba de frente y a mí no me importaba. Tenía muchos conflictos entonces que hoy están solucionados y ahora me molesta profundamente vivir en letargos, porque me parece que es tiempo desperdiciado y que hay un mundo enorme allá afuera con cosas interesantes, alegres, tristes, melancólicas, increíbles, mágicas, terribles y que todo eso hace parte de lo que hay que ver. Rodríguez me ha hecho creer de nuevo en la humanidad y hace un buen tiempo no sentía eso.


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