lunes, 9 de marzo de 2015

“Like the legend of the phoenix…”

Puede que suene un poco exagerado, pero el 2014 fue un año difícil para mí. No pasaron cosas esencialmente graves, mi familia está y estuvo bien, no pasó nada enfáticamente trágico. Sin embargo, me sentí completamente derrotada en un sinfín de aspectos de la vida, especialmente en mis dos pasiones, que son evidentemente dos de los pilares que me sostienen: la biología y la danza. Durante todo el año sentí que no iba a poder con la tesis, que me había quedado grande la maestría, que mi habilidad para diseñar experimentos y para solucionar problemas se había esfumado de repente y que jamás volvería. Los temores se confirmaron cuando mis directores fueron enfáticos en la falta de calidad de mis resultados (o básicamente en la falta de resultados, porque no salía absolutamente nada) y cuando afirmaron sin dudar que un estudiante como yo no servía. Sentía que estaba dando lo mejor de mí pero que no era suficiente y me cansé y quise dejarlo todo para no volver. Al fin y al cabo, siendo tan incompetente, mi ausencia definitivamente no sería muy apreciable, el grupo de investigación no se acabaría, la universidad tampoco y la única persona que habría perdido tiempo y plata sería yo, que me iría tal y como llegué pero con tres años invertidos en un trabajo que prometía mucho pero que no arrojó nada. Ni se diga en cuanto a la danza, donde no me dijeron en la cara que no servía (y francamente no sé qué es peor) sino que simplemente desapareció el grupo en el que bailaba y nos dejaron a la deriva, como cuando un maestro ya no se empeña en enseñar, bien sea porque no tiene nada más o porque ha perdido completamente la fe en el estudiante. Las múltiples señales eran bastante claras: no servía. Fracaso, fracaso por todas partes, fracaso en las cosas que han sido mi única certeza durante toda la vida y sentí cómo algo se rompía, como si mi propio ser se perdiera en un vacío infinito. A pesar de todo no quise rendirme y seguí a costa de la tranquilidad y de la salud en un círculo vicioso de experimentos sin resultados, estancada en algo que no tenía ni pies ni cabeza, frente a una masa amorfa que no sabía cómo enfrentar.


Sin embargo, para mi cumpleaños la vida me trajo un regalo desde España. Ximena llegó al laboratorio como investigadora postdoctoral justo después de la partida de Nathalia, quien había librado esa batalla conmigo, hombro a hombro (seguramente sin ella, me habría enloquecido) y logró sacarme no sólo del estancamiento experimental sino también mental. Renuncié sin darme cuenta a la idea de huir de todo y decidí que era el momento de seguir luchando y de demostrar que yo no era lo que tanto decían, que podía y puedo investigar, que puedo pensar más allá de lo que veo, que puedo proponer experimentos, hacerlos y obtener resultados que podré explicar aún cuando no parezcan coincidir con lo que espero, porque eso es esto, porque de eso se trata y porque eso es lo que amo de mi profesión, lo que he amado desde el primer día, cuando en el 2006 comencé con la aventura de ser bióloga. El golpe al ego fue duro, porque me demoré en una maestría casi el doble del tiempo que “debe ser”, yo, que me consideraba una de las mejores egresadas de la promoción y que no nos vamos a decir mentiras, presumo de mis capacidades con frecuencia. 

Después, los experimentos salieron y entonces el asunto del ego se perdió porque finalmente hay algo, porque lo logré y porque además abandoné esa costumbre de salir corriendo cada vez que no puedo hacer algo con facilidad. Ahora, ante la inminencia del final de los experimentos y ante un documento en construcción me vuelve la tranquilidad y las certezas aunque con consciencia de la vulnerabilidad también. Digamos que fue una especie de despertar, un proceso en el que valoré aún más a las personas que me rodean y que me ofrecen su apoyo incondicional y por quienes daría lo que fuera, sin importar nada. A todos (que saben bien quiénes son), no me alcanzan las palabras para agradecerles por todo, por estar ahí, por mostrarme la luz del camino y por devolverme la fe en tantas cosas.

La vida es un ejercicio de paciencia

Esto puede parecer increíblemente pretencioso pero la verdad es que no lo es: he tenido casi siempre como una costumbre general de vida no l...