martes, 13 de agosto de 2024

La vida es un ejercicio de paciencia

Esto puede parecer increíblemente pretencioso pero la verdad es que no lo es: he tenido casi siempre como una costumbre general de vida no leer libros de años muy recientes. Alguna vez alguien - no recuerdo bien quién - me dijo que no leía nunca autores que llevaran muertos menos de 100 años y me puse a pensar si yo también llegaba a ese punto un tanto exagerado. La verdad es que no, pero tampoco me movía mucho más acá de la década de 1980. No sé de dónde salió esa costumbre, no es tampoco un propósito consciente, solo que en las muchas listas que he escrito en la vida de los libros que quiero conseguir y leer, rara vez hay algún autor contemporáneo. En consecuencia, no he leído ninguna saga moderna, ni siquiera Harry Potter y hay que decir que no es por falta de intención: me lo prestaron y no pasé de un par de páginas. No me lo aguanté.

Sin embargo, como pasan los años y uno va cambiando (a veces sin darse cuenta), terminé interesándome por obras que si bien no son sagas, sí son posteriores al 2000 y para mi sorpresa, he encontrado cosas realmente bellas. No voy a mentir: la escritura y el ritmo sí me parecen mucho más ligeros, el lenguaje menos adornado y aunque sigo prefiriendo la poética de otras épocas, esta no está nada mal. Escribir es un ejercicio complejo y sobretodo transparente: de una forma u otra el escritor termina imprimiendo en sus letras la época en la que vive, lo que ve, lo que siente, lo que percibe, lo que le incomoda y lo que le agrada. En el arte soy toda una nostálgica del pasado y es por eso que creo que me seduce mucho más la visión de otros momentos de la humanidad, al menos mucho más que el mío que encuentro caótico y superficial. Sé que esto no es nuevo: el mundo siempre ha sido caótico y superficial. Pero qué podemos decir, de pronto era más poético.

Después de serias discusiones filosóficas con un amigo sobre el libro de Boecio que mencioné en el anterior post y un anime llamado Berserk que también lo deja a uno recorriendo pasillos interminables de preguntas para encontrarle sentido a la vida, decidí que necesitaba una lectura ligera y me decanté por 'Mis días en la librería Morisaki' de Satoshi Yagisawa. Este libro, que compré no hace mucho paseando por ahí básicamente porque me atrajo la portada, es del 2010, corto y sencillo de leer. La librería Morisaki aparece plasmada como una pequeña casa antigua japonesa de dos pisos, con una luz cálida que sale del escaparate y con grupitos de libros aquí y allá. En el segundo piso a través de la ventana se ve una joven reflexiva viendo al infinito y la estética es tan bonita y llamativa, que no me importaron mucho las reseñas ni nada para elegirlo cuando lo encontré. 



El libro es efectivamente una dulzura. Lo sentí como cuando uno ha tenido un día terrible, llega a la casa y se toma un té delicioso y calentito, de esos que llegan hasta el alma y que invaden con una sensación agradable desplazándose desde el corazón hasta cada uno de los nervios del cuerpo. La historia es sencilla: una muchacha de 25 años recibe un par de noticias complejas y termina escapando de la realidad en la librería familiar que custodia su tío en el barrio Jinbocho de Tokyo: el barrio de los libreros. Su aparentemente excéntrico tío con su amor por la lectura termina enseñándole bastantes cosas a esta chiquilla que ha perdido el rumbo de su vida y se ha dejado vencer, al menos por un rato. Los libros acaban enseñándole también un nuevo camino, uno que jamás esperó encontrar porque la vida es así, simplemente sigue sin pedir permiso, te quita cosas y te da otras, unas que esperabas y otras que ni cruzaron tu mente, pero a las cuales hay que acoplarse, porque no parece haber otra salida.

"Me quedé ahí parada incluso cuando mis ojos ya no alcanzaban a ver su pequeña figura, derrotada por el pensamiento de qué ocurriría a continuación". A Takako - la protagonista - le terminan pasando varias cosas que jamás se imaginó, se relaciona con personas que antes ignoraba y se descubre a sí misma en medio de circunstancias inesperadas que al final, le dan fuerzas para finalmente moverse de la pausa en la que estaba. Al leer esa frase resaltada: derrotada por el pensamiento de qué ocurriría a continuación me quedé pensando que uno suele tener actitudes de ansiedad y hasta derrota cuando no sabe qué va a pasar...es decir, casi siempre. Al menos los obsesionados con controlarlo todo como yo, conocen esa sensación, ese vacío, esa incertidumbre. ¿Pero es necesario esto? ¿No es acaso eso la vida siempre? La vida no es más que un ejercicio de paciencia.

Las cosas eventualmente toman algún curso. Lo inevitable, pasará. No podemos controlarlo todo. Es más, no podemos controlar casi nada. Pero quizás, vale más la pena fluir con la vida sin necesidad de la derrota, sin la zozobra sino más bien, expectante a lo que pueda pasar y dejándose sorprender por las cosas bellas que hay por ahí. Uno eventualmente logra solucionar las cosas y no queda más alternativa que vivir con esa certeza. 

miércoles, 7 de agosto de 2024

Ser uno mismo es irremediable

"Lo único que es posible dominar de un hombre es su cuerpo y sus posesiones, aun inferiores al cuerpo. Nada puedes imponerle a un alma libre, ni puedes arrebatarle su íntima tranquilidad a una mente serena, en paz consigo misma y racional."


Me recomendaron hace no sé cuántos meses un podcast de filosofía (en el que casualmente participa alguien que conocí hace bastante tiempo) y se me ha vuelto un vicio escucharlo. No durante el trabajo, porque lo intenté pero me quedo divagando en mis propios pensamientos y en lo que explica David y pregunta Octavio y termino en un trance bastante interesante pero que se me atraviesa con la productividad laboral. Entonces, los escucho en las mañanas bien temprano o en las noches, o los fines de semana. Los episodios van evolucionando en su formato y en sus temas, pero son todos bastante interesantes, al menos para mí, que siempre he disfrutado de la filosofía como una expectadora, a excepción de cuando en el colegio tuve que leer "El mundo de Sofía", libro del que detesté cada página.

Casi en todos los episodios aparecen textos interesantes para los que voy a necesitar días más largos: desde libros de filósofos complejos como Kant hasta poemas de Borges, pasando por capítulos del Quijote. Pero hubo alguien de quien jamás había escuchado hablar, que escribió un libro durante el tiempo que estuvo en prisión esperando la muerte a la que fue condenado por algo de lo que era inocente: Boecio.

Boecio fue un filósofo reconocido en su tiempo, estudioso de los estoicos y autor de tratados de todo tipo: lógica, matemáticas, música y teología. Este filósofo tuvo una particularidad: su participación en el gobierno. Fue consejero y cónsul del reino ostrogodo y digamos que por meterse de redentor salió crucificado porque lo acusaron de conspiración para derrocar a Teodorico el Grande y lo condenaron a muerte. Como es lógico, se preguntó en su celda por qué, si se había unido al gobierno para usar sus conocimientos a favor del pueblo, de repente no era más que un delincuente encerrado, como si hubiera cometido el peor de los pecados. Es en ese momento cuando la Filosofía, encarnada en la figura de una dama elegante y perspicaz aparece para darle todo tipo de razonamientos que iluminen el camino que ha perdido en medio de sus lamentos.

Lo que me encontré en este libro me soprendió bastante. Tanto, que tuve que volver a desempolvar este blog en el que hace bastante tiempo no escribía ni una sílaba. Boecio no solo hizo una obra que lo cuestiona a uno de muchas maneras sino que también lo escribió de forma muy bella y atemporal. Y es que todo aquel que se ha enfrentado a la lectura de un libro de filosofía sabe que hay puntos en los que uno se pregunta si el libro está realmente en español o no, porque seguirle el paso puede ser bastante complicado. Pues bien, no es este el caso: la prosa es clara, concisa y además estética. 

La filosofía le habla a Boecio de lo efímero que es el poder, la fama y el dinero y de cómo siendo el humano un ser dotado de razón, recurre a estos adornos externos para darse valor, cuando su capacidad de razonar para perseguir la virtud real es un tesoro mucho más importante. Boecio es alguien que ha tenido todo y lo ha perdido (aparentemente) pero en el fondo, sigue siendo el mismo y lleva consigo virtudes que nadie puede quitarle aunque lo encierre en una celda y lo condene a muerte. Y es que hay una frase que se me repite en la cabeza desde hace un tiempo que este texto hizo resonar aún más: ser uno mismo es irremediable. No importa cuán distraído esté uno en el mundo con otras cosas, lo que lleva dentro está siempre ahí, aún cuando por un tiempo lo ignoremos o lo dejemos de lado. Más allá de la fama y el respeto de las masas que igual perdió, Boecio era ante todo un filósofo y fue por esa razón que encontró en todas estas divagaciones el alivio que su alma necesitaba ante la injusticia. No pretendo discutir todo lo que menciona el libro pero sí la importancia de volver a la esencia, porque por mas que uno quiera evitarlo, no va a poder deshacerse de ella y eso es - si uno lo piensa bien - maravilloso. 

Ahora: hay una mención constante de dios, que para mi caso particular hizo ruido porque tengo la impresión de que los argumentos terminan siempre en un punto ciego cuando se incluye un ser supremo en la ecuación, y hay que decir sucede un poco en este caso. Sin embargo, la búsqueda de la felicidad que se equipara a la virtud y al bien, las herramientas que tenemos más allá de lo material y la búsqueda de las respuestas dentro y no fuera del ser, son puntos a mi parecer universales. De todas maneras, fue interesante leer cómo concibe a dios la filosofía del relato. También es interesante la sensación que queda de buscarse uno mismo y entenderse, más allá de las condiciones externas en las que estamos y que solo nos determinan transitoriamente. 

A Boecio, gracias. Y a la filosofía, muchas más gracias. 

sábado, 12 de septiembre de 2020

Defender lo indefendible

Por políticas internas casi siempre he preferido abstenerme de escribir sobre temas polémicos en este blog, básicamente porque nació como un medio de canalización en momentos de crisis, pasó a pretender tratar temas de libros que he leído y luego simplemente a mencionar temas aleatorios que me interesan. Sin embargo, hoy creo que están sucediendo demasiadas cosas como para no escribir sobre ellas, no con el ánimo de alentar el odio y la intolerancia, sino como un medio para verificar hechos que considero que se salieron de todos los límites conocidos. Puede que esto no sea nuevo, pero hay problemas muy serios de dimensiones que - por lo menos yo - no había reflexionado antes. 

En el 2020, Javier Ordoñez muere a golpes por abuso policial. En 2020, un vendedor ambulante de 78 años es golpeado por la policía en Bogotá. También en el 2020, un policía va a la cárcel por violar una mujer en un bus de la institución. En el 2019, Dylan Cruz es asesinado por el Esmad en medio de las protestas en Bogotá. En el 2018, investigan presunto abuso policial durante un operativo en Puerto Colombia. En el 2016, uniformados torturan un detenido en el CAI de Codito. También en el 2016, fueron destituidos 15 policías por conformar una red de corrupción utilizando información del RUNT en Barranquilla. En el 2013, el patrullero Jairo Díaz fue asesinado en los cerros orientales de Bogotá y en el 2015 capturan a un subintendente de la policía por su relación con el crimen y por tráfico de estupefacientes. En el 2012, el general Mauricio Santoyo fue condenado por una corte norteamericana por apoyar paramilitares. En el 2011, un graffitero fue asesinado por un policía que le disparó a 1.30 m de distancia por la espalda, y además alteró la escena del crimen e intimidó a un falso testigo para culpar a la víctima. En el 2009, Profamilia y la Universidad Nacional publicaron en un estudio sobre sexualidad y derechos en que el 78,7% de las personas trans y el 47% de personas gay han sido discriminadas por la policía, con al menos 31 casos reportados de abuso policial entre 2006 y 2007 y 48 casos entre 2008 y 2009. En el 2009, el mayor William Chavista Acosta en Barranquilla declara que se desarrollan operativos para identificar travestis y erradicarlos. En 1993, un policía violó y asesinó a una niña de 5 años en una estación. 

¿Se han cometido abusos también de parte de la ciudadanía contra la policía? Claro que sí. ¿Hay crimen organizado que no involucra policías? Por supuesto. ¿Hay escándalos de corrupción que involucran otros sectores como los políticos, los empresarios, los militares y la ciudadanía en general? Sí, es más, es tanto, que posiblemente esta entrada no terminaría si me decidiera a mencionarlos todos. Pero hay al menos dos problemas muy graves que se exacerban en momentos como el que estamos viviendo, que nos involucran a todos y que representan un círculo vicioso preocupante. El primero, etiquetar a las personas por los grupos a los que pertenecen y asumir que "merecen" ciertos tratos o ciertos castigos. Es aquel debate curioso sobre "acabar con los malos", porque son los malos y se justifica su erradicación. Y si es así, ¿qué somos los que quedamos que antes nos tildábamos de buenos? ¿Realmente podemos tomar decisiones y posturas tan radicales porque el condenar la maldad reafirma nuestra bondad? No sé, es una pregunta abierta. Valdría la pena cuestionárselo todos los días.

El segundo, que termina siendo una consecuencia del primero es justificar la muerte de las víctimas, por supuestos comportamientos que tuvieron. Ya escuché comentarios como: "pero es que ese señor Javier no eran tan bueno como lo pintan, tomaba mucho y quién sabe qué más hacía". Hubo muchos con respecto a Dylan Cruz, el clásico "quién lo mandó a estar allá", "pero eso para qué se puso a buscar problemas" o "eso le pasa por revoltoso". Esta situación se presenta aún si no hay ningún policía involucrado. Los casos más normalizados por la sociedad son las violaciones de mujeres y feminicidios, en las que muchas personas justifican los crímenes porque "quién la manda a vestirse así", "eso le pasa por salir con tipos", "para qué estaba sola a esa hora en la noche" o "¿y quién la mandó a irse de rumba?". ¿En verdad creemos que está bien que una mujer sea violada y asesinada porque se puso una falda corta? Si es así, conviene entonces analizar cada paso que damos, porque quizás alzar el tono de la voz, fumar, salir con los amigos, o comprar unos dulces en una tienda, sean suficientes motivos para que cualquier día, el muerto sea uno. Y entonces, los demás dirán que "quién lo mandó a hablar duro" o "eso le pasa por andar por ahí".

La propia sociedad condena cuando le conviene y defiende cuando le conviene. Hay abuso de poder, estoy convencida, y mientras buscaba las noticias para mencionar en este escrito, me enteré de muchos más casos, cada uno más escalofriante que el anterior. Pero la muerte de ninguna de estas personas está justificada por nada que hayan hecho y el simple hecho de que nosotros, en el día a día siquiera lo mencionemos, es también escalofriante. ¿De dónde sale la superioridad moral que nos permite pararnos en una esquina lejana y condenar a la víctima porque bebe, porque tiene cierta orientación sexual, por las actitudes que tiene o por la ropa que usa? ¿Es porque piensa y actúa diferente a nosotros? ¿Qué nos pasa? ¿No hemos aprendido nada? Supongo que no.

En el fondo no podemos excluirnos de toda esta problemática. Yo misma me he visto defendiendo unos bandos u otros, de acuerdo con la situación y con lo que creo. No siento que haya llegado a extremos tan graves, pero seguro sí me ha faltado coherencia en argumentos. ¿La policía es corrupta? Sí. ¿Son casos aislados? No, esto ya es sistemático. ¿Acabar con ellos es la solución? Eso no lo creo. La verdad es que no tengo una respuesta clara. Pero habrá que seguir reflexionando. 

miércoles, 12 de agosto de 2020

No es normal

En el 2016, la periodista Gretchen Carlson interpuso una demanda contra el director de la cadena Fox News por acoso sexual. El escándalo estalló más apropiadamente cuando Megyn Kelly, una de las más destacadas de la cadena en el momento, se unió a la acusación contra Ailes. Aparentemente todo terminó bien y el tipo fue "destituido" de su cargo, quedando relegado - por decirlo de alguna manera - a consejero de la 21st Century Fox. Un castigo aparente, a pesar de que el asunto del escándalo sexual quedó un poco fuera de la discusión y de hecho, no retumba tan poderoso como debería o al menos no más que su título de "genio de la Fox". Lo digo con conocimiento de causa, estuve revisando titulares de noticias con el nombre de Ailes y salvo por los medios españoles, no es mucho lo que se menciona sobre el acoso sexual comparado con toda su gran labor para la cadena y para el partido Republicano. Todo un fenómeno: un hombre poderoso y rico abusa de su posición de poder, hace y deshace y es irremediablemente un acosador sexual, pero a todos nos queda el gran mensaje de su genialidad. Parece que el fin sí justifica los medios. Si eres hombre, claro.

La última película que vimos en cine antes de la pandemia fue Bombshell, que es la historia del escándalo de Ailes. Sentí tanta rabia. Justo el semestre anterior, tuve que salirme de un curso de traducción en la Nacional porque el profesor seguramente pensó que saludarlo amablemente era sinónimo de querer salir con él y se tomaba atribuciones como cargarme la maleta a pesar de que le dije que no insistentemente, llamarme y escribirme todos los días por Whatsapp. Claro, seguramente no hay comparación. Pero la sensación de angustia, ira, impotencia y vulnerabilidad es algo que me quedó dando vueltas en la cabeza, lastimosamente junto a otras experiencias desagradables que todas las mujeres vivimos.

¿Qué mujer no ha tenido que acudir a los amigos en una fiesta para quitarse de encima a un tipo manilargo e insoportable? ¿Quién no ha inventado alguna vez que tiene novio o esposo para que un tipo deje de lado la actitud intimidante que considera coquetería? ¿A quién no la han tocado sin su consentimiento al bailar en una fiesta o en un bus o en la calle? ¿Quién no se ha sentido asqueada por la manera en que un hombre la ve y se muerde el labio o le ajusta la mano más de la cuenta en señal de "atracción"?

Empecé el curso de traducción muy emocionada por aprender cosas y herramientas nuevas. El primer día el tipo anuncia que trabaja haciendo traducciones médicas y pregunta quién ha tenido o tiene algún trabajo en traducción. Participé y expliqué sobre los trabajos que he tenido. Al salir, se quedó a hacerme conversación, aparentemente todo muy normal. Al día siguiente llegué temprano, me saludó y me dijo que tenía un trabajo largo como parte del grupo de traductores con que trabaja, que si me interesaría participar a lo cual contesté que sí. Me pidió mi teléfono, hasta ahí, normal. Ya llegaremos al momento de la culpa estúpida e infundada, el rezago de esa neurona del siglo V, que me culpa a mí misma por darle el teléfono, porque claro, la víctima en estos casos es siempre quién se busca los problemas. ¿No lo han dicho ya los jueces de la República? 

A partir de ahí, comenzó a escribirme todos los días. Primero un saludo y luego a decir que estaba muy bonita en la clase de hoy, cosas así. Trataba de hacer conversación en la clase y me empecé a sentir muy incómoda. Si participaba, decía frases como: "sí, me gusta mucho esa traducción". Ahí me enfurecí. Siempre me he sentido en igualdad académica con los hombres, y me invadió la ira al ver que su "aprobación" no era más que un refuerzo a su actitud de "conquistador". Me sentí muy vulnerable, como si tuviera que hacer toda una labor de inteligencia para poder ir a la clase y decidí no volver. Me escribió otra vez para decirme que me había extrañado. Nunca contesté ninguno de sus mensajes. Ese fin de semana, me llamó al menos 6 veces. Por supuesto, no contesté.

Llamé a la universidad para cancelar el curso, llevé los papeles con un amigo y entonces, se apresuró a escribir un mensaje diciendo que esperaba que no hubiese malinterpretado sus mensajes, que lo único que pasaba es que le parecía que yo era muy "pila". No me digas. Además hay que agradecerle porque me estaba ofreciendo la tal traducción ese fin de semana en que llamó con insistencia. 

Me quejé por escrito en la universidad pero nada pasó. Me sentí culpable, ridícula, tonta, como si todo lo que soy se pusiera en tela de juicio por un evento que no es ni la milésima parte del acoso y la violencia que muchas mujeres viven a diario en el mundo. Y entonces, si yo me sentí tan vulnerable y desamparada con algo que no es tan grave, ¿qué sentirán ellas?

Estallan y estallan escándalos pero los titulares de las noticias siguen refiriéndose a las carreras destruidas de esos hombres que son abusadores. La palabra de una mujer no vale. La de muchas, de hecho, tampoco. El mensaje sigue permaneciendo subterráneo, escondido bajo argumentos pobres como que estos episodios son arrebatos de las mujeres, malas interpretaciones o exageraciones. Y es que se ha normalizado tanto la cultura del abuso, que uno mismo se pregunta si está llevando todo demasiado lejos. Estamos reducidas a ser organismos emocionales incapaces de comprender las bromitas inofensivas de la sociedad en que vivimos. Y eso que nos hemos adaptado bastante. Tanto, que nuestro primer impulso ante una actitud abusadora es sacar la carta del novio/esposo falso, porque en el fondo sabemos que nuestra negativa no es válida, pero si hay un hombre que hable por nosotras, sí.

Acabo de ver en las noticias y en mi correo electrónico una ola de denuncias contra profesores de la Nacional. Yo les creo. He escuchado muchos casos de personas cercanas. Hay que alzar la voz aunque sea difícil. Y hay que saber reaccionar, porque sentir que lo único que puedes hacer es huir, es terrible. Debe ser peor cuando no puedes hacerlo. 


jueves, 16 de julio de 2020

¿Qué somos? ¡Salsa!

Guardo en algún rincón de la memoria mi imagen escribiendo este post, pero no estoy segura si ya pasó o si sólo lo he imaginado. De cualquier manera, hoy me levanté pensando en timba y en salsa y en todo eso que esta música me hace sentir y en todo lo que he experimentado con los varios géneros de salsa que he intentado - no con tanto éxito - bailar. También en lo que pensaba que era la salsa antes de intentar poner un pie en una clase y de conocer a un hombre con una pasión irrefrenable por este género.

Para hacer el cuento corto, abandoné el intento de puntas del ballet, el zapateado flamenco, los shimmies de la danza árabe y los egyptian del tribal el día que vi una presentación de salsa que me robó el corazón. A pesar de lo mucho que disfruté bailando todo el tiempo que le dediqué a otros géneros, ese día sentí que algo en los timbales, las trompetas o en las congas me llamaba a gritos. Y comencé un viaje por un sinfín de ritmos tropicales, derivados del son, del jazz, la guaracha, el bolero, el danzón, la bomba y la plena. Y es que los estilos de baile de la salsa, son tan variados como los ritmos de los que nació.



Todo comenzó con salsa neoyorkina y puertorriqueña, que aprendíamos a bailar al estilo Los Ángeles. Iba a clase una vez a la semana y luego comencé a ir más y después salíamos con un grupo a bares de salsa cada fin de semana. Ni siquiera tomábamos alcohol, solo agua. Era una manera muy distinta de disfrutar la rumba. Cambiamos de academia y exploramos otros ritmos y estilos. Aprendimos el estilo Nueva York, algo de mambo, pachanga y charanga. Luego, la más difícil de todas para mí pero a la vez mi favorita hasta ese momento: cha cha chá. Con la llegada de un profesor de Cali, aprendimos el estilo de la sucursal del cielo. Al verlo bailar a él, parecía que todo fuera muy sencillo, pero luego, uno se veía al espejo y se daba cuenta que estaba lejos de ser lo que debía. Hubo un punto en que nos obsesionamos con la técnica a tal punto en que no disfrutábamos bailar y al tomar las clases con el estilo caleño aprendimos a dejarnos llevar y simplemente hacer lo que podamos pasándola bien. El baile fluye mucho más así.

La única clase a la que renuncié definitivamente fue a la de "lady style". El estilo de las mujeres no marca tanto el trabajo de pies - que es lo que más me gusta - sino que enfatiza los brazos y una actitud con la que definitivamente no puedo. Es que bailar a mí no me "motiva" a intentar ser sexy sino a moverme y cantar la canción a todo pulmón. Todo lo opuesto al "lady style" estilo Los Angeles y Nueva York. 

Por cosas del destino y persiguiendo el estilo cubano, terminamos en clases de rueda de casino. Siempre pensé que era una cosa graciosa esa, una rueda de varias parejas con unos pasos medio coreografiados, que hacen show en los bares o en las fiestas. Pero luego, comenzamos clases allá. Es indescriptible la sensación de estar en una rueda. La dinámica es así: uno sí aprende un estilo y unos pasos. Suena la música, y quien lidera la rueda, dice en voz alta el nombre de los pasos y por eso todo el mundo hace lo mismo. Esos pasos pueden incluir el cambio de parejas y es divertidísimo. La primera clase de intermedio, yo no sabía nada, pero al bailar todo el mundo me sonreía y me decía: ¡no importa! ¡tú disfruta! Para las mujeres, en este estilo no se necesitan tacones, no hay que estar arriba en medias puntas sino con las rodillas flexionadas para mover la cadera y te mueves como te nace. En algún punto, se baila de manera libre, se siente la canción y no se sigue ningún patrón. Es genial. 

Hoy me levanté pensando en qué extraño de la época previa a la cuarentena. En mi casa puedo trabajar, leer, escribir, dibujar, maquillarme y hasta bailar yo sola. Pero pensé en esas clases de salsa, de cha cha y sobretodo, en las ruedas de casino. Cómo las extraño. 






domingo, 5 de julio de 2020

L'obsession

Cuando era una adolescente encontré un libro de francés en la biblioteca de mis tíos olvidado en una esquina. Pregunté si podía tomarlo prestado porque me llamó la atención y ante la respuesta positiva de mi tía, me lo llevé a mi casa para verlo bien. Había algunos ejercicios resueltos - nunca supe realmente por quién - y yo me sentaba a contemplarlos sin atreverme a intentar nada mientras imaginaba cómo se pronunciarían esas bellas palabras desconocidas. Soñaba con aprender francés cuando llegara a 10°, todo el mundo hablaba maravillas de la profe Maria Teresa y esperé con ansias ese momento. Cuando por fin llegué a décimo, ese bello idioma era todo lo que yo había soñado.

Aprendí algunas cosas: palabras, verbos, adjetivos, tiempos verbales, algo de pronunciación. Tuve buenas calificaciones siempre. Pero luego, el colegio terminó y con él, el idioma. Comenzó la universidad y ya no tuve tiempo para continuar o tal vez no tuve la voluntad de ir a hacer la fila eterna en el Área de lenguas extranjeras un martes a las 7:00 a.m. para poder apartar el cupo. No me emocionaba entonces participar en cursos con un montón de desconocidos y quizás por eso tampoco intenté con mucho ahínco. Este idioma ha sido por muchos años algo que contemplo maravillada desde la oscuridad, casi siempre sin hacer nada.

Me cansé de mi falta de voluntad. Entonces, decidí buscar un profesor y recurrí a la directora de la academia donde aprendí inglés para preguntarle si conocía  alguien que supiera francés. Ella me dijo que sí, que fuera un fin de semana a hablar con ella para preguntarle si podría participar de las clases grupales - que por cierto, seguían sin emocionarme - o si podría aprender en clases particulares. No tenía un gran presupuesto realmente, pero de todas maneras fui a averiguar. Llegué muy temprano y la esperé. Tenía una expresión de disgusto y cuando me vio, pareció que un odio visceral le recorría todo el cuerpo. Era la primera vez que la veía en mi vida, aún no me explico de dónde sacó esa mirada llena de ira ni mucho menos su actitud al hablar conmigo. Le comenté que quería aprender francés, me respondió secamente si alguna vez lo había estudiado y le respondí que apenas un par de años en el colegio. ¿Vas a estudiar a Francia o a Canadá?. Negué con la cabeza. ¡¿Entonces para qué quieres aprender francés?!. No pude responder nada. Apenas logré articular una palabra, respondí con una sonrisa que me gustaba mucho el idioma. ¡Sí, pero ¿para qué quieres aprender entonces?! No dije nada más y me fui. 

Me pareció que era una señal de la vida. A decir verdad, nunca me ha interesado ir a estudiar a Francia ni a Canadá. Me dije que tal vez ella tenía razón y que esto apenas era un capricho mío sin fundamento, que no valía la pena continuar. Pero de alguna manera siempre llegaba a mí por un camino u otro. Sofía estudiaba francés en ese entonces y practicaba en la universidad. Yo me sentaba a escucharla y a ver sus libros. Juancho estudió en un colegio francés y también estaba haciendo cursos y me gustaba preguntarle cosas o ver a lo lejos sus notas en francés. Cuando me gradué y trabajé como profesora una de mis grandes amigas era profesora de francés y me dio algunas clases. 

Luego entré a la maestría. Mi director de tesis es hijo de un francés y cuando venían estudiantes de intercambio del Instituto Curie, o un amigo suyo de Francia o cuando se encontraba con otro profesor de la facultad de Medicina que además era su amigo de infancia y que también hablaba francés, yo los escuchaba hablar en esa lengua que siempre me ha fascinado y que sentía que me había sido negada. No puedo evitarlo. Es como si la luz simplemente apareciera cuando la escucho o la leo. Años después hice un diplomado en escritura creativa. Mis grandes habilidades sociales me llevan siempre a evitar el contacto con las personas, pero por cosas de la vida, terminé hablando con un compañero que ¡oh! es profesor de la Alianza Francesa. Averigüé cursos grupales y clases particulares, pero por diferentes razones, al final no terminé haciendo nada.

Esta mañana, por alguna razón, me daba vueltas incesantemente en la cabeza la frase "nunca has hecho nada para aprender francés." Pero es injusto decirme eso. La verdad es que llevo años estudiando sola con los libros, en páginas de Internet, usando mis notas del colegio, y haciendo un curso en línea de la Alianza, que envía ejercicios y explicaciones diarias. Hago cuadernos de lo que estudio, escucho música en francés y me aprendo las letras, veo cómo pronuncian los cantantes y los imito lo mejor que puedo y he intentado leer libros con diccionario en mano, avanzando lenta y dolorosamente. Pero lo disfruto mucho. No me importa no poder sostener una conversación fluida, ni tampoco presentar un examen de suficiencia, mi objetivo no es andar por la vida presumiéndole a la gente si hablo un idioma o no y definitivamente no está en mis planes estudiar en Francia o Canadá. 

Pensé en esa pregunta que me hizo aquella vez la profesora llena de odio: ¡¿Para qué quieres aprender francés?! Yo no sé francés. Pero su mera existencia en mi vida me hace feliz.

Alors suouris. Si tu souris, la vie te le rendra. 





lunes, 22 de junio de 2020

"Utopía de un hombre que está cansado", Borges

Ante la burla de unos y la sorpresa de otros, organizamos con mis tres amigos más cercanos una tertulia literaria virtual desde hace aproximadamente un mes. La idea es leer un cuento que alguno selecciona durante la semana y el fin de semana encontrarnos para discutir las percepciones e interpretaciones de cada uno. Hasta el momento, hemos discutido cuatro cuentos: uno de Edgar Allan Poe, uno de Virginia Woolf, uno de Jorge Luis Borges y otro de Julio Cortázar. Anoche cerramos el primer ciclo y nos preguntamos entre nosotros cuál cuento nos había impactado más. Para mí fue - evidentemente - aquel que titula esta publicación.

Para nadie es un secreto que Borges es difícil de leer. Hace un par de años, emocionada por conocer los relatos cortos de uno de los grandes, comencé a leer el Aleph y en la sexta o séptima línea me pregunté si estaba leyendo algo en español o no. No pude. Tuve que dejarlo reposar unos seis meses, para sentir que superaba la frustración de no lograr acceder a él y poder intentarlo de nuevo, esta vez un poco más victoriosa. Digo un poco, porque no creo haber comprendido enteramente el cuento, ni mucho menos el resto de la antología, sino que más bien dejé que me hablara mientras trataba de agarrar mensajes en el aire, seguramente muy pocos en comparación con los que Borges quiso transmitir. Me sentía como en ese juego en que van pasando formas o figuras y uno debe tener la destreza de cogerlas o imitarlas (no estoy segura), pero al final uno hace lo que puede y deja ir muchas al fondo del abismo. Aquellas ideas quedarán perdidas en la oscuridad de mi ignorancia, porque son tantos los mensajes ocultos de ese hombre que leyó 4.000 libros en su vida, que quizás mi propia vida no alcance siquiera para dimensionar una pequeña parte. 

Iván preguntó esa semana si estábamos cansadas. Las respuestas fueron disparejas, pero antes de poder decir cualquier cosa, él envió el cuento "Utopía de un hombre que está cansado". Cuando comencé a leerlo, me senté frente al computador, con el diccionario y Google abiertos, lista para buscar las palabras y referencias desconocidas. Pero para mi sorpresa, el relato apenas y tenía un par de cosas de las que jamás había oído hablar y que en el fondo, ni siquiera eran tan necesarias para entender el cuento. Entonces, seguí leyendo sin preocuparme demasiado por esas cosas. 

Qué zozobra más horrible, qué desazón. Y no es porque el cuento esté mal escrito, por supuesto. Es que en medio de un mundo y un tiempo indeterminados, el protagonista charla con un habitante del futuro sin nombre, que le cuenta cómo vive sin historia, sin libros, sin recuerdos, sin nada. El escenario que imaginé que transcurría esta charla, era un salón enorme y blanco, infinito en extensión y luminosidad. Pero irónicamente, me causó una oscura tristeza en el corazón, un vacío sin fondo en el estómago imaginando un escenario perdido en el tiempo donde me habían arrebatado sin compasión todo lo que amo. En primer lugar, los libros habían desaparecido. Solo con ese hecho, la mitad de mi mundo pierde todo el sentido. Mi mundo, al fin y al cabo, porque mis amigos interpretaron las cosas de maneras diferentes, la sensación no fue desoladora sino liberadora lo cual me confirmó que el lugar en que mi alma habita lo he construido yo, con mis propias visiones y convicciones. Ahora, es verdad que se habló de la inmediatez del conocimiento y de cómo un sinfín de hechos sin relevancia que aparecen con mayor velocidad de la que pueden difundirse se pierden en un ciclo constante de recambio de información vacía, olvidada por todos y, al final del día, dejando las cosas como si jamás hubiesen ocurrido. Es verdad eso, pero creo que no funciona así para mí. Por eso que sentí una fría puñalada en el corazón con la falta de libros.

En el mundo del futuro ya no hay otras cosas, que al final del cuento para mí perdieron relevancia. No voy a revelar todo, para no arruinar la aventura de la lectura a quién quiera hacerlo y porque al final, bien o mal, para mí no fueron tan trascendentales. Luego, otra herida: no hay ciencia. Y es que con esto ya me arrebatan casi todo, porque de muchas maneras es la ciencia la que le ha dado sentido a mi existencia. El conocimiento y su búsqueda se han disuelto en el tiempo y se han olvidado por completo. Pero luego, la termina aún peor con el olvido de la historia. Es ahí cuando quedo desarmada. En ese punto, siento que no me queda nada.

Luego hay un elemento sorpresa del que no hablaré tampoco. En realidad, para el momento en que lo leí me sentía tan aturdida que ni siquiera lo entendí. Me había quedado retumbando en la cabeza la imagen de un mundo sin todo eso que adoro, lo horrible que sería estar ahí y la falta de sentido que tendría mi vida. Pensé luego muchas cosas: que el mundo igual ya es así, que uno debería definirse por más que esas actividades que ama, que no puedo solo pensarme como 'alguien que disfruta aprender' o no sé, que debería buscar mi esencia más allá de eso. Pero ¿y quién dice que eso debe ser así? Para mí, ese sería un mundo horrible y tengo derecho a pensarlo y sentirlo.

Justo anoche les dije que aún no me reponía de la sensación del cuento de Borges.

Link del cuento: https://www.zendalibros.com/utopia-hombre-esta-cansado-cuento-jorge-luis-borges/





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