Esto puede parecer increíblemente pretencioso pero la verdad es que no lo es: he tenido casi siempre como una costumbre general de vida no leer libros de años muy recientes. Alguna vez alguien - no recuerdo bien quién - me dijo que no leía nunca autores que llevaran muertos menos de 100 años y me puse a pensar si yo también llegaba a ese punto un tanto exagerado. La verdad es que no, pero tampoco me movía mucho más acá de la década de 1980. No sé de dónde salió esa costumbre, no es tampoco un propósito consciente, solo que en las muchas listas que he escrito en la vida de los libros que quiero conseguir y leer, rara vez hay algún autor contemporáneo. En consecuencia, no he leído ninguna saga moderna, ni siquiera Harry Potter y hay que decir que no es por falta de intención: me lo prestaron y no pasé de un par de páginas. No me lo aguanté.
Sin embargo, como pasan los años y uno va cambiando (a veces sin darse cuenta), terminé interesándome por obras que si bien no son sagas, sí son posteriores al 2000 y para mi sorpresa, he encontrado cosas realmente bellas. No voy a mentir: la escritura y el ritmo sí me parecen mucho más ligeros, el lenguaje menos adornado y aunque sigo prefiriendo la poética de otras épocas, esta no está nada mal. Escribir es un ejercicio complejo y sobretodo transparente: de una forma u otra el escritor termina imprimiendo en sus letras la época en la que vive, lo que ve, lo que siente, lo que percibe, lo que le incomoda y lo que le agrada. En el arte soy toda una nostálgica del pasado y es por eso que creo que me seduce mucho más la visión de otros momentos de la humanidad, al menos mucho más que el mío que encuentro caótico y superficial. Sé que esto no es nuevo: el mundo siempre ha sido caótico y superficial. Pero qué podemos decir, de pronto era más poético.
Después de serias discusiones filosóficas con un amigo sobre el libro de Boecio que mencioné en el anterior post y un anime llamado Berserk que también lo deja a uno recorriendo pasillos interminables de preguntas para encontrarle sentido a la vida, decidí que necesitaba una lectura ligera y me decanté por 'Mis días en la librería Morisaki' de Satoshi Yagisawa. Este libro, que compré no hace mucho paseando por ahí básicamente porque me atrajo la portada, es del 2010, corto y sencillo de leer. La librería Morisaki aparece plasmada como una pequeña casa antigua japonesa de dos pisos, con una luz cálida que sale del escaparate y con grupitos de libros aquí y allá. En el segundo piso a través de la ventana se ve una joven reflexiva viendo al infinito y la estética es tan bonita y llamativa, que no me importaron mucho las reseñas ni nada para elegirlo cuando lo encontré.
El libro es efectivamente una dulzura. Lo sentí como cuando uno ha tenido un día terrible, llega a la casa y se toma un té delicioso y calentito, de esos que llegan hasta el alma y que invaden con una sensación agradable desplazándose desde el corazón hasta cada uno de los nervios del cuerpo. La historia es sencilla: una muchacha de 25 años recibe un par de noticias complejas y termina escapando de la realidad en la librería familiar que custodia su tío en el barrio Jinbocho de Tokyo: el barrio de los libreros. Su aparentemente excéntrico tío con su amor por la lectura termina enseñándole bastantes cosas a esta chiquilla que ha perdido el rumbo de su vida y se ha dejado vencer, al menos por un rato. Los libros acaban enseñándole también un nuevo camino, uno que jamás esperó encontrar porque la vida es así, simplemente sigue sin pedir permiso, te quita cosas y te da otras, unas que esperabas y otras que ni cruzaron tu mente, pero a las cuales hay que acoplarse, porque no parece haber otra salida.
"Me quedé ahí parada incluso cuando mis ojos ya no alcanzaban a ver su pequeña figura, derrotada por el pensamiento de qué ocurriría a continuación". A Takako - la protagonista - le terminan pasando varias cosas que jamás se imaginó, se relaciona con personas que antes ignoraba y se descubre a sí misma en medio de circunstancias inesperadas que al final, le dan fuerzas para finalmente moverse de la pausa en la que estaba. Al leer esa frase resaltada: derrotada por el pensamiento de qué ocurriría a continuación me quedé pensando que uno suele tener actitudes de ansiedad y hasta derrota cuando no sabe qué va a pasar...es decir, casi siempre. Al menos los obsesionados con controlarlo todo como yo, conocen esa sensación, ese vacío, esa incertidumbre. ¿Pero es necesario esto? ¿No es acaso eso la vida siempre? La vida no es más que un ejercicio de paciencia.
Las cosas eventualmente toman algún curso. Lo inevitable, pasará. No podemos controlarlo todo. Es más, no podemos controlar casi nada. Pero quizás, vale más la pena fluir con la vida sin necesidad de la derrota, sin la zozobra sino más bien, expectante a lo que pueda pasar y dejándose sorprender por las cosas bellas que hay por ahí. Uno eventualmente logra solucionar las cosas y no queda más alternativa que vivir con esa certeza.
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