Probablemente no hay un universo más distante al de la ciencia que la música. En cinco años de carrera, los biólogos vemos dos cursos de matemáticas, dos de física, al menos tres de química, dos de genética, dos de inmunología, biología celular, dos de fisiología, dos de sistemática, evolución, muchos de ecología, pero evidentemente jamás música. Lo curioso es que más de uno de mis colegas toca algún instrumento, estuvo o está en una banda o quiso ver Apreciación Musical, esa materia conocida por ser excelente pero muy compleja para nosotros que nada sabemos del tema y que requiere mucho tiempo.
En el colegio en que estudié había un muy buen nivel académico pero lamentablemente en cuanto a cualquier tipo de expresión artística había que nacer aprendido porque nadie se iba a tomar la molestia de enseñarnos. En primaria había una profesora de danzas con uñas postizas rojas que de por sí ya daban miedo y que alguna vez nos obligó a hacer un baile rarísimo en el cual yo era “el diablo mayor”. ¡Hágame el favor! Todas vestidas de rojo, haciendo el mismo paso por unos tres minutos, con unos instrumentos tibetanos que no sabíamos manejar. Sin embargo y a pesar del ridículo público, seguí en clases particulares de ballet y luego flamenco hasta que un profesor del colegio alguna vez me dijo que le parecía genial que yo me atreviera a bailar aunque no lo hiciera nada bien. Sí, muchas gracias por el primer trauma adolescente. Nunca me recibieron en el grupo de danzas y siendo tan callada y tonta, decidí dejar de intentar porque yo no había nacido para eso.
Más o menos por la misma época, en clase de música estábamos aprendiendo a leer partitura y tocar flauta (como todo el mundo) cuando entró un profesor nuevo. Este tipo era muy exigente, aprendimos con él y todo, pero tenía una característica muy particular: para calificar, él no utilizaba números ni logros sino las siguientes categorías: Muy malo, malo, mediocre, medio-mediocre y bueno. Vamos a ver: a mí me encanta la música pero no es que tenga mucho talento, soy más bien lenta para aprender y si me siento frustrada lo abandono…ese año sobreviví a punta de “mediocres” y “medio-mediocres” y claro, al final concluí que era otra cosa para la cual no había nacido.
Unos años después, abrieron un “grupo de rock” en el colegio y estaban haciendo audiciones. Una amiga me convenció de presentarme cantando porque según ella no lo hacía mal. Había dos profesores de música en el momento y al que me hizo la audición le gustó y dijo que de pronto podía hacer coros. Bien, un triunfo. Sin embargo, una compañera de promoción cantaba muy bien y habían elegido a sus amigas para los coros, por lo cual viene el famoso “estamos completos”, no sólo para mí sino para todas aquellas que querían aprender a tocar batería o guitarra o al menos triángulo. La banda de rock ya tenía gente que sabía y a alguien se le ocurrió la genial idea de hacer entonces un “grupo regional”. Evidentemente, el grupo regional nació sólo para darnos contentillo, nunca aprendimos nada, no ensayamos nada y decidí que en los dos años restantes en el colegio, huiría de las tan famosas actividades complementarias. Efectivamente, décimo y once me la pasé en el salón con una amiga durante esas dos horas. Era eso o periódico escolar y preferimos escondernos en el armario del salón cuando pasaba la coordinadora de disciplina, para luego perder el tiempo tranquilamente. Es en ese momento en que estoy totalmente convencida de mi total incapacidad para hacer algún tipo de actividad artística.
En la Universidad sin embargo, tuve la oportunidad de aprender a pintar con acuarelas, pude ser libre en mi obsesión de dibujar anime, comencé a bailar de nuevo aunque esta vez danza árabe y bueno, lo de cantar o tocar instrumentos…ese es un daño permanente. Aunque sin embargo, sí me llama mucho la atención y en esas tardes de guitarra, mis compañeros tocaban y yo cantaba, sola o con amigas, sin entender qué carajo hacer cuando dicen que le suba el tono o lo baje. La ventaja es que por fin sentí que aunque no sea la revelación de la música, la pintura o la danza, puedo intentar cualquier cosa que me guste sin sentirme frustrada.
El viernes fue la primera vez en mi vida que sostuve una guitarra. Siempre he pensado que es increíble cuando alguien me cuenta que aprendió a tocar algún instrumento sin que le enseñaran. Eso me hace pensar que no sólo debo culpar al colegio sino también a mí, por dejarme ganar, por dejarme vencer tan fácil. Aprendí dos acordes de Anna Molly, una canción de Incubus que me gusta bastante, me demoré muchísimo tiempo pero al fin lo logré. Qué bonito es sostener una guitarra. Qué gratificante es enfrentar y vencer los temores.