Es una niña. Tiene el pelo
recogido que deja sin máscaras su rostro inocente, su mirada fija, asustada,
profunda. Los ojos grandes muestran sin secretos que le tiene miedo al mundo,
que tiene miedo de vivir, miedo al rechazo, al fracaso, miedo a no ser
suficiente, a no dar lo mejor de sí o a que eso, precisamente lo mejor no llene
las expectativas, se quede corto y sea humillada irremediablemente. Está
siempre cabizbaja, no se atreve a enfrentar al mundo, no puede elevar el pecho
al cielo, extender el cuello y levantar la frente porque tiene miedo, está
llena de inseguridades y de recuerdos. Será difícil que olvide las
humillaciones del pasado, que deje de considerarse menos que los demás, que
deje de culparse por lo que no hizo y que deje de lamentarse porque el tiempo
ya pasó y ella sigue igual. Será difícil que parte de ella misma deje de
detestarse, pero tal vez algún día comprenderá del todo que no vale la pena
sufrir por lo que pasó y por cómo actuó porque al fin y al cabo era lo único a
lo que podía recurrir en ese momento.
A su lado está de pie, con los
pies firmes en la tierra y la mirada al cielo una mujer que tiene el mismo
rostro. Ella, sin embargo, no está llena de temores sino de certezas. Parece
tener las respuestas serenas y consideradas a todo, no se recrimina nada porque
sabe que tuvo las razones suficientes para actuar como lo hizo y tiene plena
seguridad en que el camino que sigue, aún si no es el correcto, no la amenaza,
puede enfrentarlo, puede ver los demonios a los ojos y defenderse de ellos o
negociar para salir siempre bien librada. Puede enfrentarlo todo, siente la
fuerza correr por sus venas aún si las adversidades se multiplican y el paisaje
se torna oscuro, sabe que siempre puede utilizar una luz interna
para liberarse. Parece como si cargara el peso de una vida larga, pedregosa y
llena de lecciones que le ha enseñado a sobrevivir de la mejor manera, como si
supiera todas las respuestas, como si tuviera la verdad en sus manos siempre.
Las dos están condenadas a vivir
en un mismo espacio reducido. Es absolutamente necesario que se vean y hablen,
que discutan y concilien. Sin embargo, la primera vive asustada y la segunda la
recrimina, la trata mal y la culpa por todo. Lo cierto es que la niña no tiene
la culpa de lo que pasó antes pero esta mujer sí está en plena facultad para decidir lo que debe hacerse. El camino está trazado: hay que confiar en ellas, porque tal vez la única forma de hacer lo correcto, se decida entre las dos.
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