domingo, 5 de mayo de 2013

Jorge Luis Borges


“¡Oh dicha de entender, mayor que la de imaginar o la de sentir!”

Más o menos en Agosto del año pasado - si la memoria no me falla como lo hace constantemente - hablé con un par de personas en Twitter sobre Borges. En realidad, lo que hicieron ellos fue contestar mis preguntas y hablarme de sus obras, de las cuales yo no conocía ninguna pero estaba colmada de dudas. Me recomendaron comenzar por El Aleph o Ficciones y de ahí, decidir para dónde seguir el camino, justo como cuando uno escucha un disco de grandes éxitos de un artista para ver qué le gusta más y seguir esa línea de tiempo. Esa misma semana compré El Aleph (hay muchas cosas en las cuales actúo inmediatamente y comprar libros es una de ellas) y decidí que cuando terminara lo que estaba leyendo en ese momento, lo comenzaría. Así lo hice.

Ahora, me sorprendí porque El Aleph resultó ser un libro con muchos cuentos cortos y yo podría haber apostado mi vida a que era una novela completa. Pensé que cuando los libros son así, uno puede digerirlos fácilmente, a punta de cuentos de dos, tres o máximo cinco páginas, puede terminarse un libro en poco tiempo y casi ni se siente. Me aventuré a comenzar (en orden, por supuesto) con “El inmortal”.

No pude leerlo con fluidez. Comenzaba y no entendía, me devolví una infinidad de veces y nada, como si estuviera escrito en latín, como si las palabras hubieran sido elegidas al azar. Lo terminé con bastante dificultad sin estar muy segura de lo que decía y decidí seguir con “El muerto”. Parecía tener una historia ligeramente más tangible para mí, pero sucedía lo mismo, no lograba conexión, no entendía nada, tenía que releer al menos tres veces cada párrafo o incluso cada oración y aún así, no era claro. Decidí que continuar era inútil si la historia se repetía con cada uno de los cuentos y peor aún si con “El Aleph”, que era el que me tenía con más curiosidad y expectativas, sucedía lo mismo. A veces hay libros que uno debe dejar añejar en la biblioteca personal o de pronto el que se añeja es uno mismo y ese fue el camino que decidí tomar con Borges.

En Abril retomé la misión y volví a comenzar como si nada hubiera pasado con “El inmortal”. De nuevo no fue fácil pero lo terminé y continué hasta terminar esta mañana leyendo “El Aleph”. Borges es sensacional, pero abrumador. Al principio me sentí como atrapada por un cardumen en medio del mar, como si todo diera vueltas alrededor de un individuo confundido que no sabe bien a dónde dirigir la mirada, porque todo parece igual pero es diferente y además es inconexo. Pero si uno se calma y se deja llevar, termina en donde quiere ubicarlo el autor, sin hacer preguntas y sin esa angustia y confusión. Al menos en este libro, Borges utiliza una gran cantidad de información, personajes, lugares e historias y a mí, que me encanta preguntar todo, me dejaba perdida en un universo de conocimiento que no tengo. Pero me di cuenta que no importa si uno no ha leído Martín Fierro o si no conoce mucho sobre la segunda guerra mundial o si no sabe qué hizo Averroes, aún es posible entender los personajes que Borges presenta. Siempre señalo las frases que me llaman la atención en los libros con post-it y al releer las que dejé en este libro y también al terminarlo, descubrí que sí hay conexión entre todo lo expuesto, como si uno viera ese punto en que todo converge en el universo. Los cuentos son respuestas y más preguntas. Todo es pura luz. 


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