Siempre pensé que el asunto de
tener un montón de gente alrededor preguntando insistentemente si uno tiene
novio, arrejunte, tinieblo, acompañante, amigo chévere o lo que sea no era más
que una leyenda urbana o una maldición de pocos pertenecientes a círculos
costumbristas dignos de un libro de Fernán Caballero (bueno, en realidad era
una mujer llamada Cecilia Böhl de Faber y Larrea, pero la idea es esa). Sin
embargo, desde hace alrededor de un año, algo le pasó a una buena proporción de
las personas que me rodean que parecen bastante preocupadas porque teniendo 25
años y una enorme cantidad de trabajo a causa de una tesis de maestría, no
tengo novio y para que se preocupen aún más: ni siquiera hay pretendientes. Los
que no preguntan, trasladan la situación a ellos mismos, como mis compañeros de
grupo apenas un par de años mayores que yo, que están increíblemente
preocupados por conseguir esposo(a), tener hijos y formar familia teniendo un
trabajo estable. Debe ser que yo tengo un delirio de adolescente terrible,
porque ciertamente mis preocupaciones distan bastante de ser esas.
La pregunta obligada al ver que
uno no tiene novio es el clásico “¿y por qué?”. ¿Por qué? Pues no sé, ¿qué
espera la gente que le responda uno? La pregunta que sigue es: “¿y el novio que
tenías antes?”, a lo que se responde un cortante: terminamos. Continúan en
preguntas incisivas del por qué, del qué pasará, qué estará fallando. Ahora,
hay una proporción que comienza a decirle a uno qué se debe o no se debe hacer
para atraer a un hombre, como si fuera la receta para preparar algo. Los
clásicos son que uno debe ponerlos a sufrir, o hacerse la difícil, o tener
actitudes y aptitudes dignas de una dama, o que no puedes ser el “desparche” de
un tipo y toda una cantidad de sandeces que me hacen sentir en la edad media o
algo así. Si por alguna razón aparece alguien en el mapa y comienzas a salir
con él, hay todo un código de comportamiento que algunas personas tratan de
enseñarte, con lo que debes o no debes hacer, con qué tanto debes o no debes
ceder y hasta dónde debes llegar para mantenerlo interesado. ¿Es en serio? Si
el tipo no continúa interesado, el asunto es muy sencillo: uno no le gusta lo
suficiente. Si está interesado, eso se nota, aún cuando uno sea el ser más
despistado del planeta, como es mi caso.
Estoy cansada. Estoy aburrida de
escuchar la retahíla sobre lo que debo ser o lo que puede estar sucediendo para
explicar que no atraigo hombres o que no tengo novio. “Es que como tú das esa
imagen de ser autosuficiente, es por eso que no se te acercan”. No pues si es
así, grave, porque así soy yo y qué hacemos. Estoy más aburrida aún de que
pregunten qué tipo de hombre busco exactamente porque si algo me ha enseñado la
vida es que la gente no viene por moldes y que uno no va a una tienda a
comprarlo azul o verde o alto o bajito y que es absolutamente imposible - al
menos para mí - determinar todo un arquetipo de lo que “busco”. Es más, para
que quede bien claro, aquí nadie está buscando nada. No se confundan.
No voy a negar que algunas de
estas personas tengan intenciones loables y amistosas. El problema es que tanto
encasillamiento, tanto prejuicio, tanta arandela termina por torturarle a uno
la existencia y haciéndole creer que uno es el problema siempre, cuando en
realidad el asunto es de dos y se resume a una sola cosa: hay empatía o no la
hay. Es así de simple. O ese es al menos, el principio al que decidí acogerme.