domingo, 23 de febrero de 2014

Libertades individuales

El álgido tema de la liberación femenina no podría tener más matices porque no hay cómo. Ante los argumentos de tener los mismos derechos de los hombres, aparecen los defensores nostálgicos y acérrimos de otras épocas, en que las mujeres aparentemente eran mejores, más damas, más sensibles. Unos defienden la liberación, otros la crucifican, unos defienden a las mujeres, otros las victimizan y siempre, sin importar qué se defiende, tanto mujeres como hombres terminan acusándonos a las mujeres de putas. Así, sin más ni más. Tal cual sucedía antes aunque por diferentes razones, sucede ahora.

No voy a entrar en discusión sobre el asunto del machismo o el feminismo, porque ya mucho se ha hablado y bastante información distorsionada hay. La razón es simple: siempre que una idea tiene fuerza en la sociedad, se presta para diferentes interpretaciones, cada uno la defiende o la condena de acuerdo con lo que piensa o incluso con lo que más se ajusta a su vida. Cada ser humano es un universo complejo fruto no sólo de lo que por naturaleza es, sino también de la crianza, el desarrollo social y las vivencias que ha tenido. Cada uno además cambia conforme pasa el tiempo y pretender determinar una verdad absoluta que se ajuste a la vida de todos es completamente absurdo.

He notado la aparición de una corriente bien curiosa, de personas que condenan la actitud de andar por la vida sin enamorarse por cualquier cosa y de tomar el sexo como una actividad independiente del amor porque definitivamente no es cuestión de mujeres. Al parecer para estas personas, un cromosoma X nos ha determinado automáticamente como las dueñas y señoras del sentimentalismo y cualquiera que decida adoptar una posición diferente es una pobre mujer vacía que pretende ser como los hombres y que se ha vendido a la defensa del propio machismo bajo una máscara de liberación. Supongo que sucede, hay mujeres que seguramente son así. Sin embargo, no son todas. Tampoco puede afirmarse que aquellas que pretenden ser damiselas en peligro custodiadas por un dragón son las que están bien.


Aprendí que uno no debe juzgar a las personas a la ligera, ni seguir prejuicios y mucho menos sentarse en una silla de superioridad moral para condenar a diestra y siniestra. Eso quiere decir - aunque es bastante difícil llevarlo al plano real - que acepto pero no comparto la actitud de muchas de las mujeres que me rodean y que he decidido respetar sus decisiones. Muchas de ellas respetan las mías, otras las condenan, a veces de frente y a veces en silencio. Ahora, de vez en cuando aparece una que otra de éstas defensoras del vínculo emocional a sentarse en un trono de oro y lanzar improperios contra las demás, diciendo que le parece increíble que las mujeres denominadas “liberadas” acepten el sexo sin compromiso y que siempre salgan corriendo. Claman que prefieren “las mentiras de los hombres al oído” y no esa actitud de “touch and go”. Sí que entendieron mal el mensaje. Pero no me refiero al mensaje de la liberación femenina, sino al de respetar las libertades individuales. Estas personas que todo tienen que encasillarlo, que todo lo clasifican como blanco o negro y que ignoran la riqueza de la mente de cada ser humano por juzgar sin conocer, esas son las que realmente me molestan. Cierto es que me tiene sin cuidado lo que las personas consideren con respecto a mí y a mi forma de pensar. Sin embargo, a veces quisiera que esos que tienen como pasatiempo pregonar sus decisiones como las correctas, se fueran a otro planeta y nos dejaran vivir a los demás como nos plazca.

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