El álgido tema de la liberación
femenina no podría tener más matices porque no hay cómo. Ante los argumentos de
tener los mismos derechos de los hombres, aparecen los defensores nostálgicos y
acérrimos de otras épocas, en que las mujeres aparentemente eran mejores, más
damas, más sensibles. Unos defienden la liberación, otros la crucifican, unos defienden
a las mujeres, otros las victimizan y siempre, sin importar qué se defiende,
tanto mujeres como hombres terminan acusándonos a las mujeres de putas. Así,
sin más ni más. Tal cual sucedía antes aunque por diferentes razones, sucede
ahora.
No voy a entrar en discusión
sobre el asunto del machismo o el feminismo, porque ya mucho se ha hablado y
bastante información distorsionada hay. La razón es simple: siempre que una
idea tiene fuerza en la sociedad, se presta para diferentes interpretaciones,
cada uno la defiende o la condena de acuerdo con lo que piensa o incluso con lo
que más se ajusta a su vida. Cada ser humano es un universo complejo fruto no
sólo de lo que por naturaleza es, sino también de la crianza, el desarrollo
social y las vivencias que ha tenido. Cada uno además cambia conforme pasa el
tiempo y pretender determinar una verdad absoluta que se ajuste a la vida de
todos es completamente absurdo.
He notado la aparición de una
corriente bien curiosa, de personas que condenan la actitud de andar por la
vida sin enamorarse por cualquier cosa y de tomar el sexo como una actividad
independiente del amor porque definitivamente no es cuestión de mujeres. Al parecer
para estas personas, un cromosoma X nos ha determinado automáticamente como las
dueñas y señoras del sentimentalismo y cualquiera que decida adoptar una
posición diferente es una pobre mujer vacía que pretende ser como los hombres y
que se ha vendido a la defensa del propio machismo bajo una máscara de
liberación. Supongo que sucede, hay mujeres que seguramente son así. Sin embargo,
no son todas. Tampoco puede afirmarse que aquellas que pretenden ser damiselas
en peligro custodiadas por un dragón son las que están bien.
Aprendí que uno no debe juzgar a
las personas a la ligera, ni seguir prejuicios y mucho menos sentarse en una
silla de superioridad moral para condenar a diestra y siniestra. Eso quiere
decir - aunque es bastante difícil llevarlo al plano real - que acepto pero no
comparto la actitud de muchas de las mujeres que me rodean y que he decidido
respetar sus decisiones. Muchas de ellas respetan las mías, otras las condenan,
a veces de frente y a veces en silencio. Ahora, de vez en cuando aparece una
que otra de éstas defensoras del vínculo emocional a sentarse en un trono de
oro y lanzar improperios contra las demás, diciendo que le parece increíble que
las mujeres denominadas “liberadas” acepten el sexo sin compromiso y que
siempre salgan corriendo. Claman que prefieren “las mentiras de los hombres al
oído” y no esa actitud de “touch and go”. Sí que entendieron mal el mensaje. Pero
no me refiero al mensaje de la liberación femenina, sino al de respetar las
libertades individuales. Estas personas que todo tienen que encasillarlo, que
todo lo clasifican como blanco o negro y que ignoran la riqueza de la mente de
cada ser humano por juzgar sin conocer, esas
son las que realmente me molestan. Cierto es que me tiene sin cuidado lo que
las personas consideren con respecto a mí y a mi forma de pensar. Sin embargo,
a veces quisiera que esos que tienen como pasatiempo pregonar sus decisiones
como las correctas, se fueran a otro planeta y nos dejaran vivir a los demás como
nos plazca.
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