Toda la vida desde que tengo
memoria he adorado algo por encima de cualquier cosa en el mundo: aprender.
Aprender todo tipo de cosas es divertidísimo y resulta que -como todos- hay
cosas para las que soy muy buena y cosas que se me dificultan bastante. Sin
embargo, acompañando eso que considero una virtud, está un enorme defecto que
tengo y es la baja tolerancia al fracaso. Cuando no logro aprender y ser hábil
en alguna actividad con cierta facilidad, me desanimo y abandono la causa. Me
pasó con las matemáticas, la física y los deportes. Sin embargo, hay un campo
del conocimiento que nunca me llamó la atención en lo más mínimo: la ciencia
política. Desde que estaba en el colegio se esfumó de entrada el interés por
democracia, ciencia política e incluso historia. Esa apatía se volvió
prácticamente una de mis características más marcadas, porque aún bajo el
fuerte argumento de la necesidad de conocer, entender y analizar una realidad
nacional tan compleja como la que ha enfrentado este país desde siempre, mi
interés parecía incluso disminuir aún más con los años.
Entré a estudiar a la Nacional y
logré mantener exactamente la misma apatía en una facultad que solo se interesa
por la ciencia básica, que no utiliza los paros y bloqueos como forma de
protesta porque la base de su conocimiento y experimentos son seres vivos, que
no arriesga tiempo de estudio por armar debates y cuya participación es nula
básicamente por falta de información. Terminé el pregrado en los cinco años
exactos, porque aún cuando estudiantes de la universidad detenían por completo
las actividades académicas, nosotros nos las ingeniábamos para seguir
estudiando y no atrasar tanto el semestre. Mucha gente dice que uno puede
tardarse más de una década en graduarse por los paros en la Nacional. A todos
esos les demostramos que no siempre era así.
Sin embargo, en primer semestre apareció
un estudiante de Ocaña, Norte de Santander, una persona brillante, uno de los
hombres más inteligentes que he conocido, si no el más inteligente. Iván tiene
una enorme habilidad en las ciencias exactas y una capacidad de análisis y
conexión de conocimientos increíble, pero además de todo eso, lo acompaña una
constante crítica a la estructura política y social que distando de ser
agresiva y aburridora, termina por empapar a una persona tan apática como yo.
Por supuesto, la realidad que ve una persona que nació y creció en Ocaña es
bastante diferente de lo que rodea a un bogotano cualquiera. Las problemáticas
que para mí parecían tan lejanas e impersonales eran panoramas que él había
vivido y sufrido y ahí radicaba la pasión de sus críticas. Iván tiene un
interés enorme por mantenerse informado todo el tiempo y por seguirle la pista a
quienes nos dirigen y la vida le presenta justo a una persona como yo, que todo
el tiempo está creando universos alternos para vivir un rato, bien sea por
gusto, por vicio o porque la realidad es una cosa difícil de enfrentar. Han
pasado unos siete años desde que conocí a Iván y han pasado cuatro años desde
que inicié en el mundo de una danza oriental cuya filosofía es tener los pies
en la tierra y poco a poco, junto con otros factores han logrado influir en mi
apatía. Ayer me quedé viendo una conferencia que dio Jaime Garzón en 1997 en
una universidad en Cali y concluí que esta apatía ya no puede ser. He estado
demasiado tiempo aislada de la realidad - cosa que me encanta y que seguiré
haciendo con certeza - pero se ha convertido en algo necesario estar acá, ver
las cosas, analizarlas, criticarlas pero especialmente, no quedarse en la
crítica y el señalamiento sino utilizar los recursos que tengo disponibles para
hacer algo, con personas que se interesan también. Tengo la fortuna de contar
con unos cuantos individuos que opinan lo mismo, lo cual impulsa a utilizar ese
amor a aprender que pregono, en otros campos, a interesarse por el problema, a
ponerle atención. Escribir en el estado de Facebook o en un tuit que “este
pueblo ignorante, tal por cual, se merece la realidad que tiene” no lo
convierte a uno más que en un cómplice adicional, un individuo sentado en esos
tronos de oro que tanto odio señalando a los otros y criticando sin proponer,
cómodamente sentado desde el otro lado de una pantalla que tiene más basura que
información veraz. Si se cree tan intelectual y superior, infórmese, proponga,
hable, convenza pero no con violencia sino con realidades, no juzgando sino argumentando.
Es bastante sencillo sentarse a condenar a otros pero buscar soluciones y hacer
uso de lo que solo otorga el conocimiento implica justamente ese interés que no
tenemos. No más, esta apatía se tiene que acabar.
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