martes, 11 de marzo de 2014

No más apatía

Toda la vida desde que tengo memoria he adorado algo por encima de cualquier cosa en el mundo: aprender. Aprender todo tipo de cosas es divertidísimo y resulta que -como todos- hay cosas para las que soy muy buena y cosas que se me dificultan bastante. Sin embargo, acompañando eso que considero una virtud, está un enorme defecto que tengo y es la baja tolerancia al fracaso. Cuando no logro aprender y ser hábil en alguna actividad con cierta facilidad, me desanimo y abandono la causa. Me pasó con las matemáticas, la física y los deportes. Sin embargo, hay un campo del conocimiento que nunca me llamó la atención en lo más mínimo: la ciencia política. Desde que estaba en el colegio se esfumó de entrada el interés por democracia, ciencia política e incluso historia. Esa apatía se volvió prácticamente una de mis características más marcadas, porque aún bajo el fuerte argumento de la necesidad de conocer, entender y analizar una realidad nacional tan compleja como la que ha enfrentado este país desde siempre, mi interés parecía incluso disminuir aún más con los años.

Entré a estudiar a la Nacional y logré mantener exactamente la misma apatía en una facultad que solo se interesa por la ciencia básica, que no utiliza los paros y bloqueos como forma de protesta porque la base de su conocimiento y experimentos son seres vivos, que no arriesga tiempo de estudio por armar debates y cuya participación es nula básicamente por falta de información. Terminé el pregrado en los cinco años exactos, porque aún cuando estudiantes de la universidad detenían por completo las actividades académicas, nosotros nos las ingeniábamos para seguir estudiando y no atrasar tanto el semestre. Mucha gente dice que uno puede tardarse más de una década en graduarse por los paros en la Nacional. A todos esos les demostramos que no siempre era así.


Sin embargo, en primer semestre apareció un estudiante de Ocaña, Norte de Santander, una persona brillante, uno de los hombres más inteligentes que he conocido, si no el más inteligente. Iván tiene una enorme habilidad en las ciencias exactas y una capacidad de análisis y conexión de conocimientos increíble, pero además de todo eso, lo acompaña una constante crítica a la estructura política y social que distando de ser agresiva y aburridora, termina por empapar a una persona tan apática como yo. Por supuesto, la realidad que ve una persona que nació y creció en Ocaña es bastante diferente de lo que rodea a un bogotano cualquiera. Las problemáticas que para mí parecían tan lejanas e impersonales eran panoramas que él había vivido y sufrido y ahí radicaba la pasión de sus críticas. Iván tiene un interés enorme por mantenerse informado todo el tiempo y por seguirle la pista a quienes nos dirigen y la vida le presenta justo a una persona como yo, que todo el tiempo está creando universos alternos para vivir un rato, bien sea por gusto, por vicio o porque la realidad es una cosa difícil de enfrentar. Han pasado unos siete años desde que conocí a Iván y han pasado cuatro años desde que inicié en el mundo de una danza oriental cuya filosofía es tener los pies en la tierra y poco a poco, junto con otros factores han logrado influir en mi apatía. Ayer me quedé viendo una conferencia que dio Jaime Garzón en 1997 en una universidad en Cali y concluí que esta apatía ya no puede ser. He estado demasiado tiempo aislada de la realidad - cosa que me encanta y que seguiré haciendo con certeza - pero se ha convertido en algo necesario estar acá, ver las cosas, analizarlas, criticarlas pero especialmente, no quedarse en la crítica y el señalamiento sino utilizar los recursos que tengo disponibles para hacer algo, con personas que se interesan también. Tengo la fortuna de contar con unos cuantos individuos que opinan lo mismo, lo cual impulsa a utilizar ese amor a aprender que pregono, en otros campos, a interesarse por el problema, a ponerle atención. Escribir en el estado de Facebook o en un tuit que “este pueblo ignorante, tal por cual, se merece la realidad que tiene” no lo convierte a uno más que en un cómplice adicional, un individuo sentado en esos tronos de oro que tanto odio señalando a los otros y criticando sin proponer, cómodamente sentado desde el otro lado de una pantalla que tiene más basura que información veraz. Si se cree tan intelectual y superior, infórmese, proponga, hable, convenza pero no con violencia sino con realidades, no juzgando sino argumentando. Es bastante sencillo sentarse a condenar a otros pero buscar soluciones y hacer uso de lo que solo otorga el conocimiento implica justamente ese interés que no tenemos. No más, esta apatía se tiene que acabar.

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