Hace varios años ya, decidí que
había una serie de clásicos de la literatura que tengo que leer antes de
morirme, porque si hay algo que me cautiva enormemente es la capacidad de la
imaginación humana para describir universos, personajes y contextos o para
valerse de las realidades que viven para crear y contar historias. Hice una
lista que incluía un libro de Victor Hugo, “Los Miserables”, pero luego por
casualidades del destino llegó a mis manos “Nuestra Señora de París” y he
estado leyéndolo maravillada, (en mucho más tiempo del que esperaba, debo decir)
no solo por la narrativa de Víctor Hugo sino también por la complejidad y
pasión con que creó a estos personajes. Seguro muchos han visto “El Jorobado de
Notre Dame”, la versión de esta historia que adaptó Disney y hay una gran
cantidad de cosas que destacar de la película, que logra rescatar en gran
medida lo que entiendo intenta comunicar el autor pero adaptada para niños,
claro está. Cuando vi la película por supuesto era una niña y me llamó la
atención que la historia no incluía una princesa típica, con un príncipe que la
rescata sino una serie de personajes bien diferentes de lo que hacía Disney.
Encontrarme con este libro reafirma mi curiosidad infantil y leerlo, despeja
una gran cantidad de dudas. Hay muchísima tela por cortar, pero lo que más llama
mi atención es una situación entre hombres y mujeres que me parece similar.
Esmeralda es en efecto una gitana
lindísima, una de esas mujeres que tienen infinita gracia incluso para el simple
hecho de caminar pero es cautivadora porque parece que no fuera consciente de
eso. Es más, es de esas mujeres inteligentes, bonitas y tan amables que resulta
imposible odiarlas a pesar de ese “chip” de envidia femenina que para nadie es
un secreto. Esmeralda baila en las calles para ganar monedas, por lo cual
también es una mujer de armas tomar, anda con una daga escondida y con una
cabra y vive como el tesoro más preciado de la comunidad de gitanos que habitan
en “La Corte de los Milagros” del París de 1492. Hay cuatro hombres que pretenden
a Esmeralda, cada uno con un contexto diferente y con intenciones diferentes.
Primero está Quasimodo, el jorobado, que no ha conocido más que el desprecio de
una ciudad que le teme y el frío cariño de un arcediano que lo crió y le asignó
el oficio de campanero. Quasimodo no espera nada, no pide nada, simplemente la
contempla y suspira por ella siendo consciente de la baja probabilidad de
lograr algo pero eso sí, dispuesto a dar la vida por ella si es necesario. En segundo
lugar está Frollo, probablemente mi personaje favorito por esa lucha interna
que lo domina al darse cuenta de lo que siente por una gitana siendo él un
hombre religioso que se ha distanciado voluntariamente de las relaciones
humanas. Es un personaje bastante complejo, no bastaría un post completo para
describirlo pero en resumidas cuentas, quiere a Esmeralda de una manera
dominante, celosa y posesiva, cosa que ciertamente no es nada sana. En tercer
lugar está Grignoire, un tipo inteligente, amable y compasivo, cuya vida salvó
Esmeralda en la corte de los milagros y que ha permanecido a su lado, la ha
acompañado y ha estado con ella desde entonces. Ella es la luz de los días de
este poeta y filósofo ignorado por una sociedad en la que a pesar de ser un
intelectual, no tiene mayor trascendencia. El último es Febo, el “ilustre
capitán” que no pasa de ser un patán que se ríe de tener una gitana que se
muere por él y que utiliza palabrería barata para convencerla de sentir cosas
por ella que no son ciertas. Como era de esperarse, Esmeralda está
profundamente enamorada de Febo (y vaya uno a saber por qué, si al fin y al
cabo es al que menos ha visto en toda la novela), no sabe nada de Quasimodo,
detesta a Frollo (esa es otra historia larga y compleja) y a Grignoire lo
condenó irremediablemente al papel de mejor amigo.
Me quedé pensando que la historia
no dista mucho de lo que se ve a diario (y en esto me incluyo). Nos vivimos
quejando de cómo nos tratan los hombres en quienes nos fijamos a pesar de ser nosotras
quienes hemos elegido como indicado el prototipo de “hombre malo”, con un ego
sobredimensionado y que hemos aceptado de una u otra forma ese papel de vivir
agradecidas porque se fijaron en nosotras. No sé si a todas les habrá pasado,
pero a mí sí. Es absurdo. He estado luchando por incluir en mi vida el hábito
de ser consecuente. Si uno sigue persiguiendo Febos y dejando a los demás de
mejores amigos, hay que al menos tener consciencia al respecto. No es que esta
sea una taxonomía apropiada para incluir a todos los hombres, pero sí es un
patrón de comportamiento que tenemos las mujeres y que al parecer ha sido el
mismo desde 1492.
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