jueves, 15 de mayo de 2014

Alma tribalera

Comencé a bailar danza árabe en el 2010, en un momento en que no contaba ni con tiempo ni con dinero. Sin embargo, de alguna manera me las ingenié para ir a clase dos veces a la semana justo a la hora del almuerzo y luego, cuando toda la situación estuvo más tranquila, comencé clases directamente en la academia. Mi maestra es bióloga también, por lo cual hablamos un idioma similar en muchas cosas y he aprendido una gran cantidad de cosas con ella, seguro muchas de las cuales ni siquiera es consciente.

Como todo en la vida, el aprendizaje de este tipo de danza comienza con la técnica. Se aprende la postura correcta, se tratan de quitar los malos hábitos, se practican incesantemente los movimientos hasta interiorizarlos y se incrementa la dificultad conforme pasa el tiempo. Se pueden incluir elementos como velos, abanicos de seda, alas de Isis, se puede bailar con músicos en vivo y se pueden aprender técnicas para improvisar. Sin embargo, también como ocurre con todo en la vida, llega el momento en que hay que buscar una identidad, un estilo propio. Es curioso, técnicamente, debería estar en uno, arraigado en lo más profundo de la personalidad, pero mientras uno aprende todas esas técnicas y mientras se familiariza con toda la energía propia de la danza, esa parte de la personalidad escasamente se asoma, al menos en mi caso. Supongo que habrá quienes brillan desde un principio, quienes tienen movimientos y estilos particulares cuando nadie les ha enseñado, incluso cuando no tienen demasiada práctica. Pero yo me he acercado con timidez al asunto, básicamente porque me cuesta expresarme y mucho más en cualquier tipo de expresión artística, supongo que por miedo al fracaso o a la crítica. Cosas que uno no puede evitar.

Sin embargo, creo que llegó el momento en el que no sólo debo sino que necesito aceptar una verdad irremediable que ha saltado a la vista desde hace un tiempo y que me había negado. El enfoque de la academia donde aprendí a bailar es la danza clásica egipcia, desde una perspectiva absolutamente purista. Y resulta que el purismo y yo no nos  la llevamos demasiado bien y que busco constantemente las fusiones y las mezclas – las bien hechas, eso sí – porque me parecen bastante interesantes. El tribal, por ejemplo, que es un estilo creado en Estados Unidos con base en la danza del vientre, tiene una serie de códigos, movimientos y fusiones con las que me identifico profundamente y que ciertamente siento mucho más propias que la danza clásica egipcia. He pasado todo este tiempo forzándome a buscar y encontrar en la clásica el camino, pero creo que definitivamente es el erróneo. No significa que no me guste o que no lo volveré a bailar, lo haré en tanto sea posible, pero ya es tiempo de dejar salir esta alma tribalera.


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