Comencé a bailar danza árabe en
el 2010, en un momento en que no contaba ni con tiempo ni con dinero. Sin
embargo, de alguna manera me las ingenié para ir a clase dos veces a la semana
justo a la hora del almuerzo y luego, cuando toda la situación estuvo más
tranquila, comencé clases directamente en la academia. Mi maestra es bióloga
también, por lo cual hablamos un idioma similar en muchas cosas y he aprendido
una gran cantidad de cosas con ella, seguro muchas de las cuales ni siquiera es
consciente.
Como todo en la vida, el
aprendizaje de este tipo de danza comienza con la técnica. Se aprende la
postura correcta, se tratan de quitar los malos hábitos, se practican
incesantemente los movimientos hasta interiorizarlos y se incrementa la dificultad
conforme pasa el tiempo. Se pueden incluir elementos como velos, abanicos de
seda, alas de Isis, se puede bailar con músicos en vivo y se pueden aprender
técnicas para improvisar. Sin embargo, también como ocurre con todo en la vida,
llega el momento en que hay que buscar una identidad, un estilo propio. Es
curioso, técnicamente, debería estar en uno, arraigado en lo más profundo de la
personalidad, pero mientras uno aprende todas esas técnicas y mientras se
familiariza con toda la energía propia de la danza, esa parte de la
personalidad escasamente se asoma, al menos en mi caso. Supongo que habrá
quienes brillan desde un principio, quienes tienen movimientos y estilos
particulares cuando nadie les ha enseñado, incluso cuando no tienen demasiada
práctica. Pero yo me he acercado con timidez al asunto, básicamente porque me
cuesta expresarme y mucho más en cualquier tipo de expresión artística, supongo
que por miedo al fracaso o a la crítica. Cosas que uno no puede evitar.
Sin embargo, creo que llegó el
momento en el que no sólo debo sino que necesito aceptar una verdad
irremediable que ha saltado a la vista desde hace un tiempo y que me había
negado. El enfoque de la academia donde aprendí a bailar es la danza clásica
egipcia, desde una perspectiva absolutamente purista. Y resulta que el purismo
y yo no nos la llevamos demasiado bien y
que busco constantemente las fusiones y las mezclas – las bien hechas, eso sí –
porque me parecen bastante interesantes. El tribal, por ejemplo, que es un
estilo creado en Estados Unidos con base en la danza del vientre, tiene una serie de
códigos, movimientos y fusiones con las que me identifico profundamente y que
ciertamente siento mucho más propias que la danza clásica egipcia. He pasado
todo este tiempo forzándome a buscar y encontrar en la clásica el camino, pero
creo que definitivamente es el erróneo. No significa que no me guste o que no
lo volveré a bailar, lo haré en tanto sea posible, pero ya es tiempo de dejar
salir esta alma tribalera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario