Me estoy cansando cada vez más de ser presa del miedo. Miedo a fracasar, a quedar mal, a no caer bien, a no ser aceptada, miedo a ser yo. Técnicamente era algo más que superado, pero me he dado cuenta que no, que sigo en ese camino evolutivo en que se encuentran los roedores, con metabolismo acelerado porque entre correr y pelear, prefiero correr.
Es increíble cómo sale a flote incluso en actividades que no tienen por qué atemorizarme. Porque bueno, si uno está defendiendo una tesis de doctorado frente a tres depredadores que tiran a matar, es normal tener miedo. Pero me asusto en las situaciones más inofensivas, vivo asustada por todo. Llevo un buen rato tratando de aceptarme como soy pero eso sí que lo detesto. Lo odio. Lo detesto porque me detiene, me frena, porque no me permite disfrutar las cosas o simplemente hacerlas porque quiero, porque me da la gana.
Entonces, hay una parte de mí que es aparentemente más osada - y digo aparentemente porque logró engañarme incluso a mí - pero vive callada la mayor parte del tiempo a causa de otra que está aterrorizada por cuanta piedra se cruza en el camino. El más mínimo asomo de crítica, la más inofensiva observación incluso la más diminuta sospecha me hace querer salir corriendo y huir despavorida porque no tengo el coraje y la entereza de enfrentar las cosas.
Hay días que me siento así, fastidiada de ser como soy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario