jueves, 4 de mayo de 2017

De pelos (ironías de temas vanos)

Hace muchos años yo tenía el cabello castaño y liso. Supremamente liso. Sin embargo, en ese momento no me importaba mucho eso, era una niña a la que sólo le gustaba estudiar y jugar. Sin embargo, cuando comenzó la maratónica adolescencia, esa en que uno comienza a preocuparse por gustarle a los niños y por arreglarse y ser bonita, mi cabello decidió tener personalidad propia y quedó siendo un extraño híbrido entre los muy bien formados crespos de mi mamá el liso cabello de mi papá. Apareció entonces una larga historia de rabia, porque no se definía, porque no era ni lo uno ni lo otro, porque yo no sabía cómo manejarlo y porque me parecía horrible.

Me parece un poco vano escribir esto. Pero es que la apariencia física se me ha convertido a lo largo de los años en un serio problema, una especie de lastre que cargo casi adherido a la espalda y que no me deja en paz del todo. Con el tiempo, se impuso el cabello liso y largo e intenté seguir la tendencia, sin éxito por supuesto porque si me dejo crecer demasiado el cabello, pierde completamente la forma, es increíblemente abundante y ciertamente, no será liso jamás. Lo odié por años. Deseé que fuera ordenado, de otro color, sin frizz, en fin, quería cambiarlo del todo.

En un punto de mi vida, dejé de prestarle atención. Me lo dejé crecer por 7 u 8 meses, sin tratar de peinarlo, sin cuidarlo mucho y como era de esperarse, siguió siendo el mismo híbrido de siempre. Luego, decidí ir finalmente a la peluquería y después de un corte un tanto desatinado, logré encontrar a alguien que le dio forma (o eso, al menos, dicen los demás).

Me acostumbré a odiarlo. Me repetía siempre al espejo que no podía hacer nada con ese desastre. Pero luego, a veces, salía y me encontraba con alguna persona que me decía que estaba bonito. Pensé que lo decían por burlarse o porque sabían de mi eterna crisis adolescente al respecto, hasta que en el trabajo me lo dijeron varias personas que no estaban al tanto. Ximena, por ejemplo, siempre que me ve, lo menciona.

Es irónico que algo que detesto tanto, por lo que siento tanta ira reprimida al verme al espejo, reciba halagos de otros. Ayer comenté el asunto en un pasillo y me dijeron que era hora de reconciliarme con esta historia. Y como para dejar ir las cosas, es necesario escribirlas, pues bueno, aquí está.






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