martes, 20 de junio de 2017

"Esta eterna búsqueda de la verdad es agotadora"

Ximena y yo estábamos tratando de diseñar unos experimentos con base en unos resultados que tengo gracias a una serendipia. Pasamos horas pensando en lo que podría estar pasando y buscando cómo demostrarlo cuando ella soltó así de improviso la frase del título: "esta eterna búsqueda de la verdad es agotadora". Puse toda mi fe en el conocimiento desde que era una niña. Estaba más que convencida que ese era mi lugar en el mundo, que ahí pertenecía y que eso explicaba por qué me costaba tanto trabajo socializar o entender lo que pasaba durante la pubertad y la adolescencia fuera del ámbito académico. Soy buena en eso y estaba convencida de que era una especie de hogar encontrado, un tesoro buscado y hallado y que además, era el camino que debía perseguir para alcanzar la felicidad. El conocimiento es para mí un tesoro invaluable y aprender es probablemente, lo que más amo en la vida.

Nietzsche menciona en su "Origen de la tragedia" que el optimismo del pensamiento Socrático conlleva finalmente a una profunda tristeza porque es tan grande el mar del conocimiento que la luz a través de la cual se trata de ver para comprenderlo es y será siempre irremediablemente insuficiente. Nunca, por mucho que se investigue se logrará entenderlo y explicarlo todo desde el punto de vista puramente teórico, desde el conocimiento y la lógica. Y, cuando el hombre académico literalmente entierra toda esperanza de hallar respuestas a través de otros caminos, se encontrará encerrado sin salida, ante el derrumbe del castillo de naipes sobre el cual había puesto todas sus esperanzas. Para Nietzsche es el arte, pero no el académico, sino el arte primigenio, el del Apolo y el Dionisio que reside en los humanos, aquel que puede atreverse a construir y a "explicar" de cierta forma la verdadera esencia de las cosas. Sábato se dio cuenta de eso y abandonó la ciencia para dedicarse al arte. Stephen Hawking menciona en su "Breve Historia del Tiempo" que los científicos se encargan solo de buscar, entender y explicar los fenómenos, más no de hallar la razón por la cual ocurren de esa manera y le atribuye a los filósofos la búsqueda del sentido de esos mismos fenómenos. Es verdad. No importa cuánto haya confiado en la lógica y en la academia, tiene grandes limitaciones y no puede explicarlo ni reemplazarlo todo. O al menos, no para mí.

Me pregunté mientras leía si Sócrates, prácticamente el padre del pensamiento científico y lógico, quién designaba el conocimiento como virtud, habría implantado ideas tan profundas que dejen de lado el sentimiento puro y craso, ese que no es lógico, que es impulsivo y que debe salir de alguna manera, estilizada o no para expresar cómo el hombre percibe el mundo, su existencia y su vida. Nuestra cultura, la latinoamericana y por lo tanto la colombiana, es más bien impulsiva. Basta vernos para darse cuenta. Sin embargo, todos tendemos a pensar que es inferior, poco culta, que no vale. Tal vez, ese modelo de pensamiento occidental se encuentra de frente contra un muro ante un pueblo esclavizado desde siempre, cuya única arma y libertad se encuentra en la cultura popular, en el arte, en la música, en la danza, en Dionisio. Tal vez, por eso, hoy más que nunca siento que el conocimiento es realmente agotador, que tiene límites y que es absolutamente necesario hallar respuestas en otra parte.    

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