domingo, 24 de diciembre de 2017

Llegó la hora de leer a los colombianos

Como había mencionado en otra entrada, acabo de pasar una época de ligera obsesión por la literatura rusa. Tengo aún pendientes varios libros, incluyendo ese que narra la historia de los Romanov, con todos sus aciertos, desaciertos, dramas y fiestas. Sin embargo, esta compulsión de lectura de novelas rusas no se dio de manera premeditada sino porque por alguna razón, sentía una gran afinidad por los personajes, las situaciones y los sentimientos muy a pesar de los kilómetros y los grados celsius que nos separan. Después de profundizar no solo en los libros sino también en la historia para entender mejor al pueblo ruso, llegué a la irremediable conclusión de que llevo varios años dejando de lado la literatura de mi propia tierra y que es posible, que así como el alma rusa se encuentra plasmada en las letras de Dostoyevski, Tolstoi, Nabokov y Chéjov, la nuestra, en su forma más pura esté plasmada bajo el puño y letra de nuestros escritores.

Lo más curioso de todo esto, es que cuando comencé a leer "El escritor y sus fantasmas" de Sábato, me di cuenta que él también notó esa similitud en la forma de sentir de los rusos y los latinoamericanos. No sé bien cómo explicarlo, pero es un idioma que uno puede entender. Sábato cuenta que un viejo profesor francés de la Sorbona al que solía escuchar, afirmaba que los personajes de Dostoyevski eran "nuevos ricos de la conciencia, individuos poco menos que dementes, bárbaros incapaces de apreciar las ideas claras y netas, tan disparatados e irresponsables como para afirmar que dos más dos puede ser igual a cinco, contra todas las tradiciones de los cartesianos y de los ahorristas franceses". Para los europeos, estas personas no tienen sentido, igual que nosotros. Nuestras sociedades, culturas, ideas y metas son diferentes, pero se han interpretado como inferiores y es por esto que estos "bárbaros", ya sean rusos o latinoamericanos han dedicado su existencia a europeizarse, a perder aquello que nos hace tan incomprensibles y lograr por fin movernos al ritmo de las cosas como "deben ser". Y entonces, vuelvo al tema - sin ánimo de ponerme en contra de los europeos, que simplemente son europeos y ya - de perseguir ser otra cosa sin haber entendido o pasando por alto aquello que ya somos y que deberíamos atesorar más que nada.

Tengo la firme convicción que en medio de este caos, hay quienes han podido leer entre líneas los mensajes en clave de nuestra cultura y que además los aprecian como el tesoro que son. Estoy convencida también de que estas personas son los artistas y que su interpretación de estos mensajes está al alcance de todos, aunque a veces seamos tan ciegos o distraídos para no verlos. Y entonces, justo después de la fiebre por la literatura rusa, he decidido comenzar con los escritores colombianos que portan en sus páginas la visión del mundo que hemos construido como cultura; y de la sociedad, que bien o mal constituye nuestro día a día y ha dejado huellas imborrables en la esencia más pura de lo que somos.

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García Márquez y su realismo mágico no habían sido llamativos para mí desde aquellas veces en que intenté leer La Hojarasca y Cien Años de Soledad, sin éxito. Entonces yo estaba buscando realidades viscerales, relatos de situaciones posibles y no esa transición entre una crónica y una historia imposible que me parecía incluso ridícula. Diana me insistió muchas veces en que tenía que leerlo y que tal vez necesitaba empezar de a poco, para ir entendiendo la lógica de su estilo. Leí los "Doce cuentos peregrinos" y me gustó - sin ser tampoco mi libro favorito - y luego lo dejé de lado mucho tiempo hasta sentir este impulso por la literatura de mi tierra, hace apenas un mes o quizás un poco más. Recordé que ella me había dicho que siguiera con "La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada" y como si fuera una señal divina, lo encontré por esos días en la Panamericana, junto con otros cuentos. Me sorprendí bastante. No me esperaba las historias que allí encontré y que sentí tan familiares, porque tal vez, siendo ahora una adulta, me encuentro con que el día a día colombiano es eso, puro realismo mágico. Aquí suceden cosas que no pueden ser. Aquí la lógica es retada y destrozada prácticamente todos los días, de múltiples formas. Aquí es posible que exista el hombre con alas, que el olor del mar traiga consigo mensajes inesperados, que aparezca un ahogado al que todo un pueblo termina venerando, que un mártir se vuelva un santo y que luego cobre venganza, que una abuela tome escalofriantes decisiones con su nieta. Todo eso sucede aquí. Y es entonces, cuando confirmo mis sospechas: ahí está lo que somos, en esas páginas, incluso en el autor al que tanto dije que jamás lograría entender.

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