martes, 13 de agosto de 2024

La vida es un ejercicio de paciencia

Esto puede parecer increíblemente pretencioso pero la verdad es que no lo es: he tenido casi siempre como una costumbre general de vida no leer libros de años muy recientes. Alguna vez alguien - no recuerdo bien quién - me dijo que no leía nunca autores que llevaran muertos menos de 100 años y me puse a pensar si yo también llegaba a ese punto un tanto exagerado. La verdad es que no, pero tampoco me movía mucho más acá de la década de 1980. No sé de dónde salió esa costumbre, no es tampoco un propósito consciente, solo que en las muchas listas que he escrito en la vida de los libros que quiero conseguir y leer, rara vez hay algún autor contemporáneo. En consecuencia, no he leído ninguna saga moderna, ni siquiera Harry Potter y hay que decir que no es por falta de intención: me lo prestaron y no pasé de un par de páginas. No me lo aguanté.

Sin embargo, como pasan los años y uno va cambiando (a veces sin darse cuenta), terminé interesándome por obras que si bien no son sagas, sí son posteriores al 2000 y para mi sorpresa, he encontrado cosas realmente bellas. No voy a mentir: la escritura y el ritmo sí me parecen mucho más ligeros, el lenguaje menos adornado y aunque sigo prefiriendo la poética de otras épocas, esta no está nada mal. Escribir es un ejercicio complejo y sobretodo transparente: de una forma u otra el escritor termina imprimiendo en sus letras la época en la que vive, lo que ve, lo que siente, lo que percibe, lo que le incomoda y lo que le agrada. En el arte soy toda una nostálgica del pasado y es por eso que creo que me seduce mucho más la visión de otros momentos de la humanidad, al menos mucho más que el mío que encuentro caótico y superficial. Sé que esto no es nuevo: el mundo siempre ha sido caótico y superficial. Pero qué podemos decir, de pronto era más poético.

Después de serias discusiones filosóficas con un amigo sobre el libro de Boecio que mencioné en el anterior post y un anime llamado Berserk que también lo deja a uno recorriendo pasillos interminables de preguntas para encontrarle sentido a la vida, decidí que necesitaba una lectura ligera y me decanté por 'Mis días en la librería Morisaki' de Satoshi Yagisawa. Este libro, que compré no hace mucho paseando por ahí básicamente porque me atrajo la portada, es del 2010, corto y sencillo de leer. La librería Morisaki aparece plasmada como una pequeña casa antigua japonesa de dos pisos, con una luz cálida que sale del escaparate y con grupitos de libros aquí y allá. En el segundo piso a través de la ventana se ve una joven reflexiva viendo al infinito y la estética es tan bonita y llamativa, que no me importaron mucho las reseñas ni nada para elegirlo cuando lo encontré. 



El libro es efectivamente una dulzura. Lo sentí como cuando uno ha tenido un día terrible, llega a la casa y se toma un té delicioso y calentito, de esos que llegan hasta el alma y que invaden con una sensación agradable desplazándose desde el corazón hasta cada uno de los nervios del cuerpo. La historia es sencilla: una muchacha de 25 años recibe un par de noticias complejas y termina escapando de la realidad en la librería familiar que custodia su tío en el barrio Jinbocho de Tokyo: el barrio de los libreros. Su aparentemente excéntrico tío con su amor por la lectura termina enseñándole bastantes cosas a esta chiquilla que ha perdido el rumbo de su vida y se ha dejado vencer, al menos por un rato. Los libros acaban enseñándole también un nuevo camino, uno que jamás esperó encontrar porque la vida es así, simplemente sigue sin pedir permiso, te quita cosas y te da otras, unas que esperabas y otras que ni cruzaron tu mente, pero a las cuales hay que acoplarse, porque no parece haber otra salida.

"Me quedé ahí parada incluso cuando mis ojos ya no alcanzaban a ver su pequeña figura, derrotada por el pensamiento de qué ocurriría a continuación". A Takako - la protagonista - le terminan pasando varias cosas que jamás se imaginó, se relaciona con personas que antes ignoraba y se descubre a sí misma en medio de circunstancias inesperadas que al final, le dan fuerzas para finalmente moverse de la pausa en la que estaba. Al leer esa frase resaltada: derrotada por el pensamiento de qué ocurriría a continuación me quedé pensando que uno suele tener actitudes de ansiedad y hasta derrota cuando no sabe qué va a pasar...es decir, casi siempre. Al menos los obsesionados con controlarlo todo como yo, conocen esa sensación, ese vacío, esa incertidumbre. ¿Pero es necesario esto? ¿No es acaso eso la vida siempre? La vida no es más que un ejercicio de paciencia.

Las cosas eventualmente toman algún curso. Lo inevitable, pasará. No podemos controlarlo todo. Es más, no podemos controlar casi nada. Pero quizás, vale más la pena fluir con la vida sin necesidad de la derrota, sin la zozobra sino más bien, expectante a lo que pueda pasar y dejándose sorprender por las cosas bellas que hay por ahí. Uno eventualmente logra solucionar las cosas y no queda más alternativa que vivir con esa certeza. 

miércoles, 7 de agosto de 2024

Ser uno mismo es irremediable

"Lo único que es posible dominar de un hombre es su cuerpo y sus posesiones, aun inferiores al cuerpo. Nada puedes imponerle a un alma libre, ni puedes arrebatarle su íntima tranquilidad a una mente serena, en paz consigo misma y racional."


Me recomendaron hace no sé cuántos meses un podcast de filosofía (en el que casualmente participa alguien que conocí hace bastante tiempo) y se me ha vuelto un vicio escucharlo. No durante el trabajo, porque lo intenté pero me quedo divagando en mis propios pensamientos y en lo que explica David y pregunta Octavio y termino en un trance bastante interesante pero que se me atraviesa con la productividad laboral. Entonces, los escucho en las mañanas bien temprano o en las noches, o los fines de semana. Los episodios van evolucionando en su formato y en sus temas, pero son todos bastante interesantes, al menos para mí, que siempre he disfrutado de la filosofía como una expectadora, a excepción de cuando en el colegio tuve que leer "El mundo de Sofía", libro del que detesté cada página.

Casi en todos los episodios aparecen textos interesantes para los que voy a necesitar días más largos: desde libros de filósofos complejos como Kant hasta poemas de Borges, pasando por capítulos del Quijote. Pero hubo alguien de quien jamás había escuchado hablar, que escribió un libro durante el tiempo que estuvo en prisión esperando la muerte a la que fue condenado por algo de lo que era inocente: Boecio.

Boecio fue un filósofo reconocido en su tiempo, estudioso de los estoicos y autor de tratados de todo tipo: lógica, matemáticas, música y teología. Este filósofo tuvo una particularidad: su participación en el gobierno. Fue consejero y cónsul del reino ostrogodo y digamos que por meterse de redentor salió crucificado porque lo acusaron de conspiración para derrocar a Teodorico el Grande y lo condenaron a muerte. Como es lógico, se preguntó en su celda por qué, si se había unido al gobierno para usar sus conocimientos a favor del pueblo, de repente no era más que un delincuente encerrado, como si hubiera cometido el peor de los pecados. Es en ese momento cuando la Filosofía, encarnada en la figura de una dama elegante y perspicaz aparece para darle todo tipo de razonamientos que iluminen el camino que ha perdido en medio de sus lamentos.

Lo que me encontré en este libro me soprendió bastante. Tanto, que tuve que volver a desempolvar este blog en el que hace bastante tiempo no escribía ni una sílaba. Boecio no solo hizo una obra que lo cuestiona a uno de muchas maneras sino que también lo escribió de forma muy bella y atemporal. Y es que todo aquel que se ha enfrentado a la lectura de un libro de filosofía sabe que hay puntos en los que uno se pregunta si el libro está realmente en español o no, porque seguirle el paso puede ser bastante complicado. Pues bien, no es este el caso: la prosa es clara, concisa y además estética. 

La filosofía le habla a Boecio de lo efímero que es el poder, la fama y el dinero y de cómo siendo el humano un ser dotado de razón, recurre a estos adornos externos para darse valor, cuando su capacidad de razonar para perseguir la virtud real es un tesoro mucho más importante. Boecio es alguien que ha tenido todo y lo ha perdido (aparentemente) pero en el fondo, sigue siendo el mismo y lleva consigo virtudes que nadie puede quitarle aunque lo encierre en una celda y lo condene a muerte. Y es que hay una frase que se me repite en la cabeza desde hace un tiempo que este texto hizo resonar aún más: ser uno mismo es irremediable. No importa cuán distraído esté uno en el mundo con otras cosas, lo que lleva dentro está siempre ahí, aún cuando por un tiempo lo ignoremos o lo dejemos de lado. Más allá de la fama y el respeto de las masas que igual perdió, Boecio era ante todo un filósofo y fue por esa razón que encontró en todas estas divagaciones el alivio que su alma necesitaba ante la injusticia. No pretendo discutir todo lo que menciona el libro pero sí la importancia de volver a la esencia, porque por mas que uno quiera evitarlo, no va a poder deshacerse de ella y eso es - si uno lo piensa bien - maravilloso. 

Ahora: hay una mención constante de dios, que para mi caso particular hizo ruido porque tengo la impresión de que los argumentos terminan siempre en un punto ciego cuando se incluye un ser supremo en la ecuación, y hay que decir sucede un poco en este caso. Sin embargo, la búsqueda de la felicidad que se equipara a la virtud y al bien, las herramientas que tenemos más allá de lo material y la búsqueda de las respuestas dentro y no fuera del ser, son puntos a mi parecer universales. De todas maneras, fue interesante leer cómo concibe a dios la filosofía del relato. También es interesante la sensación que queda de buscarse uno mismo y entenderse, más allá de las condiciones externas en las que estamos y que solo nos determinan transitoriamente. 

A Boecio, gracias. Y a la filosofía, muchas más gracias. 

La vida es un ejercicio de paciencia

Esto puede parecer increíblemente pretencioso pero la verdad es que no lo es: he tenido casi siempre como una costumbre general de vida no l...