No me gusta la navidad. Lo peor
de todo el asunto es que comienzan a revolotear con el cuento desde Octubre, lo
cual implica que la navidad dura en realidad tres meses haciéndola más
insoportable todavía y dándole ese tinte interminable, el mismo que odié de “La
Historia Sin Fin”.
No sé en qué momento le perdí el
gusto a la celebración, pero sí sé que me hace sentir sola y esa es la
principal razón por la cual no me gusta. Me parece que es la época del año en
que se evidencia más eso que menciona Cortázar sobre estar juntos pero solos: mucha
gente se reúne con la familia que nunca ve, con quienes ni siquiera se llevan
bien, para fingir sonrisas y regalar objetos que van a terminar en la basura, compartiendo
la mesa por única vez en el año y haciendo promesas que no van a cumplir. En mi
caso, la mayor parte de mi familia está en otro país o en otra ciudad y por eso
siempre terminamos “celebrando” mi mamá y yo. El año pasado me obligó a prender
velitas el 8 de Diciembre y para mi sorpresa, hasta bonito fue. Pero esa
revelación, estando aquí, solas, las dos, sin tener a nadie más que la una a la
otra me hizo detestar aún más la fiesta comercial que comienza en Octubre
porque es increíblemente vacía.
Ya no me nace decorar el
apartamento, no me nace comprar guirnaldas, ni siquiera tenemos árbol de
navidad. Mi mamá siempre arma el pesebre que era de mi abuela (y está bendito
por vaya usted a saber qué sacerdote) y los últimos años ha dejado de quejarse
porque no le ayudo ni a poner las luces de la ventana. Supongo que ya se
acostumbró. Lo que sí disfruto es ir a ver las luces con que decoran los parques
y centros comerciales aunque he pensado incluso que deberían dejarlos así todo
el año, evidentemente no los árboles ni los pesebres, pero sí las luces…¿por
qué no? Bueno, sí, el gasto de luz sería impresionante, pero sigo creyendo que
salir en la noche sería mucho más divertido. La decoración de la 82 ya me sacó
sonrisas, lo confieso y el año pasado gocé como una niña con la nieve
artificial (léase espuma) que a pesar de todas las críticas a mí me encantó.
A finales de Octubre estuve
comprando algunas cosas en la Panamericana y vi que estaba horriblemente
impregnada de navidad por todas partes. La gente frenética, comprando todo lo
que veía, desde bolas para decorar el árbol hasta luces de todos los colores,
pasando por escarcha, piñas, velas, muñecos y cuanta pendejada puedan
imaginarse - bien costosa además - es lo que más me fastidia. Ya no tienen idea
de qué están celebrando realmente, es una fiesta comercial más en la que la que
hay que gastarse la plata en todo lo que se pueda. Aunque bueno, quién soy yo
para juzgar, si son felices así, que lo hagan, pero yo no lo disfruto.
La ciudad es un caos, todo se
paraliza, todo el mundo está “feliz” comprando, caminar en las calles es
imposible, el centro se congestiona aún más hasta que al fin llega el 24 de
Diciembre y yo hago lo mismo de siempre: comer algo, esperar la medianoche y
recibir algunos regalos, entregar otros…y me pregunto por qué. ¿Qué sentido
tiene? Sí, muy filosófica la pregunta, pero es cierto, no sé ni qué celebro si
al fin y al cabo no creo en dios. De todas maneras lo hago por costumbre, por
la familia, por no dejar pasar la fecha sin pena ni gloria. Ahora, los días más
aburridos del planeta son del 25 de Diciembre al 5 o 6 de Enero porque
literalmente no hay nada, es como un letargo en que la gente bebe, hace asados
y viaja. Supongo que no lo disfruto porque no hago ninguna de las anteriores.
Aburridísimo. Lo único que sí me gusta es la idea de un año que comienza, que
vendrá con sorpresas buenas y malas, pero sorpresas al fin y al cabo. Ya no
siento esa calidez de la navidad. Supongo que soy un poco grinch.