jueves, 5 de enero de 2012

Palabras


Durante mucho tiempo callé todo lo que pensaba, absolutamente todas las ideas, objeciones y argumentos, encerrados herméticamente en una neurona acumuladora que un día no pudo más y me hizo perder el filtro cerebro-boca. Me fui al otro extremo: había permitido que me pisotearan innumerables veces, que anularan mis ideas, que me trataran como se les diera la gana sin chistar. Y me cansé, así que decidí que no me callaría nada ante nadie, que para defenderme de la carnicería que es este mundo en que vivimos tenía que hablar y defender a toda costa lo que pensaba. Hace unos días, justo antes de la finalización del 2011, que fue mi año de epifanías, aparece otra que me rondaba la cabeza hacía un tiempo pero no había sido suficientemente clara: no podemos subestimar el poder de las palabras. Esta valiosa idea aparece en mi vida gracias a dos post en blogs que me gustan bastante, uno que hace referencia a los momentos en que hay que guardar silencio y en lo nocivo que puede resultar extraviar ese filtro cerebro-boca llamado “Verdades a medias” y otro que si no recuerdo mal se titula “El poder de las palabras” que enfatiza que éstas deben utilizarse con precisión porque no nos imaginamos los efectos que pueden tener en las personas.

Cuando leí por primera vez “Verdades a medias” quise quejarme a gritos, porque no entendía cómo era posible afirmar que estar siempre dispuesto a hablar causara problemas. Sin embargo, decidí callar en ese momento porque sospeché que sería una de esas cosas que a uno le parecen absurdas de primerazo, pero que comprenderá algún día, mientras reflexiona tomándose un café solo en casa. “El poder de las palabras” apareció mucho después e inmediatamente me recordó el primer post, porque aunque la idea central era diferente y seguramente la inspiración también, los dos textos tenían más relación de la que uno podría imaginarse. El 2011 fue para mí - como ya lo dije - un año lleno de epifanías y aprendizaje. Nunca antes había visto tantas lecciones contenidas en apenas 365 días y aunque hay aún muchísimo por aprender, nada pudo ser más productivo. La última del año, aparece por los escritos mencionados y dos personas importantes en mi vida: mi mamá y Andrea.

Siempre me quejo porque mi mamá es sobreprotectora y siempre la defiendo porque tiene razones suficientes para preocuparse por mí, siendo hija única y tras la muerte de mi papá en un accidente de tránsito. También tengo la inútil costumbre de jugar a la víctima con mis amigos que se incomodan con la llamadera de mi mamá y la preocupación constante, siempre les digo que no hay nada que hacer. Entonces, aparece un punto neurálgico en que mi mamá se mete incluso en mi trabajo, lo cual sí me saca de quicio y me doy cuenta de algo importante: si ella se toma esas atribuciones, es porque yo lo he permitido y lo sigo haciendo. No hay que ser grosera ni violenta con ella (que es a lo que he recurrido inevitablemente) porque no se logra nada ni se debe cruzar el límite: es mi mamá y hay que respetarla. El problema no sólo es ella, en realidad el problema soy yo porque no me veo a mí misma como un adulto que toma sus decisiones, sino que busco aprobación constante, no sólo de ella sino de quienes me rodean. Así las cosas, parece que soy un ternero que busca mamá todo el tiempo, que consulta sus decisiones y que sin darse cuenta, ha utilizado en su contra el poder de las palabras. Le he conferido a todos el poder de meterse en mi vida y es eso justamente lo que debí evitar en primer lugar. Ya es hora de hacer lo que quiero, de dejar de pedirle permiso al mundo para vivir mi vida, de consultar todo a mis amigos. Una cosa es pedir consejo y otra es hacer lo que me digan. Me quejo de los borregos y soy uno. Nada más contradictorio que eso.

Eso me lleva también a los momentos en que hay que guardar silencio. Mis decisiones son mías y de nadie más y no es necesario consultar qué hacer, por lo que hay cosas que deberían quedarse guardadas en mis neuronas mientras logro mis objetivos. Ya puede diferenciar uno el bien del mal, o al menos la idea social del mismo para caminar solo, sin observadores y sin necesidad de aprobación. Pero el silencio (al igual que las palabras) tiene también más poder del que imaginamos y es necesario utilizarlo incluso con amigos de gran confianza. Uno puede tener mil opiniones sobre la forma de actuar de alguien, pero no es necesario reprochárselo todo el tiempo, porque así como estoy en mi derecho de hacer lo que me plazca, mis amigos también y no porque me pidan un consejo puedo tomarme atribuciones que no me corresponden.

Así las cosas, estoy trabajando en cuidar mis palabras y mis silencios. Estoy aprendiendo a medir mis opiniones y reproches, aprendiendo a mentir y a decir la verdad cuando es necesario y apropiado. Aprendí a diferenciar con quién puedo compartir algunas ideas y con quién no y también cuáles son las que deben quedarse sólo para mí y nadie más. Aprendí que no puedo dar riendas a otros sobre mi vida y que apropiarme de esas riendas está a solo unas palabras de distancia.

3 comentarios:

  1. we need to talk, estoy completamente de acuerdo...........

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  2. Es que ser adulto de verdad - verdad es muy difícil. Muy bueno darse cuenta al menos de que uno tiene conductas de niño, por más años que tenga. A veces creo que la falta de autocrítica es puro miedo a la soledad. Ánimo.

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  3. Es cierto, crecer es complicado y no sólo por lo que uno tiene que enfrentar sino por cómo debe hacerlo o más bien, por decidir justamente eso. Camino largo y tortuoso, pero ahí vamos. Para mí es fácil lograr autocrítica, el problema es que tiendo a culparme por todo y a perder la perspectiva. Los extremos nunca son buenos.

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