Durante mucho tiempo callé todo
lo que pensaba, absolutamente todas las ideas, objeciones y argumentos, encerrados
herméticamente en una neurona acumuladora que un día no pudo más y me hizo
perder el filtro cerebro-boca. Me fui al otro extremo: había permitido que me
pisotearan innumerables veces, que anularan mis ideas, que me trataran como se
les diera la gana sin chistar. Y me cansé, así que decidí que no me callaría
nada ante nadie, que para defenderme de la carnicería que es este mundo en que
vivimos tenía que hablar y defender a toda costa lo que pensaba. Hace unos
días, justo antes de la finalización del 2011, que fue mi año de epifanías, aparece
otra que me rondaba la cabeza hacía un tiempo pero no había sido
suficientemente clara: no podemos subestimar el poder de las palabras. Esta
valiosa idea aparece en mi vida gracias a dos post en blogs que me gustan
bastante, uno que hace referencia a los momentos en que hay que guardar
silencio y en lo nocivo que puede resultar extraviar ese filtro cerebro-boca llamado
“Verdades a medias” y otro que si no recuerdo mal se titula “El poder de las
palabras” que enfatiza que éstas deben utilizarse con precisión porque no nos
imaginamos los efectos que pueden tener en las personas.
Cuando leí por primera vez “Verdades
a medias” quise quejarme a gritos, porque no entendía cómo era posible afirmar que
estar siempre dispuesto a hablar causara problemas. Sin embargo, decidí callar
en ese momento porque sospeché que sería una de esas cosas que a uno le parecen
absurdas de primerazo, pero que comprenderá algún día, mientras reflexiona
tomándose un café solo en casa. “El poder de las palabras” apareció mucho
después e inmediatamente me recordó el primer post, porque aunque la idea
central era diferente y seguramente la inspiración también, los dos textos tenían
más relación de la que uno podría imaginarse. El 2011 fue para mí - como ya lo
dije - un año lleno de epifanías y aprendizaje. Nunca antes había visto tantas
lecciones contenidas en apenas 365 días y aunque hay aún muchísimo por
aprender, nada pudo ser más productivo. La última del año, aparece por los escritos mencionados y dos
personas importantes en mi vida: mi mamá y Andrea.
Siempre me quejo porque mi mamá
es sobreprotectora y siempre la defiendo porque tiene razones suficientes para
preocuparse por mí, siendo hija única y tras la muerte de mi papá en un
accidente de tránsito. También tengo la inútil costumbre de jugar a la víctima
con mis amigos que se incomodan con la llamadera de mi mamá y la preocupación
constante, siempre les digo que no hay nada que hacer. Entonces, aparece un
punto neurálgico en que mi mamá se mete incluso en mi trabajo, lo cual sí me
saca de quicio y me doy cuenta de algo importante: si ella se toma esas
atribuciones, es porque yo lo he permitido y lo sigo haciendo. No hay que ser
grosera ni violenta con ella (que es a lo que he recurrido inevitablemente)
porque no se logra nada ni se debe cruzar el límite: es mi mamá y hay que
respetarla. El problema no sólo es ella, en realidad el problema soy yo porque
no me veo a mí misma como un adulto que toma sus decisiones, sino que busco
aprobación constante, no sólo de ella sino de quienes me rodean. Así las cosas,
parece que soy un ternero que busca mamá todo el tiempo, que consulta sus
decisiones y que sin darse cuenta, ha utilizado en su contra el poder de las
palabras. Le he conferido a todos el poder de meterse en mi vida y es eso justamente
lo que debí evitar en primer lugar. Ya es hora de hacer lo que quiero, de dejar
de pedirle permiso al mundo para vivir mi vida, de consultar todo a mis amigos.
Una cosa es pedir consejo y otra es hacer lo que me digan. Me quejo de los borregos
y soy uno. Nada más contradictorio que eso.
Eso me lleva también a los
momentos en que hay que guardar silencio. Mis decisiones son mías y de nadie
más y no es necesario consultar qué hacer, por lo que hay cosas que deberían
quedarse guardadas en mis neuronas mientras logro mis objetivos. Ya puede
diferenciar uno el bien del mal, o al menos la idea social del mismo para
caminar solo, sin observadores y sin necesidad de aprobación. Pero el silencio
(al igual que las palabras) tiene también más poder del que imaginamos y es necesario
utilizarlo incluso con amigos de gran confianza. Uno puede tener mil opiniones
sobre la forma de actuar de alguien, pero no es necesario reprochárselo todo el
tiempo, porque así como estoy en mi derecho de hacer lo que me plazca, mis
amigos también y no porque me pidan un consejo puedo tomarme atribuciones que
no me corresponden.
Así las cosas, estoy trabajando
en cuidar mis palabras y mis silencios. Estoy aprendiendo a medir mis opiniones
y reproches, aprendiendo a mentir y a decir la verdad cuando es necesario y apropiado.
Aprendí a diferenciar con quién puedo compartir algunas ideas y con quién no y
también cuáles son las que deben quedarse sólo para mí y nadie más. Aprendí que
no puedo dar riendas a otros sobre mi vida y que apropiarme de esas riendas está
a solo unas palabras de distancia.
we need to talk, estoy completamente de acuerdo...........
ResponderEliminarEs que ser adulto de verdad - verdad es muy difícil. Muy bueno darse cuenta al menos de que uno tiene conductas de niño, por más años que tenga. A veces creo que la falta de autocrítica es puro miedo a la soledad. Ánimo.
ResponderEliminarEs cierto, crecer es complicado y no sólo por lo que uno tiene que enfrentar sino por cómo debe hacerlo o más bien, por decidir justamente eso. Camino largo y tortuoso, pero ahí vamos. Para mí es fácil lograr autocrítica, el problema es que tiendo a culparme por todo y a perder la perspectiva. Los extremos nunca son buenos.
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