Alguien escribió ayer en Twitter -
a propósito de la posesión de Petro - que nuestro país saldrá adelante el día en
que las personas dejen de pensar que la palabra “gratis” es la solución a todo
y tiene toda la razón. Muchas cosas que ocurrieron durante el 2011, el primer
año en toda mi vida en que me interesaron las noticias y todos los
acontecimientos en política, me hicieron preguntarme ¿qué nos tiene jodidos? La
más influyente de todas fue una conferencia de Jaime Garzón en la cual habla de
lo que nosotros tenemos y podemos hacer por la patria, aún cuando estemos bajo
un gobierno de hampones. Encontrar ese video, ahora que tengo edad para
entenderlo y analizarlo, me confirma que Garzón es una de las personas más
inteligentes que ha visto nacer nuestra patria y que seguramente por eso lo
mataron. Me demuestra también por qué mi papá (otro de los hombres más
inteligentes que conocí) se lamentó tanto cuando murió Garzón y por qué se
empeñaba en decirnos a todos que el tipo hacía críticas reales, fundamentadas,
que tenía mucha visión y no se conformaba con ser un borrego más en este enorme
rebaño llamado Colombia.
Él defendió una idea muy
importante en esa conferencia: decía que todos utilizábamos la misma excusa,
culpábamos a los políticos de todo lo que pasa sin ver lo que hace o más bien
no hace el pueblo por salir adelante. Nos hemos empeñado en vender una imagen
de luchadores, de emprendedores y lamentablemente esa no es la realidad de la
mayoría de nuestro pueblo, seguramente por diferentes razones. Muchos sí lo son,
eso no se niega. Pero hay definitivamente dos problemas grandes que tenemos y
que nos dejan estancados como país y como cultura, problemas que hacen que
muchos quieran irse, problemas que evitan el surgimiento de algunas áreas del
conocimiento como la que yo amo.
El primero es que nos falta
sentido de pertenencia. Sentirse parte de algo, de una patria, de un pueblo
fuerte, sentirse tan parte de él que lo cuidamos como un tesoro, a la gente, al
ambiente, a la ciudad, el pueblo o el caserío en que uno vive y el que visita también.
Decimos estar orgullosos de nuestra tierra y nuestra raza, pero en realidad la
duración del sentimiento son los dos o tres minutos de la canción de
Calle 13, “Latinoamérica”. Necesitamos que se traduzca en hechos, que se vea,
que se note. No importa si uno es pobre o rico, si es alto o bajito, si tiene o
no tiene trabajo, no hay razón para dejar papeles en la calle, para pasar con
el carro y mojar a quien que va caminando bajo la lluvia con una sombrilla,
para empujar en el Transmilenio, para colarse en las filas, para insultar a
quien lo cerró sin querer, para pitar porque el de adelante se demoró un
segundo en pasar, para casi pasar por encima de otro con la bicicleta, para
creerse el dueño de la calle con una moto.
El segundo es que nuestra cultura
tiene de todo menos política de trabajo. El desempleo es altísimo y todos se
quejan por no tener trabajo mientras los que sí tienen se quejan por tener que
trabajar. De cada 10 almacenes a los que usted entra, máximo dos vendedores le
explican bien, saben de lo que hablan, hacen buena cara y no lo tratan como si fuera a robarse algo. Aquí todos esperamos que nos caigan las cosas del
cielo, no vemos el trabajo como una actividad que da recompensa sino como un
martirio. Y bueno, para ganarse el pan hay quienes tienen que trabajar en algo
que no les gusta, pero también hay muchos con carreras profesionales que ellos
mismos escogieron quejándose por lo que tienen que hacer. Me incluyo, cuando
comencé a trabajar como docente estaba igual. Queremos ganar sin tener que
hacer nada. No digo que tenemos que llegar al extremo de Estados Unidos, en que
todo el mundo trabaja incesantemente para comprar cosas (desmesurado
consumismo) que ni siquiera va a disfrutar. Pero sería bueno que educáramos al
trabajo, porque si seguimos esperando que todo nos caiga del cielo, incluyendo
la prosperidad de la nación, seguiremos igual de jodidos.
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