El paciente ingresa a urgencias
consciente, después caer del punto más alto de un andamio. Hubo un accidente
cerca a la clínica y todos los médicos en urgencias están ocupados, hay
pacientes más graves y que deben atenderse más rápido. Un interno queda a cargo
del señor y le pregunta cómo ocurrieron las cosas y cómo se siente. El afirma
que estaba en la cúspide del andamio pero que se siente bien, lo cual le parece
extraño al interno. Tiene una fractura en la tibia, nada muy grave y se
preparan para sacar placas y corroborar el estado del tórax del paciente. Sin
embargo, durante las preguntas, el paciente comienza a presentar dificultades
respiratorias. El interno le pregunta qué siente, revisa los pulmones y parece
que uno no funciona bien. El paciente se desespera y le dice que está
ahogándose. “Está colapsando por neumotórax” es lo primero que piensa, pero que
descarta casi inmediatamente por una punción pleural. Si fuera neumotórax,
saldría aire y el paciente mejoraría su condición. Concluye entonces que debe
ser un hemotórax, sangre en la cavidad pleural debida al golpe, por lo cual hay
que intubar. La enfermera se apresura a avisar a la urgencióloga que en el
momento no puede ir porque está atendiendo otra víctima del accidente. No hay
opción: el interno tiene que actuar. La enfermera le pregunta cuántas veces ha
intubado. - Veinte - dice él. -Lo ha hecho más veces que yo, hágale - le
responde. Nervioso, el interno se alista para intubar al paciente que está cada
vez peor. En el momento en que se acerca a la camilla, el paciente entra en
paro. La enfermera alega que hay que desfibrilar, pero él se niega porque está listo
para intubar. Lo hace sin vacilar. El paciente reacciona.
He mantenido una guerra
incansable con los médicos desde el tercer semestre de mi carrera, cuando
viendo bioquímica tuve que memorizar miles de procesos que explican la
fisiología del cuerpo humano. No me gusta ir al médico y le he peleado a más de
uno porque parece no analizar sino repetir de memoria lo que conoce. Los
biólogos, que tanto nos quejamos del ego de los médicos, no somos tan
diferentes, también tenemos el ego bien crecido. Nos creemos tan inteligentes, tan
brillantes porque nos dedicamos a lo que muchos odian o no entienden,
memorizando procesos complejos, aprendiendo a crear conocimiento, ese que todos
leen en los libros. Expandamos la situación a las ciencias puras,
enfrentamientos eternos entre matemáticos e ingenieros porque los primeros sí
comprenden la verdad sobre los números mientras los otros simplemente aplican
lo que los primeros descubrieron. Sí, nos gustan cosas que muchos detestan o no
entienden, pero eso no nos hace mejores ni peores que nadie. Al contrario, más
bien resulta absurdo que con tantos títulos, tantos estudios, tantos artículos
publicados y tan inteligentes como decimos ser, estemos inmersos en un círculo
vicioso para definir quienes son dueños de la “verdad absoluta” en vez de integrar
conocimientos entre diversas disciplinas que permitan buscar soluciones.
La verdad es que yo quería
estudiar medicina pero me arrepentí, básicamente porque no tengo la vocación de
atender pacientes. Me gusta entender las causas de las enfermedades, pero no
tratarlas, sino más bien buscar opciones terapéuticas. Por
eso, creo yo, terminé trabajando en un laboratorio de la facultad de Medicina y conocí médicos en formación, entre ellos uno muy particular pero
también muy inteligente, que sabía más de biología celular que yo, con todo el
tiempo que le había dedicado. Gústele a quien le guste, el tipo nos gana a más
de uno, no sólo en conocimiento sino en proyección como científico, aunque él
no se tenga mucha fe. Nos hicimos muy amigos y entonces le sacaba consultas en medio de conversaciones. Es increíblemente analítico - virtud poco frecuente - y las redes
mentales que arma deben ser absurdas porque es capaz de considerar mil
variables para explicar una condición médica. Un día le pregunté cómo puede haber tantos
médicos tan brutos (sin ofender, pero es que he dado con unos…). El me preguntó
por qué decía eso y yo le expliqué que muchos no piensan, no analizan, repiten
como loras. Él tiene mucha razón: el enfoque de un médico no puede ser tan
purista, porque la cuestión ahí es salvar vidas. No importa si conoce
absolutamente todas las rutas metabólicas que disparan los receptores de
membrana o si entiende el fundamento físico de la producción de ATP o de la
transmisión de un potencial de acción en el sistema nervioso. Importa actuar y
mientras piensa en detalles, el paciente se muere. No estoy diciendo que no
haya médicos malos, los hay y perversos, ocurre como en todas las profesiones,
sólo que el médico tiene en sus manos la vida de uno y ahí la cosa es a otro
precio.
He arreglado mis problemas con
los médicos. Seguiré atenta a lo que diagnostican y si puedo aportar algo, lo
haré. Sin embargo, los biólogos deberíamos abandonar ese ojo inquisidor sobre ellos, o al menos ese ego colosal, porque aquí la competencia no tiene fundamentos, tenemos dos enfoques diferentes sobre la vida. Lo cierto es que muchos biólogos no tendríamos la entereza necesaria para atender pacientes y muchos médicos no están interesados en detalles bioquímicos. No está mal ni bien, es así y listo. En cuanto al ego de los
médicos - al menos los de la Nacional - tranquilos, de ese ya se encarga el
profesor Vernot.
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