sábado, 25 de agosto de 2012

Fiesta Flamenca


Esto de la danza ya es serio: no quiero que sea un simple hobbie, quiero que sea parte de mi vida permanentemente y voy a hacer todo lo posible porque permanezca así. En danza árabe ya estoy más que comprometida pero hay otra que me ha gustado toda la vida y que dejé hace muchos años: el flamenco.Johanna, mi maestra de danza árabe, organizó unos talleres de danza gitana con componentes tanto teóricos como prácticos. Por supuesto existen tantas danzas gitanas como comunidades y por razones económicas no pude asistir a todos, pero sí al de flamenco. No podía dejarlo pasar.
Anoche llegué a clase y para mi sorpresa, quien la estaba dirigiendo no era Nohora, una de las integrantes de la compañía, sino una bailaora de Andalucía que por supuesto, lleva el baile en las venas.

Comenzamos con la historia breve del flamenco y con las bases de la técnica, por supuesto unas pocas porque una sesión de dos horas y media no es nada para todo lo que hay que aprender. Mi primera sorpresa es que a pesar del paso de los años, de mi inmersión en actividades lejanas al flamenco y de la dificultad que he tenido para levantar la cabeza en la danza árabe, la postura permanece en mí intacta. Sólo escuchar las sevillanas y bulerías, las palmas y la guitarra encendió un botón olvidado en la memoria que ni yo misma sabía que existía: los pies bien firmes en el suelo, la espalda recta, los brazos extendidos - aunque no completamente - y las manos a la vista, el pecho y la cabeza en alto, el cuello extendido y la mirada fija al frente, con una actitud como para salir a matar.



Son incontables las veces que Johanna me ha regañado porque tiendo a mirar al piso, las veces que me ha dicho que tengo que tener la frente en alto, que deje de esconderme. También son muchísimas las veces que he notado que lo hago constantemente, como si quisiera huir despavorida del mundo y esconderme en una caja de cristal para no salir jamás. El flamenco es todo lo opuesto a eso: los movimientos son recios, la mirada lo es todo igual que la actitud, hay que creerse el cuento. Lo raro es, que con la música sí me funciona, como si fuera otra persona, como si esa parte de mí que a veces ignoro o encierro saliera sin miedo y tomara el control. No sé bien cómo explicarlo, pero me sentí muy bien.

La propuesta para la clase fue una fiesta flamenca, que es como si asistiéramos a una fiesta en la casa de alguien, pero bailando únicamente flamenco. La energía flota por el aire, las palmas y la guitarra animan a todas las participantes, es tan contagioso que el novio de Johanna que sólo estaba observando, se unió al baile. Somos 8 personas en la clase y nos organizamos en un círculo para escuchar la descripción de cómo transcurre normalmente una fiesta de este tipo. En ese caso, habría un guitarrista y un cantaor, que improvisa siguiendo una serie de claves rítmicas para guiar a las bailaoras. Cuando se te antoje bailar, porque el ritmo te llama, sales del círculo marcando el ritmo con los pies, levantas los brazos mientras mueves las muñecas y los dedos y te presentas sin palabras ante la fiesta, como diciendo: “señores, voy a bailar”. Luego, te acercas al cantaor que empieza a lanzar pregones exclusivamente para ti y le bailas: si te está cantando, hay que bailarle a él. No puedes olvidar marcar el ritmo con los pies, si quieres con taconeo, con la falda y los brazos, todo cuenta. El tronco estás más bien fijo, los movimientos son fuertes y enérgicos. Cuando el cataor termina la pieza que te ha hecho para que bailes o tú decidas retirarte, tienes que seguir el protocolo de la fiesta y hacer una llamada. Se separan los pies y se hace un taconeo fuerte, para llamar la atención de todos, como diciendo: “señores atención, me voy”. Luego, para poder irte, realizas una serie de movimientos fuertes, con taconeo y brazos, libres, eso sí y te diriges a tu puesto dándole la espalda al cantaor.
Yo nunca había conocido el flamenco así, como es. Cuando bailé, Judy me enseñó coreografías de jotas, pasodobles y sevillanas, pero jamás un estilo como este, donde lo que transmiten la música y el cantaor son la guía del baile. Es intimidante, pero divertidísimo. 



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