Esto de la danza ya es serio: no
quiero que sea un simple hobbie, quiero que sea parte de mi vida permanentemente
y voy a hacer todo lo posible porque permanezca así. En danza árabe ya estoy
más que comprometida pero hay otra que me ha gustado toda la vida y que dejé
hace muchos años: el flamenco.Johanna, mi maestra de danza árabe, organizó unos
talleres de danza gitana con componentes tanto teóricos como prácticos. Por
supuesto existen tantas danzas gitanas como comunidades y por razones
económicas no pude asistir a todos, pero sí al de flamenco. No podía dejarlo
pasar.
Anoche llegué a clase y para mi
sorpresa, quien la estaba dirigiendo no era Nohora, una de las integrantes de
la compañía, sino una bailaora de Andalucía que por supuesto, lleva el baile en
las venas.
Comenzamos con la historia breve
del flamenco y con las bases de la técnica, por supuesto unas pocas porque una
sesión de dos horas y media no es nada para todo lo que hay que aprender. Mi
primera sorpresa es que a pesar del paso de los años, de mi inmersión en
actividades lejanas al flamenco y de la dificultad que he tenido para levantar
la cabeza en la danza árabe, la postura permanece en mí intacta. Sólo escuchar las
sevillanas y bulerías, las palmas y la guitarra encendió un botón olvidado en
la memoria que ni yo misma sabía que existía: los pies bien firmes en el suelo,
la espalda recta, los brazos extendidos - aunque no completamente - y las manos
a la vista, el pecho y la cabeza en alto, el cuello extendido y la mirada fija
al frente, con una actitud como para salir a matar.
Son incontables las veces que
Johanna me ha regañado porque tiendo a mirar al piso, las veces que me ha dicho
que tengo que tener la frente en alto, que deje de esconderme. También son
muchísimas las veces que he notado que lo hago constantemente, como si quisiera
huir despavorida del mundo y esconderme en una caja de cristal para no salir
jamás. El flamenco es todo lo opuesto a eso: los movimientos son recios, la
mirada lo es todo igual que la actitud, hay que creerse el cuento. Lo raro es,
que con la música sí me funciona, como si fuera otra persona, como si esa parte
de mí que a veces ignoro o encierro saliera sin miedo y tomara el control. No
sé bien cómo explicarlo, pero me sentí muy bien.
La propuesta para la clase fue
una fiesta flamenca, que es como si asistiéramos a una fiesta en la casa de
alguien, pero bailando únicamente flamenco. La energía flota por el aire, las
palmas y la guitarra animan a todas las participantes, es tan contagioso que el
novio de Johanna que sólo estaba observando, se unió al baile. Somos 8 personas
en la clase y nos organizamos en un círculo para escuchar la descripción de
cómo transcurre normalmente una fiesta de este tipo. En ese caso, habría un
guitarrista y un cantaor, que improvisa siguiendo una serie de claves rítmicas
para guiar a las bailaoras. Cuando se te antoje bailar, porque el ritmo te
llama, sales del círculo marcando el ritmo con los pies, levantas los brazos
mientras mueves las muñecas y los dedos y te presentas sin palabras ante la
fiesta, como diciendo: “señores, voy a bailar”. Luego, te acercas al cantaor que
empieza a lanzar pregones exclusivamente para ti y le bailas: si te está cantando,
hay que bailarle a él. No puedes olvidar marcar el ritmo con los pies, si
quieres con taconeo, con la falda y los brazos, todo cuenta. El tronco estás
más bien fijo, los movimientos son fuertes y enérgicos. Cuando el cataor
termina la pieza que te ha hecho para que bailes o tú decidas retirarte, tienes
que seguir el protocolo de la fiesta y hacer una llamada. Se separan los pies y
se hace un taconeo fuerte, para llamar la atención de todos, como diciendo: “señores
atención, me voy”. Luego, para poder irte, realizas una serie de movimientos fuertes,
con taconeo y brazos, libres, eso sí y te diriges a tu puesto dándole la
espalda al cantaor.
Yo nunca había conocido el
flamenco así, como es. Cuando bailé, Judy me enseñó coreografías de jotas,
pasodobles y sevillanas, pero jamás un estilo como este, donde lo que
transmiten la música y el cantaor son la guía del baile. Es intimidante, pero
divertidísimo.
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