Después de más de una década de negativas, me decidí por fin a ir a terapia psicológica. Está claro para quienes me conocen que soy bastante obstinada y sobretodo, que no me gusta pedir ayuda hasta estar en las últimas (aplica para la salud física y mental). Eso no me enorgullece realmente, en especial después de esperar en una salida de campo hasta el punto de no poder ponerme de pie por la deshidratación para recurrir a un médico.
A veces siento que estoy volviendo a empezar un proceso. Estuve releyendo una serie de escritos de este blog y es como si hubiera olvidado un montón de lecciones que había aprendido. De pronto fueron claras en ese momento, pero "no bajarás dos veces al mismo río" y ni yo soy la misma ni la vida tampoco. Se hace necesario comenzar de nuevo, paso a paso, corrigiendo errores, prejuicios, filtros, formas de pensar, ideas parásitas y sobretodo, dejando de lado tanto raciocinio y aprendiendo a sentir y a dejarse llevar por eso que uno siente (¡que alguien me ayude con eso, que es bien difícil!)
He racionalizado tanto mi vida, que a veces no es claro qué siento, qué quiero y hacia dónde voy a ir. La razón se me volvió un dogma irrefutable por varios años, para luego darme cuenta que las respuestas no estaban ahí, salvo por las de una tesis o un proyecto de investigación. Y entonces, cuando me preguntan qué siento, la verdad es que muchas veces no tengo idea. Si alguien pudiera ver mi mente en esos momentos, vería un espacio blanco, vacío.
Es una búsqueda, supongo, que a veces me llena de desesperanza y de impotencia. Pero a veces, también, siento la imperiosa de necesidad de hacer algo, como por ejemplo de escribir esto.
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