José María Samper fue uno de los primeros pensadores colombianos a quién muchos le debemos bastante. Fue él quien presentó el proyecto de ley que dio creación a la Universidad Nacional de Colombia, mi alma mater. Fue también uno de los primeros que se dedicó a repensar el continente como unidad y seguramente de los primeros en participar en la comprensión y construcción de nuestra nación y nuestro pueblo. Llegué a él por Victor Viviescas Monsalve, un ingeniero mecánico y dramaturgo colombiano, que participó en la cátedra Marta Traba. Marta, la escritora y crítica de arte argentina, que dedicó su vida a estudiar la cultura latinoamericana y que se enamoró de Colombia. De ella me habló Ana María, mi jefe, de su vida, de sus obras y de su trágica muerte, cuando se dirigía al Primer Encuentro de la Cultura Hispanoamericana.
Seguramente a causa de la innegable crisis que está atravesando cada rincón del mundo - incluyendo nuestro país - y de unas tertulias históricas que hacemos con algunos amigos cada quince días, me he planteado seriamente si tenemos en realidad un sentido de pertenencia, una idiosincrasia, una construcción de lo que somos desde nosotros y no desde la perspectiva de quienes llegaron acá. Para eso, me he dedicado a leer a quienes lo han analizado (que son más bien pocos) y a buscar la fuente misma, la raíz de quienes estaban presentes en los momentos álgidos del nacimiento de nuestra cultura después de un evento tan crítico como la llegada de los colonos con lo que eso implica: la imposición de cientos de costumbres, la destrucción de las autóctonas, la extinción de los pueblos y finalmente la mezcla de razas, esa que hasta en nuestros genes es innegable. Cabe anotar que no es lo mismo iniciar una sociedad o una nación con un simple asentamiento de personas a iniciarlo después de la toma violenta de ese mismo asentamiento por parte de otra sociedad que ya tiene costumbres y cultura establecidas.
José María Samper escribe en su Ensayo sobre las revoluciones políticas un párrafo impactante (que menciona Monsalve en el texto derivado de la cátedra):
"¿Sabe Europa alguna otra cosa del continente o del mundo de Colombia? [...]. Parece que no, si juzgamos por los hechos. Las sociedades europeas saben que tenemos volcanes, terremotos, indios salvajes, caimanes, ríos inmensos, estupendas montañas, mosquitos, calor y fiebres en las costas y los valles húmedos, boas y mil clases de serpientes, negros y mestizos, y una insurrección o reacción a mañana y tarde. Saben también que producimos oro y plata, quinas y tabaco, y mil otros artículos de comercio. Eso es todo. Pero ¿conocen acaso nuestra historia colonial, la índole de nuestras revoluciones, los tipos de nuestras razas y castas, la estructura de nuestras instituciones, el genio de nuestras costumbres, las influencias que nos rodean, las condiciones del trato internacional que se nos da, las tendencias que nos animan, y el carácter de nuestra literatura, nuestro periodismo y nuestras relaciones íntimas?".
Parque Tayrona, Cabo San Juan. Santa Marta, Colombia. |
Monsalve hace un análisis mucho más profundo que el mío. Pero lo primero que se me ocurrió al leer ese fragmento fue: ¿ESO ES TODO? ¡Sí, eso es todo! Samper se expresa tratando de engalanar una serie de factores prestados, que provienen de los colonos y habla de lo que representa nuestra mayor riqueza (las personas y la naturaleza) como si fueran cualquier cosa que no vale nada. Es decir, parece que trata a toda costa de resaltar una élite académica que se formó con base en esa misma cultura instaurada por los propios europeos y deja de lado lo que en realidad somos. No sé si el asunto es intencional o no, sería atrevido afirmar cualquier cosa. Pero Monsalve enfatiza que "el continente se piensa por primera vez como unidad desde la mirada del conquistador" y no puede ser más cierto.
Hoy sigue pasando. Los europeos y los norteamericanos (que hacen parte de nuestro continente pero se hallan fuera de Latinoamérica), que son las culturas líderes del mundo, saben bien qué es lo que tenemos. Conocen perfectamente nuestras fuentes hídricas, la riqueza de nuestra tierra, el oro, la plata, las frutas diversas, dulces y jugosas, la diversidad de nuestros animales, el calor de nuestra gente, el ritmo, los tambores, la libertad cultural que es lo único que no han podido quitarnos porque está en la sangre. Pero para nosotros, esas son cosas sin importancia. Estamos tan centrados en querer ser como ellos, en seguir sus instituciones, su ejemplo, su cultura, que no nos damos cuenta de la gran riqueza que tenemos. Es cierto, no todo es bueno, ¿pero acaso lo es en alguna cultura? ¿Podemos dejar de centrarnos únicamente en lo malo? Algunas personas me han dicho que no tengo razón, que ese es el mundo civilizado, que si algo funciona no hay que cambiarlo. Pero yo pienso diferente y mi punto de vista es válido. Hay que voltear a ver qué es lo que tenemos y apreciarlo y sentirlo propio, como un himno, así tan maravilloso como es. No es menos de lo que ellos tienen, es diferente. Y valdría la pena investigar más, para ver si eso que pensamos hoy, tantos años después es consecuencia de esa visión del colono, de aquel que quiso imponer y si estamos o no valorando lo que no podemos negar: lo que somos.
No importa si no está de acuerdo conmigo, yo lo respeto. Pero esto es algo que necesitaba escribir. Ahora mismo me embarga un amor gigante por mi gente y por mi tierra, así, como es.
"El que no quiere a su patria, no quiere a su madre. Soy América Latina, un pueblo sin piernas pero que camina"
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